Viernes 10 de octubre. Medianoche en el Movistar Arena. El último acorde de Lucybell flota en el aire como si no quisiera extinguirse. Luego, el silencio y un aplauso inmenso, definitivo. Un abrazo entre músicos y familiares; lágrimas contenidas o liberadas. Y la pregunta inevitable: ¿qué viene después cuando lo que sigue es el final?
Lucybell no fue una banda cualquiera. Su trayecto de más de tres décadas acompañó la vida del país, con sus euforias, sus reinvenciones y sus caídas. Como Chile, la banda que Claudio Valenzuela fundó en 1991 atravesó épocas de locura, de búsquedas nuevas, de consolidaciones necesarias. Y, como pocas veces ocurre en este rincón del mundo, logró consolidar un sonido, una identidad, un público fiel. Lucybell supo habitar su propio espacio y dejar una obra reconocible, que se agranda con la perspectiva del tiempo y, sobre todo, ante la inminencia del final.
En agosto de 1995 apareció su primer disco, Peces, un álbum que no solo se transformó en bisagra generacional, sino que también les abrió un camino donde la densidad poética y la experimentación encontraron un público cautivo. Canciones como Luna, Vete, De Sudor y Ternura y Cuando Respiro en tu Boca marcaron la atmósfera de una época en que el rock chileno buscaba identidad propia tras el apagón cultural de la dictadura.
No estaban solos: junto a Los Tres, La Ley, Tiro de Gracia, Santos Dumont o Los Tetas, el entonces quinteto fue parte de ese mapa diverso que rearmó la escena chilena a mediados de los 90. Pero a diferencia de varios de sus contemporáneos, ellos sí lograron sostenerse en el tiempo, reinventándose sin traicionarse.
Luego vendrían otros ocho discos de estudio: Viajar (1996), Lucybell (1998), Amanece (2000), Lúmina (2004), Comiendo fuego (2006), Fénix (2010) y Magnético (2017), además de registros en vivo y compilatorios que acompañaron su tránsito. Cada álbum fue testimonio de un momento especial: desde la sicodelia y los climas envolventes de sus inicios, hasta una madurez más vinculada al pop-rock, y un regreso a la épica de guitarras y canciones de estadio.
Como pocas bandas chilenas, Lucybell entendió que grabar discos no era solo un gesto artístico, sino también un modo de dialogar con su tiempo: desde los años de los videoclips con presupuesto y la apuesta internacional, hasta la etapa de la autogestión, la distribución digital y las redes sociales como territorio de supervivencia. Y el viaje no estuvo exento de dificultades.
Tras la salida de integrantes fundadores como Marcelo Muñoz y Gabriel Vigliensoni, en 1999, y de Francisco González seis años después, Lucybell se transformó en una banda casi completamente nueva. La llegada de José Miguel “Cote” Foncea en batería no solo definió un nuevo rumbo sonoro, sino también estratégico: fue pieza clave en cómo reposicionar al conjunto, cómo moverlo en un contexto adverso, cómo reinventar la marca “Lucybell” cuando las reglas del juego cambiaban.
Esa capacidad de adaptación fue lo que permitió que atravesaran las distintas estaciones de la industria: del disco compacto al mp3, del clip al streaming, del circuito de festivales al show autogestionado. En esa persistencia se jugaba también su vigencia.
Este 2025 ha sido una despedida lenta, casi ritual. Un anuncio que llegó en enero y derivó en dos giras -Sesión 3000 y Ecos- con últimos shows en Antofagasta, La Serena, Valparaíso, Concepción y Osorno, entre otras ciudades. Visitas a escenarios significativos como Lollapalooza y el Municipal de Santiago; homenajes a discos específicos, canciones nuevas, y hasta anuncio de libros, documentales y registros antológicos de la despedida. Luces que se fueron apagando de a poco, como habitaciones de una casa que sabe que pronto quedará sola.
Lo notable es que, a diferencia de otros finales en nuestra música, Lucybell opta por un cierre amistoso, consensuado, sin rencillas públicas ni escándalos. Una decisión atípica, que se ha vivido al menos públicamente con respeto y cuidado; como un pacto íntimo entre ellos y su público.
Lo paradójico es que podrían seguir. Siguen llenando recintos, mantienen una audiencia leal, han probado que su repertorio sigue vivo. Y sin embargo, eligen cerrar. Tal vez porque entendieron que hay algo más digno en retirarse a tiempo que en aferrarse a la inercia. Y aunque queda la amarga sensación de que valoramos más a una banda cuando anuncia su partida, aquí también hay un dejo de gratitud: Lucybell se va en pie, dejando todo su catálogo a disposición de la memoria.
La noche del próximo 10 de octubre, cuando caiga el telón en el Movistar Arena, no será solo el final de un concierto. Será la clausura de un capítulo importante en la música chilena. Un vacío difícil de llenar, porque no se trata solo de canciones, sino de una identidad generacional. Lucybell deja una memoria sonora de lo que fuimos y de lo que soñamos ser. Un eco que seguirá resonando después del último acorde. Porque a veces el silencio también es música, y porque quizás, en ese final del camino, Lucybell seguirá hablándonos.