El capellán del Hogar de Cristo, José Yuraszeck, no reniega de sus vínculos con la élite. Eso, aunque su rol hoy esté a varios kilómetros de donde se mueve la clase alta. En Estación Central dirige la obra social de ayuda a la pobreza más reconocida del país.
Es hijo del empresario José Yuraszeck y de la historiadora Cecilia Krebs, y parte de una numerosa familia de siete hermanos. A todos ellos los impulsó también a trabajar en el ámbito social. Fibra es el nombre de la fundación que desarrollan en Cerro Navia, donde realizan intervenciones sociales.
– ¿Y trabajan ahí? ¿Tu familia participa?
– Claro que sí.
El capellán sostiene que a todos –élite, gobierno y sociedad civil– nos falta mirar con otros ojos la pobreza. “Es que si vamos del aeropuerto directo por la autopista, vemos todo bonito” dice.
“Y así nos fragmentamos, nos aislamos y dejamos de ver la pobreza”. Esa dura, que, de acuerdo con los criterios de la Comisión Asesora Presidencial para la Actualización de la Medición de la Pobreza, alcanzaría al 22% de los chilenos.
“En una ciudad tan grande como Santiago si andas en el Metro o en las autopistas, puedes no darte cuenta de lo que ocurre más allá de tu barrio. En Chile ha pasado eso con la pobreza: se ha ido invisibilizando. Y eso, mientras han existido progresos notables”
– ¿Es muy distinto el rostro de la pobreza hoy?
– La pobreza de hace 40 o 50 años es muy distinta a la actual. Más allá de los parámetros, que se miden a través de una canasta básica –y que hoy se están afinando–, la pobreza hoy es más compleja. Sigue teniendo que ver con ingresos, pero también con realidades familiares que están más escondidas.
– ¿Qué realidades, por ejemplo?
– Aquí en la parroquia, o donde vivo, o en San Luis Beltrán, todavía hay personas que necesitan la olla común, especialmente adultos mayores. Si me preguntas qué rostro tiene hoy la pobreza, diría que es el de personas mayores que están solas y que, aunque sus pensiones han crecido, se les va todo en medicamentos. Tenemos un país partido por la mitad, con esta división tan marcada entre “los de arriba” y “los de abajo”.
– ¿Qué relación tiene hoy la élite con la pobreza?
– Creo que hay poca relación, porque la pobreza está invisible. Puedes moverte por la autopista, ir al aeropuerto, y no verla. El Parque Mapocho, que antes era un campamento lleno de tomas y basurales, hoy es un parque hermoso. Más allá de las disputas políticas o ideológicas, esperaría que todos, especialmente quienes están en la élite, ampliaran la mirada. También incluiría en esto al gobierno.
– ¿Qué espera del Gobierno?
– Que esta actualización de la medición de la pobreza venga acompañada de un cambio de mirada. Hay una tensión fuerte entre atender a quienes se movilizan, los que logran organizarse, y tomar decisiones en función de ellos. Pero, ¿cuáles son los dolores más grandes que Chile debería atender? Si no lo hacemos, estamos hipotecando nuestro futuro.
– ¿Cuáles son esos dolores?
– Pienso en los 250.000 niños y niñas que, pudiendo ir al colegio, no lo hacen. Eso representa un 6 o 7% de la matrícula potencial. ¿Por qué no asisten? Porque no aprendieron bien a leer, a escribir, o no dominan matemáticas básicas. Esto lo debemos abordar con urgencia: la élite, la clase política, el Ministerio de Educación, los parlamentarios. ¿Qué pasa con un joven que no termina cuarto medio y no tiene habilidades para trabajar? Termina siendo caldo de cultivo para los narcos y otras redes, lo que afecta su vida, la de su familia y el bien común.
– ¿Hoy se transfiere dinero a las instituciones sociales, pero sin involucrarse realmente?
– Sí. Es útil que empresas, gobiernos y sociedad civil entreguen recursos a instituciones como el Hogar de Cristo, pero muchas veces no se involucran más allá.
– ¿Le tenemos miedo a involucrarnos en la pobreza?
– Cuando la autoridad no conoce realmente los dolores de las personas más pobres, la respuesta que puede dar siempre será limitada. Hay que saber complementar la acción del Estado, de la empresa y de la sociedad civil. Nos necesitamos mutuamente. No se trata de polarizar, sino de buscar espacios de encuentro y estar atentos a las necesidades de nuestra comunidad. No puede haber indolencia.
Finanzas adentro
– ¿Cómo están los números del Hogar de Cristo?
– Tenemos alrededor de 360.000 socios que mes a mes aportan, en promedio, $8.000. Con eso financiamos el 50% de nuestro trabajo. Un 35% proviene de subvenciones de distinto tipo y el resto, de fuentes propias como la funeraria del Hogar de Cristo y el Fondo Esperanza. También hay personas que nos heredan departamentos o propiedades, y eso también genera renta.
– ¿Los limita la falta de apoyo económico?
– Aunque las hospederías estén llenas, siempre se tira un colchón extra con tal de que nadie pase frío. Los jardines infantiles están bien organizados, pero estamos apostando por mejorar la calidad de la atención. Un ejemplo es el programa Vivienda Primero.
– ¿En qué consiste?
– Es un subsidio de arriendo: se arrienda un departamento para que vivan dos personas. Eso tiene un impacto enorme. Le das a una persona en situación de calle un lugar que puede llamar “hogar”, y eso gatilla una transformación: se revincula con su familia, deja el consumo problemático, busca trabajo. Comienza a florecer. A diferencia de la hospedería, que solo ofrece techo y cama, esto realmente los inserta en la sociedad. Por eso estamos transitando hacia ese tipo de programas.
– ¿A cuántas personas ha beneficiado?
– Aún no son tantas. Administramos cerca de 120 departamentos, con unas 240 personas. En Coquimbo cerramos la hospedería y aplicamos este programa, con la misma cantidad de camas, pero en espacios independientes, con cocina, baño, lo que cualquiera desearía. Y es muy beneficioso. Queremos que crezca.
La agenda política
– ¿Se han reunido con los candidatos presidenciales?
– Sí, en la etapa de primarias nos reunimos con todos. Además, el 30 de julio vamos a lanzar un documento con 20 recomendaciones de políticas públicas. Son propuestas realistas, específicas, incluso con su costo estimado.
– ¿Qué piensa de los discursos de algunos candidatos sobre expulsar a los migrantes del país?
– Cuando escucho discursos de odio, especialmente sobre migración, veo que responden a un momento donde la situación estuvo desbordada y eso generó problemas. Pero no creo que estas posturas grandilocuentes, de mano dura, de cerrar fronteras o deportar, sean eficaces. Esperaría que se avance hacia una regularización ordenada.