En efecto la región exhibe uno de los menores índices de desempleo del país, y presenta un descenso en los niveles de pobreza por ingreso (del 16,3% en 2011 al 7,3% en 2013, según los resultados de la última encuesta CASEN). Sin embargo la misma encuesta señala que la región presenta niveles de pobreza multidimensional del 26,2%, por encima incluso de las cifras nacionales (20,4%).
La catástrofe, sin duda desnuda esta realidad. Hoy nos encontramos con una región sepultada por el barro, con gran parte de la población sin agua potable, casi un millar de personas durmiendo en albergues y con el 96% de escuelas sin funcionar.
La naturaleza de Chile es así, espontánea y perversa a veces. En esta oportunidad la catástrofe llegó a destapar una gran mentira, que nos recuerda una vez más, que la riqueza resulta ser una suma mucho más escurridiza que el poder adquisitivo de sus ciudadanos; y que dentro de nuestras propias comunidades hay otra cara que con frecuencia no vemos -o no queremos ver-, la que se esconde detrás de los números exitosos.
Esa otra “cara” de Atacama es precisamente, la que da cuenta de una de las regiones más ricas de nuestro país y que en realidad sufre carencias enormes en elementos básicos como las viviendas, que se encuentran mal emplazadas y la mayoría construidas de material ligero; o la situación medioambiental que tiene en riesgo la salud de sus habitantes, como lo que ocurre hoy, luego de la tragedia.
¿Puede, entonces, una de las zonas más ricas del país ser, al mismo tiempo, una de las más pobres? Sí, si es que detrás, hay una gran mentira que no vemos.