Hay canciones que no solo definen a una época: terminan por devorar a sus propios creadores. Ese es el caso de Every Breath You Take, el himno que convirtió a The Police en una banda inmortal y, al mismo tiempo, en un campo de batalla eterno.
En 1983, la canción fue un fenómeno instantáneo: ocho semanas en el número uno del Billboard Hot 100, un Grammy a Canción del Año y un lugar asegurado en la historia. Más de 40 años después sigue siendo una mina de oro que ha generado más de 100 millones de dólares en regalías y que, paradójicamente, hoy enfrenta en tribunales a sus autores.
Porque si bien Sting, Stewart Copeland y Andy Summers fueron el trío más exitoso del cambio de los setenta a los ochenta -más de 75 millones de discos vendidos y estadios repletos en todo el mundo-, la autoría de Every Breath You Take terminó siendo una herida abierta. En el papel, Sting es el único compositor y, por ende, dueño de la fortuna. En la memoria de sus compañeros, en cambio, la canción nació del trabajo colectivo: Sting recuerda haberla escrito desnuda, sentado en un baño; Summers insiste en que lo que el cantante mostró en el ensayo era apenas una maqueta, y que fue él quien aportó los acordes que le dieron la textura inquietante y elegante que todos conocemos.
Ese contrapunto abre una pregunta tan vieja como la música popular misma: ¿quién crea una canción? ¿El que escribe letra y melodía, o la banda que la moldea hasta transformarla en obra? ¿Es propiedad de un individuo o del grupo que le da cuerpo y carácter?
La paradoja de Every Breath You Take es brutal: fue la plataforma que impulsó la carrera solista de Sting, pero también el recordatorio amargo para Copeland y Summers de que el mayor logro colectivo estaba firmado bajo la sombra de su compañero. Su reunión en 2007-2008, con 151 conciertos que recaudaron más de 360 millones de dólares, pareció cerrar la historia con dignidad. Sin embargo, el presente demuestra lo contrario: el eco de la herida sigue vivo, ahora en lenguaje judicial.
Every Breath You Take fue la cima y el final, la bendición y la condena. Una joya que brilla en la cultura global, mientras The Police enfrenta la cara más amarga del éxito: a veces una canción no solo supera a sus autores, también los enfrenta de por vida.