En un mes marcado por las visitas literarias, pasó por Chile Julia Navarro. Periodista y narradora, autora de títulos como Dime quién soy y Tú no matarás, la autora vino a reunirse con sus lectores en un encuentro en el Teatro Oriente. Ahí habló de su última novela El niño que perdió la guerra y reafirmó la convicción que recorre toda su obra: la literatura no puede estar ajena a la vida ni a los dilemas de su tiempo.
En esta novela, Julia Navarro explora los efectos de la guerra en quienes no la escogieron: los niños. A través de la historia de un pequeño marcado por los conflictos de los adultos, la autora reflexiona sobre la pérdida de la inocencia, el peso de la memoria y la fragilidad de la libertad en tiempos tan convulsos como la España de Franco y la Rusia de Stalin. En conversación con EL DÍNAMO, cuenta que más allá de una trama histórica, le interesaba el retrato moral del mundo contemporáneo, donde los totalitarismos —de cualquier signo— vuelven a amenazar la dignidad humana.
–En su nuevo libro vuelve sobre los efectos de la guerra. ¿Por qué?
–Porque los niños siempre pierden las guerras de sus padres. No lo podemos olvidar. Los niños nunca eligen los conflictos, son los adultos quienes los deciden. Si sus padres pierden una guerra, la primera víctima son ellos. Eso ha sido así en el pasado, es parte del presente y, desgraciadamente, lo será en el futuro.
–¿Reafirma esto cuando mira las imágenes de Gaza o Ucrania?
–Me conmueve lo que ocurre con los niños palestinos, con los ucranianos, pero también con los de Sudán, Somalia o Mianmar. En este momento hay más de 22 conflictos bélicos en el mundo. En todos ellos, los niños mueren, pierden su futuro, las niñas sufren abusos sexuales. Mi mirada es amplia: me duele cualquier lugar donde la infancia sea víctima de la violencia.
–¿Cree que los medios reflejan toda esa realidad?
–Creo que sí, pero también hay conflictos de primera y de segunda. Parece que la muerte o la violación de derechos humanos en ciertos lugares nos conmueven más que en otros. Los medios y la opinión pública deberían abrir su mirada, porque hay tragedias que simplemente no llegan a la televisión.
“Trump no va a ser eterno”
En conversación con El Dínamo, la autora que debutó en la ficción a los 50 años de edad habla con la serenidad de quien ha vivido de cerca la historia. Antes de convertirse en la novelista española más leída fuera de su país, Julia Navarro (Madrid, 1953) desarrolló una sólida carrera como periodista política, siendo testigo directo de los años más decisivos de la historia reciente de España.
Con la misma voz que durante años analizó la transición democrática española, Navarro observa hoy con preocupación el retroceso de los valores cívicos y la indiferencia ante el dolor ajeno.
–Usted fue periodista política durante la transición española. ¿Qué aprendió de ese tiempo?
–Aprendí que la democracia nunca hay que darla por segura. Es algo en lo que hay que trabajar todos los días y que nos concierne a todos. La democracia es demasiado valiosa para dejarla exclusivamente en manos de los políticos. Los ciudadanos debemos cuidarla, reivindicarla y estar atentos a cualquier desviación que pueda ponerla en peligro.
–¿Cuál es el riesgo de dejar la democracia solo en manos de los políticos?
–No lo he dicho así. Lo que quiero decir es que los ciudadanos a veces nos desentendemos. Pensamos que ir a votar cada cuatro años es suficiente. Pero la democracia nos implica a todos: debemos exigir que las instituciones funcionen y que quienes gobiernan cumplan sus compromisos.
–¿Cómo observa el auge de los autoritarismos en Europa y en el mundo?
–Las dictaduras y las autocracias son siempre iguales, las pintes del color que las pintes. Lo primero que hacen es recortar libertades, instaurar la censura y suprimir la libertad de expresión. En mi libro reflexiono sobre eso, porque hay una pulsión autoritaria que vuelve, disfrazada de populismo o de patriotismo, pero siempre con la misma raíz: el miedo y el control.
–¿Y qué piensa de lo que está ocurriendo en Estados Unidos, con el retroceso en derechos y la censura de ciertos autores?
–También eso pasará -dice con una sonrisa que calma-. Trump no va a ser eterno. Yo confío en que será algo transitorio y que habrá una reacción de los votantes. Muchos que lo apoyaron no esperaban que las cosas llegaran a este punto.
–¿Teme que sus propios libros puedan ser censurados en algunos países?
–Cuando un país no quiere un libro, simplemente no lo compra. Pero creo que los censores siempre pierden esa batalla. Los libros tienen alas. Hoy, con las redes y la tecnología, cualquiera puede descargarse un texto desde cualquier parte del mundo.
–¿Qué papel tiene la literatura en tiempos de ruido mediático y polarización?
–No lo sé. Como lectora compulsiva, no puedo imaginar un mundo sin libros. Para mí sería vivir en una distopía. Los libros siguen conectando porque ofrecen una pausa, una mirada más profunda, algo que no se obtiene en la inmediatez.

–Usted mantiene una columna semanal en la prensa. ¿Siente la necesidad de tener una voz más inmediata?
–Sí, tengo la suerte de que me escuchen. A través de mis libros y de las entrevistas puedo manifestar mis preocupaciones, pero también mantengo una columna de opinión que se distribuye en distintos periódicos. Es mi vía de escape para expresar lo que pienso.
–¿Qué la preocupa hoy?
–Muchas cosas. Me preocupa lo que pasa en Afganistán, donde los talibanes consideran que el cuerpo de las mujeres es pecaminoso, y por eso cientos de mujeres han muerto bajo los escombros sin que las saquen. Me preocupan los niños de Gaza, los de Ucrania, los de lugares donde no hay televisión ni cobertura. Me preocupa la indiferencia, que nos acostumbremos al horror.
“Me gusta llevar la contraria”
–¿Qué opina de la inteligencia artificial aplicada a la escritura?
–Puede ser una oportunidad, pero también un peligro. Pensar que, con solo apretar un botón, alguien puede pedir “escribe un libro como quien sea”, es algo inquietante. La inteligencia artificial es un tema sobre el que hay que sentarse a pensar.
–¿La usa?
–No. Soy bastante torpe con las nuevas tecnologías. Si necesito un dato, lo busco en los libros.
–¿Qué está leyendo ahora?
–Estoy leyendo Gracias, de Carme Riera, una académica de la lengua en España. Es un libro precioso, una memoria de sus últimos cincuenta años como escritora. Cuando me meto en un libro, me sumerjo completamente. No puedo leer dos al mismo tiempo.
–¿Ha pensado en escribir sus propias memorias?
–No. Mi vida es mi vida, y no siento la necesidad de contarla. Las cosas que quiero decir están en mis novelas o en mis artículos. Yo no me cuento a mí misma.
Aun así, Julia Navarro desliza una primicia. Este mes aparecerá en el mercado un libro donde toma la reflexión autobiográfica por primera vez:
–Es un libro sobre perros. Se llama Perros. Murió mi perro Argos, un pastor alemán que me acompañó los últimos 14 años. Siempre he tenido perros, y procesar ese duelo no siempre me ha resultado fácil. El de Argos fue especialmente complicado, y sentí la necesidad de escribir un libro pequeño, un ensayo sobre mi duelo. Ahora tengo una perrita maravillosa, se llama Barbie; la adopté y venía ya con ese nombre. Todo el mundo se empeñó en que lo cambiara, lo cual me irritó tanto que decidí mantenerlo y comprarle un collar rosa, un jersey rosa, un impermeable rosa (ríe). El problema no lo tengo yo, ni Barbie, ni el rosa: lo tienen quienes se escandalizan, quienes se obsesionan con lo políticamente correcto.
–¿Los límites de lo políticamente correcto también afectan la libertad de expresión?
–Sí. Me preocupa vivir en una sociedad donde se sacrifican márgenes de libertad por lo políticamente correcto. Donde la gente no se atreve a expresarse libremente por miedo a no decir lo “correcto”. Una sociedad así es una sociedad infantilizada. Creo en el debate, en la confrontación de ideas. Escucharé a los demás, aunque no piense igual. Pero no soporto que me digan qué debo pensar. Expresaré lo que quiera, siempre que no ofenda a nadie.
–¿Se está imponiendo una nueva forma de censura?
–Sí. Hay un exceso de causas nobles que, mal entendidas, terminan restringiendo la libertad. En España hay una frase que dice que el camino al infierno está empedrado de buenas causas. No cambiamos la realidad poniéndole un esparadrapo en la boca a quien piensa distinto. Ojo con eso. Soy feminista y defiendo el feminismo, pero eso no significa que no pueda tener una perrita llamada Barbie ni vestirme de rosa. Me gusta llevar la contraria: me hace sentir libre.