Justo contra reloj, el martes 30 de septiembre el gobierno ingresó al Congreso la Ley de Presupuesto 2026, iniciando así un debate que se extenderá hasta fines de noviembre. Un debate que, de paso, convivirá con elecciones presidenciales y parlamentarias, lo que corre el riesgo de transformarlo en una plataforma electoral, perdiendo la oportunidad de realizar un ejercicio serio de responsabilidad fiscal.
Una vez más, y para sorpresa de nadie, nos enteramos que el Ejecutivo vuelve a fallar en cumplir su propia meta de balance estructural y, a la vez, se anuncia con entusiasmo un 1,7% de incremento en el gasto, pero que efectivamente se trataría de un 3%. Nada nuevo bajo el sol: la misma fórmula de siempre, sobrestimar ingresos para justificar mayor gasto. La diferencia es que esta vez el margen de credibilidad es prácticamente inexistente.
El deterioro fiscal se refleja en los ahorros. El Fondo de Estabilización Económica y Social (FEES), que esta administración recibió cercano al 3% del PIB, hoy se ubica apenas en 1,1%. ¿Cuál fue la catástrofe nacional que justificó al Presidente Boric vaciar la caja? Nadie lo sabe. Lo cierto es que la holgura que podría haber servido para enfrentar emergencias futuras se diluyó en un gasto corriente que no mejoró la economía ni tampoco resolvió los problemas de fondo de los chilenos.
La proyección fiscal para 2025 es igual de preocupante: la meta era un déficit de 1,6% del PIB, pero la proyección real apunta a 2,2%. En cualquier país serio, sería un motivo de alarma y de rectificación inmediata. En Chile, en cambio, parece ser apenas un nuevo capítulo en la larga teleserie de las excusas oficiales, donde nunca hay responsables y siempre se promete que “ahora sí” se cumplirá lo prometido.
A ello se suma el espectáculo de la cadena nacional. Una vez más, el presidente utilizó un espacio institucional para hacer activismo político y hablar de un país que no existe, un mundo de fantasía en que él ha vivido casi cuatro años, desconectado de la realidad que enfrentan el resto de los chilenos. Más preocupado por condicionar lo que hará quien gobierne en el próximo período que por corregir el rumbo en los meses que aún le quedan, una vez más, demuestra que su desconexión de la realidad es quizás lo que más daño le ha hecho al país.
Persisten las dudas sobre las cifras y cálculos, y difícilmente serán despejadas en esta discusión presupuestaria, especialmente cuando sigue en su cargo la “mejor directora de presupuestos de la historia” cuya reputación se ha ido desmoronando entre proyecciones erradas y supuestos que no se cumplen. Si la confianza es un activo, hoy está en números rojos.
Y como si todo lo anterior fuera poco, se anunció la eliminación de la llamada glosa republicana, buscando restringir al próximo gobierno antes de que siquiera asuma. Un país con un balance incierto, una deuda pública al alza, sin avances concretos en empleo, salud o seguridad, y con un presupuesto que compromete el futuro más que resolver el presente. Ese es el legado que el presidente insiste en llamar “responsabilidad fiscal”.