La vida urbana está condicionada por los muros y su doble lectura de estructuras que protegen o separan. Sin embargo, hay veces en que logran algo extraordinario: unir. Eso es lo que acaba de ocurrir en Lo Barnechea con la inauguración del Mural a cielo abierto, una intervención artística y social de más de mil metros cuadrados que transforma el sector sur de la Costanera Norte, a la altura de San José de la Sierra, en un hito visual en el cual se reencuentran naturaleza y comunidad.
El proyecto, articulado por el programa de Regeneración Urbana del barrio Las Ermitas–Bicentenario y la Corporación Cultural de Lo Barnechea, que contó con el apoyo de distintas organizaciones del mundo privado, surgió como una respuesta a la necesidad de mejorar la calidad de vida de los vecinos y vecinas utilizando el arte, la belleza y un relato propio de este territorio precordillerano. La obra, fruto de un concurso abierto organizado por la Corporación Cultural, se titula Guardianes de la Cordillera y fue creada por la artista Alessia Innocenti Serrano. Su elección no fue casual. Se buscaba una imagen que interpretara la identidad de quienes habitan y transitan por ese lugar; que rescatara la memoria del río, la montaña y la naturaleza y la manera en que antiguos y nuevos vecinos de Lo Barnechea, se vinculan con ésta.
Lo Barnechea es una comuna única. Diversa en su tejido social, rica en historia y patrimonio, y bendecida con un 95% de montaña. Era de esperar que los vecinos y la comunidad encontraran precisamente en la naturaleza su punto de unión, rescatando la obra esa presencia poderosa y viva que acompaña al territorio. La artista lo tradujo en figuras lúdicas, totémicas, casi sagradas, que dialogan con la flora y fauna del lugar, constituyendo una constelación que invita a contemplar la naturaleza pero a imaginar un nuevo futuro. El resultado va más allá de una intervención artística, es una narrativa visual que recuerda que formamos parte no solo de un mismo y gran ecosistema, sino también que somos herederos de una cultura ancestral marcada por la cordillera.
Cabe destacar que esta obra es parte además de una historia más amplia. El barrio Las Ermitas, nacido en los años ‘90 para ser un espacio peatonal y de encuentro, vio cómo el cambio de hábitos urbanos -más autos, calles estrechas y menor interacción- erosionó su diseño original. Hoy enfrenta un proceso integral de regeneración, resultado de una consulta vecinal que definió más de treinta proyectos para recuperar su habitabilidad. Uno de ellos fue este mural.
El arte tiene un poder transformador que a veces olvidamos, porque nos conecta con el territorio, con los otros y con nosotros mismos. Y cuando eso ocurre en el espacio público, no estamos frente a una obra más: estamos frente a una señal poderosa del tipo de ciudad que queremos habitar.