“En España y en Sudamérica los 22 jugadores se persignan antes de entrar a la cancha: si Dios existiera, siempre sería empate” (Johan Cruyff).
En estos tiempos de descomedidos avances tecnológicos y de las polémicas páginas BET -ahora que es posible apostar a cuántos córner o penales habrá en un partido, en qué minutos llegarán los goles o quién será el primer expulsado- el recuerdo de la Polla Gol surge imperecedero y hasta tierno en nuestra memoria.
Todavía existe, de hecho. Creo. Aunque ahora vale 500 pesos y se pueden jugar hasta 14 partidos, pero siempre definiendo entre local, empate o visita. Antes, al comienzo de los tiempos, en la prehistoria del hombre, eran 13. Diez de primera y tres del ascenso. A veces, normalmente en verano, a la liga chilena se le unían partidos de las ligas extranjeras. Y se podían hacer dos dobles y una triple si uno pagaba más.
La mayoría de los chilenos jugábamos todas las semanas. Al menos mi abuelo Eugenio. Muchas veces era yo el encargado de ir a la agencia para hacer la apuesta. Me encantaba, porque quedaba en la Plaza Brasil, a pasos de nuestra casa, y porque el que atendía era el ex-futbolista brasileño Elson Beiruth, jugadorazo de Colo Colo en ese entonces ya retirado y muy requete famoso por haber hecho los dos goles en la final en que los albos, tras una histórica remontada, habían ganado al definición por el título a Unión Española en 1970 después de años de penurias deportivas y económicas. Y también, hay que decirlo, por un aviso en el que él, como protagonista y figura central, promocionaba una hoja de afeitar con la frase en portuñol “se la recomendo, amigu”.
El caso es que el proceso de apuestas era muy entretenido. Manual. Primero uno marcaba cruces con un lápiz pasta en las casillas de local, empate o visita para cada uno de los trece partidos en una hoja chiquitita y delgada destinada a eso, que se llamaba cartilla. Luego entregaba la cartilla al encargado, quien la ponía sobre una especie de caja cuadrada con tapa de acrílico donde había un cartón similar a los que se usaban en las viejas computadoras gigantes. En dicho cartón se iba perforando cada cruz de la cartilla original empujando hacia abajo el cuadrado de papel con una especie de lápiz/crochet hasta dejar lista la copia. Finalmente, para cerrar el proceso, se sacudía el cartón para despojarlo de los papeles sueltos, se botaba al suelo la basura…y listo: tú te quedabas con la cartilla, él encargado con el cartón perforado, y te ibas a la casa soñando en qué gastarías la plata del premio que esta vez, por supuesto, sí llegaría.
Similar a la Quiniela española, la Polla Gol debutó en Chile en abril de 1976 y altiro fue un fenómeno. Su finalidad inicial era generar fondos a la Digeder (hoy IND-MINDEP) para financiar los recintos deportivos y a los deportistas de elite. Incluso llegó a haber un famosísimo Mago de la Polla Gol -Roberto Jacob Helo- quien decía tener la clave para ganar siempre o casi siempre, para lo cual daba sus pronósticos cada semana por la radio (se llegó a decir que había ganado casi cien veces la Polla Gol, 92 para ser exactos, cuando es obvio que cualquiera que hubiera logrado aquello ni siquiera pensaría en seguir trabajando en una radio local por unas pocas monedas).
También me acuerdo que una vez, al principio de los tiempos, ganó solito el premio mayor un señor de apellido Cárdenas, el maestro José Reinaldo Cárdenas, de amplia sonrisa con pocos dientes, ordenado bigotito y pelo engominado, pero, como muchos chilenos, perdió todo bien rápido entre la buena vida, la poca vergüenza…y sobre todo ante una estafa brutal de la Cooperativa La Familia (ya en esos tiempos el sistema castigaba muy poco a los delincuentes de cuello y corbata).
La principal particularidad que tenía el sistema, dicen, era su transparencia, ya que se presumía que era muy difícil arreglar resultados…hasta que una vez ganó un puñado de árbitros y quedó la crema porque, gracias al programa de TVN Informe Especial, se supo que venían amañando partidos desde hace años para cobrar lunes por medio unos cuantos pesos. El principal implicado y cabecilla de la banda fue a la redacción de La Tercera y anunció que, si publicaban la noticia del escándalo, se suicidaría de un balazo ahí mismo, en la redacción del diario en Vicuña Mackenna.
Se publicó la noticia igual pese a la amenaza del juez y, como era previsible, el encargado de impartir justicia -que evidentemente no era japonés- incumplió su promesa de honor.