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El manifiesto del “chill” y la nueva productividad

Siempre fui fan de trabajar medio día los viernes, lo practico hace años y lo traspaso a mis equipos de trabajo. Ahora entre en una nueva etapa y estoy incorporando el “slow monday”. Ambos nacieron desde diferentes necesidades pero cumplen un rol muy similar, una gestión moderna que invierte en la energía y el bienestar del capital humano para lograr un rendimiento superior y sostenible.

He sido testigo de muchos cambios en la cultura laboral, lo que me han llevado a replantear estrategias de trabajo ante el agotamiento o estrés de los equipos, buscando diferentes caminos para lograr puntos de equilibrio. La productividad fue por mucho tiempo sinónimo de la intensidad del “trabajo estable” y la cantidad de horas en la oficina, promoviendo una peligrosa “cultura del ajetreo” que valoraba el estar ocupado por encima del logro real; ese viejo modelo, desde mi visión, colapsó.

Los números hablan por sí mismos. Aproximadamente el 90% de los empleados experimentan burnout (un estado crónico de agotamiento físico, mental y emocional), y otro 90% dice que el estrés laboral ha destruido sus vidas personales. No son casos de agotamiento individual; es una crisis estructural que nos exige repensar fundamentalmente nuestras prácticas laborales.

Es contra este cansancio que surge un concepto que me encanta, el slow monday o su encarnación más popular Bare Minimum Monday (BMM), una tendencia como respuesta inmediata a la ansiedad crónica que experimentamos el domingo al inicio de la semana, o el sunday scaries.

El slow monday no es, de ninguna manera, un acto de flojera; es una estrategia inteligente para retener talento y mitigar riesgos laborales. Se trata de transformar el temido lunes de un día de reacción ansiosa a un día de preparación proactiva.

Sentar las bases

El slow monday establece que el primer día de la semana debe dedicarse exclusivamente a la planificación, la organización y el trabajo que se preparará para los días siguientes. Olvídense de sumergirse de inmediato en tareas pesadas, reuniones inútiles o responder compulsivamente correos electrónicos.

Marisa Jo Mayes, creadora del BMM, popularizó la idea de reservar las primeras horas del lunes para el autocuidado (leer, hacer ejercicio, ordenar el espacio de trabajo), la organización estratégica y limitar las tareas esenciales a solo tres por día. Este enfoque le quita presión al inicio de la semana, enseñándole a nuestro cerebro que el modo de trabajo debe ser intencional, no hiperactivo. La evidencia es clara: quienes lo promueven han terminado siendo más productivos que antes, redefiniendo el éxito por la calidad del resultado y no por la cantidad de actividad.

La filosofía del logro sostenible

El marco teórico que justifica el slow monday es la productividad lenta (slow productivity), acuñada así por Cal Newport. Esta filosofía rechaza la creencia que yo llamo la “mentira de la productividad”, esa idea de que trabajar a una eficiencia alta te va a dar tiempo libre para completar una lista interminable de tareas. Esa mentalidad solo nos condena a metas cada vez más altas y, directamente, al agotamiento.
La productividad lenta se enfoca en el logro sostenible y promueve una cultura de la atención plena (mindfulness). Sus principios fundamentales, a la que suscribo totalmente, son: hacer menos cosas (simplificar, automatizar y priorizar), trabajar a un ritmo natural (evitar el sprint constante y valorar el proceso), y obsesionarse con la calidad, donde el éxito se mida por el resultado sostenido.

Bajo esta nueva luz, el lunes se convierte en una inversión estratégica. El slow monday combate la tendencia corporativa a valorar el “estar ocupado” o “calentar la silla” sobre el logro real. Al dedicar el lunes a planificar sin la obligación de la ejecución inmediata, nos aseguramos que las tareas cruciales, esas que exigen concentración profunda, se realicen con la máxima calidad, distribuyendo la carga laboral de forma más inteligente.

Mientras que soluciones parciales, como reducir la semana sin disminuir la carga, solo condensan el estrés , la productividad lenta busca un equilibrio entre todas las áreas de la vida. Se está convirtiendo en un estilo de vida que las empresas están adoptando para posicionarse como promotoras de valores sociales profundos y saludables.

Del TGIF al Slow Monday

Como observador de las tendencias culturales, encuentro fascinante cómo el vocabulario refleja las transformaciones sociales. El “lunes lento” marca el fin de un modelo y el inicio de otro.

El acrónimo TGIF (Thank God It’s Friday) fue la escencia de la cultura laboral industrial y pre-digital. Simbolizaba la liberación forzada, la urgente necesidad de escapar de un sistema agotador. Era una explosión donde la recompensa al sacrificio semanal se traducía en el consumo rápido y ruidoso. Cadenas de comida como TGI Fridays capitalizaron esta necesidad, construyendo su marketing en torno a la transacción social y el consumo externo (bebidas y comidas). Su valor clave era el escapar del trabajo.

El Slow Monday, por otro lado, es un producto impulsado por la flexibilidad que trajo el entorno digital. Ya no representa la liberación externa (el bar), sino la liberación interna (el autocuidado y la conciliación intencional). El cambio en la estrategia de mercado es profundo: en la era TGIF, el marketing vendía la celebración del escape. En la era slow Monday, el marketing vende el permiso para sentirse humano y la validación de la necesidad de descanso. Las marcas están dejando de ser facilitadoras de la fiesta para ser facilitadoras de la salud mental y el bienestar. Esto es un reflejo del agotamiento del modelo de consumo por sobrecompensación: el consumidor moderno quiere reestructurar su vida para que el lunes sea sostenible, en lugar de solo querer olvidarlo.

La validación del marketing

La validación cultural definitiva de que la lentitud se ha convertido en una tendencia mainstream se manifestó durante el Super Bowl 2025. Coors Light, tradicionalmente asociada a la celebración, invirtió su gran apuesta publicitaria en el concepto de la pereza y el chill bajo el nombre de slow monday.

La marca eligió un contexto irónico: el lunes después del Super Bowl, considerado el “lunes más lunes del año” debido al exceso y la resaca post-partido. Coors Light capitalizó este sentimiento de arrastre laboral usando la metáfora del perezoso. En el anuncio, los perezosos intentaban completar tareas humanas con una lentitud exagerada, encarnando perfectamente ese sentimiento de agotamiento y esfuerzo mínimo.

La marca no vendió la idea de que la cerveza aumenta la productividad; vendió el permiso para el descanso y el disfrute lento. Este movimiento es una respuesta directa al aumento en las menciones de burnout en los reportes corporativos. La marca se posiciona como un facilitador de la salud mental informal, validando ante millones de espectadores que el deseo de lentitud es legítimo y necesario para mitigar el estrés semanal.

Los facilitadores

El slow Monday y otras tendencias de flexibilidad no habrían podido consolidarse sin la infraestructura que nos ofrecen la tecnología y el teletrabajo. El home office es un elemento fundamental que facilita la conciliación personal y laboral. Las plataformas de gestión digital y la automatización no solo han demostrado aumentar la productividad, sino que han obligado a las empresas a medir el rendimiento por los resultados y la calidad de los entregables, en lugar de por las horas silla.

Este cambio de métrica es esencial. Al estar liberados de la necesidad de presencia física, prácticas como evitar reuniones temprano el lunes o implementar media jornada los viernes se vuelven logísticamente viables. La digitalización ha aumentado la satisfacción laboral en un 20% en las empresas que adoptan estas tecnologías, permitiendo a los empleados conciliar mejor y ser más comprometidos. No obstante, esta flexibilidad conlleva un desafío: la difusa línea entre la vida personal y laboral.

El slow Monday actúa como una función de defensa esencial contra la hiperconectividad que impone la tecnología. Es una forma de usar las herramientas digitales para imponer límites estrictos que antes se daban por sentados en la oficina.

Para el liderazgo empresarial, adoptar estructuras de flexibilidad, como las que permiten un lunes lento, debería ser un diferenciador crítico en la retención de talento. Las políticas que demuestran confianza y valoran el bienestar del empleado demuestran que la empresa valora al individuo más allá de su función productiva.

El combo

La evolución de las costumbres laborales, apunta hacia una fórmula dual que maximiza el rendimiento y minimiza el agotamiento: la sinergia del Free friday and slow monday.

El Free Friday, implementado como media jornada o Summer Fridays, actúa como un poderoso incentivo para la eficiencia concentrada. Este modelo impulsa a los equipos a priorizar y cerrar el trabajo intensamente entre martes y jueves, permitiendo a los empleados evitar el burnout y usar el tiempo libre para gestiones personales sin gastar días de vacaciones.

El combo es perfecto. Si el free friday se enfoca en la ejecución eficiente al final de la semana, el slow Monday se concentra en la planificación intencional, la preparación y el orden inicial. Este ciclo crea un sistema de productividad sostenible, lunes de intención y enfoque; martes a jueves de ejecución de alta calidad; y viernes de cierre rápido y recompensa inmediata.

El slow Monday no es una moda pasajera de redes sociales, sino la consolidación de una conciencia colectiva validada que exige que la vida profesional sea un maratón sostenible, no un sprint agotador. El miedo empresarial a adoptar la lentitud o la flexibilidad está infundado; los datos demuestran consistentemente que las jornadas reducidas o flexibles aumentan la moral y, paradójicamente, el rendimiento.

La defensa de la fórmula “Free friday & slow monday” se basa, por lo tanto, en una gestión moderna que invierte en la energía y el bienestar del capital humano durante el 30% del tiempo (lunes por la mañana y viernes por la tarde) para lograr un rendimiento superior y sostenido en el 70% restante.

La calma, la eficiencia y la intencionalidad son, a fin de cuentas, la forma más avanzada y rentable de productividad en la era digital.

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