Hasta hace un par de décadas, el amor y el deseo se entrelazaban en los espacios comunes, una fiesta, un bar o a través de llamadas titubeantes a un teléfono fijo, estableciendo rituales y momentos románticos . La chispa inicial de una relación ya no se enciende cara a cara y el “amor a primera vista” solo quedo para un guion cinematográfico. Ahora ocurre en la soledad de una habitación, en un celular, y con un pulgar deslizándose sobre la pantalla. Hoy un swipe en Tinder, un DM en Instagram o un like en una historia de TikTok definen, de alguna manera, el comienzo de una relación.
La sexualidad, ese motor que ha movido a la humanidad, sigue siendo un aspecto central, pero el mapa para navegarla ha cambiado por completo. Las nuevas generaciones, especialmente la generación Z, no solo están usando nuevas herramientas; están construyendo una nueva ética afectiva. Y en el centro de todo, como una columna vertebral, se encuentra una palabra que lo redefine todo, “consentimiento”.

La generación del consentimiento
Si hay algo que define a los jóvenes de hoy es su fluidez y su rechazo a los estereotipos. Son la generación más abierta de la historia en cuanto a diversidad sexual y de género, con un porcentaje significativamente mayor que se identifica como no exclusivamente heterosexual.
Para esta generación, la sexualidad es una parte natural de la vida que se conversa con honestidad, priorizando la conexión emocional y la comunicación por sobre todo.
Se habla mucho de una supuesta “recesión sexual”, pero los datos sugieren algo más profundo; no se trata de cantidad, sino de calidad. De hecho, esta generación reporta estar más satisfecha con su vida sexual, precisamente porque la entienden de una manera más matizada e íntima.
Este enfoque no surgió de la nada. Crecieron en un mundo digital donde movimientos como el MeToo explotaron en sus pantallas, generando una conversación global sobre los límites, el respeto y el abuso.
Han internalizado que cualquier tipo de presión o manipulación es inaceptable, convirtiendo el consentimiento en una norma básica e innegociable en sus relaciones.
Ya no basta con el “no es no”; su filosofía se acerca más al “solo un sí consensuado es sí”. Este cambio es radical. La comunicación constante a través de mensajes de texto y chats ha hecho que el acto de preguntar explícitamente y confirmar los deseos del otro sea una extensión natural de sus interacciones.
La historia se complica
Esta nueva ética, la generación Z la construye en un ecosistema digital que plantea una cruel paradoja. Como ha señalado el académico chileno Daniel Halpern (UC), el problema no son las pantallas, sino la “falta de conexión real” que las pantallas frecuentemente enmascaran.
Las cifras son impactantes, más del 70% de los adolescentes chilenos se sienten más solos que antes, a pesar de estar permanentemente conectados. Las redes sociales se han desarrollado como un escenario para que todos presenten una imagen idealizada, una versión auto-perfeccionada, editada y reeditada, pudiendo crear un ciclo de preocupación por su propia “atractividad” o “valor en el mercado sexual”, donde los likes y las coincidencias son la moneda de la autoestima.
La validación externa, muchas veces reemplaza la seguridad interna, y fenómenos como el ghosting (desaparecer de la vida de alguien sin explicación) se vuelven rutinarios, porque la pantalla deshumaniza y elimina las consecuencias sociales del mundo real. Estamos más conectados, tal vez, pero también, tal vez, más solos y más fríos.

El amor en la era de los algoritmos
Aplicaciones como Tinder, Grindr o Bumble permiten a millones de personas entrar en el mundo de las citas. Democratizaron la capacidad de conocer gente nueva, pero también trajeron una lógica de consumo a las relaciones humanas. Los perfiles personales se tratan como un producto y el swipe en una transacción instantánea.
Aunque muchos personas ya dan síntomas sentirse muy cansados de estas plataformas y quieren volver a las relaciones cara a cara, en realidad, el hecho es que se han vuelto una herramienta indispensable.
El reto, entonces, es utilizarlas de manera segura, ya que los riesgos son reales; estafas, perfiles falsos (catfishing) y peligros mucho más serios, como el grooming o el acoso, particularmente riesgosos para los menores.
Las precauciones para estos casos son sencillas y parte de la educación digital fundamental:
- No se debe compartir información personal. No entregues datos sensibles como la dirección de tu casa o trabajo. Al principio, es esencial mantener la conversación en la plataforma ya que las personas siempre intentan migrar a WhatsApp u otros canales no probados o con menor seguridad.
- La primera cita, todo en público. La primera reunión debe ser en un lugar concurrido. Es importante decirle a amigos o familiares cuáles son los planes, y tener control sobre el transporte, para llegar o irse en cualquier momento.
- Cuidar la salud mental. El rechazo y la superficialidad de tales aplicaciones pueden socavar seriamente la autoestima. Un perfil no es un indicador de los valores de una persona.
La educación sexual que nos falta
La educación sexual no ha logrado proporcionar una educación integral y actualizada en las escuelas y hogares, y hoy internet es un educador dominante y presente.
El principal “maestro” de las nuevas generaciones es a menudo la pornografía. Estudios certifican que la mayoría de los jóvenes la ven por primera vez a edades muy tempranas, mucho antes de tener las herramientas para pensar críticamente. Claro está que coloca expectativas poco realistas sobre el sexo, los cuerpos y el placer en todos.
Frente a este vacío, es urgente hablar de “consentimiento digital”. No es un concepto abstracto. Significa pedir permiso antes de enviar una foto íntima. Significa preguntar si se puede compartir una captura de pantalla de una conversación privada. Significa no etiquetar a alguien en una foto comprometida sin su autorización. Entender y practicar el consentimiento digital no es solo una cuestión de seguridad sexual; es una de las normas para ser un ciudadano responsable en el siglo XXI.
Enfrentando el futuro de nuestras conexiones
La Generación Z no es mejor ni peor que el grupo que la precedió, simplemente está jugando en un plano completamente nuevo. Construyendo un mundo sexual más respetuoso, comunicativo y consciente, pero lo están esculpiendo en el mundo digital que los inunda con presiones, soledad y peligros inesperados.
No demonizar la tecnología es la respuesta, debemos aprender a usarla deliberadamente y desarrollar nuestro criterio digital. Es reclamar la exhortación de Halpern de valorar la conexión humana sobre la validación digital.
Depende de todos ser responsables, fomentar un diálogo abierto sobre estos temas, educar a la generaciones más jóvenes para que se protejan, y sobre todo, abrazar las conexiones auténticas que se forjan con empatía y respeto, en presencia de una pantalla pero entre la pareja, mirándose a los ojos.
Porque al final del día, no hay DM que pueda reemplazar el abrazo.