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13 de Julio de 2021

¿Los frutos de la Minustah?

En los hechos, Haití hace un año que se gobernaba por medio de decretos por parte del asesinado presidente Jovenel Moïse, ya que este había disuelto la Asamblea y la Corte Suprema. Todo esto posiblemente permitirá afirmar que la intervención internacional no consiguió establecer ninguno de sus objetivos fundamentales.

Por Jaime Abedrapo
Tras el asesinato de Moïse habrá mucha información por conocer de los hechores, pero la cuestión de fondo será la indiferencia con que estamos abordando la deshumanización del sistema internacional. AGENCIA UNO/ARCHIVO
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Jaime Abedrapo

Jaime Abedrapo es Director Escuela de Gobierno USS y codirector del Máster en Derechos Humanos, Estado de Derecho y Democracia en Iberoamérica USS - UAH

Muchos considerarán que tenemos suficiente evidencia de que las operaciones del mantenimiento de la paz no consiguen sus objetivos declarados y que estas representan un elevado costo que no se justifica.

Recordemos que Chile participó de la Minustah (Misión de las Naciones Unidas para la Estabilización en Haití, por sus siglas en francés) entre el 2004 y 2017 e invirtió o gastó aproximadamente 170 millones de dólares tras la participación de 13 mil efectivos nacionales (militares, carabineros y policías), por lo que en términos de evaluación de los objetivos trazados por régimen internacional de Naciones Unidas podemos observar que, a menos de un lustro del repliegue de las tropas en Haití, se exhibe un magnicidio como resultado de una profunda crisis política, institucional, económica y social.

En los hechos, el país caribeño hace un año que se gobernaba por medio de decretos por parte del asesinado presidente Jovenel Moïse, ya que este había disuelto la Asamblea y la Corte Suprema. Todo esto posiblemente permitirá afirmar que la intervención internacional no consiguió establecer ninguno de sus objetivos fundamentales, como el desarrollar conceptos e institucionalidad que permita promover la cohesión social y la participación ciudadana, en una nación compuesta por 11 millones de personas entre las cuales más de un 60% sigue viviendo bajo la línea de pobreza, es decir, con menos de dos dólares diarios.

El devenir de Haití es incierto y existe una real preocupación por los niveles de violencia que puedan mantenerse en el país entre los distintos grupos que están pugnando por el control político de la isla. Esto es causa eficiente para desestabilizar aún más la región y propender a una ampliación de la migración debido al aumento de la crisis de humanitaria de los haitianos.

Sin embargo, con más de 20 gobiernos en los últimos 35 años, para muchos la inestabilidad y sufrimiento de los haitianos se ha normalizado, en especial en un sistema internacional que cada vez se tiende a distanciar más del multilateralismo y que deposita menos expectativas en la propia colaboración internacional, y menos aún en las instituciones intergubernamentales como las Naciones Unidas, situación que en sí no presenta alternativas concretas para ir en ayuda de la población haitiana.

Por cierto, tras el reciente asesinato del presidente Moïse habrá mucha información por conocer respecto a los hechores y sus intenciones, pero la cuestión de fondo será la indiferencia con que estamos abordando la deshumanización del sistema internacional, ya que resulta evidente la necesidad de reformas en los distintos regímenes internacionales a la luz de sus resultados, además de cambios en el sistema internacional, entre ellos en las operaciones de mantenimiento de paz. Pero, sin duda, no habrá peor reacción que la inacción ante estos dramáticos sucesos.

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