Secciones
Opinión

Después del mapa azul

La gran incógnita es si habrá una sola oposición o varias. Todo indica que podrían convivir distintos polos dentro de un mismo bloque, con coordinaciones mínimas, pero con proyectos distintos. Algo que, en rigor, no sería tan nuevo: se parece bastante a cómo comenzó el gobierno actual.

En la izquierda nadie quedó realmente sorprendido con los resultados de la presidencial. La derrota se venía anunciando desde hace tiempo. Pero una cosa es anticiparla y otra, muy distinta, enfrentar su magnitud. El mapa teñido de azul fue una imagen lapidaria. No solo por lo que mostraba, sino por lo que dejaba en evidencia: no se trató únicamente de una derrota electoral, sino de algo bastante más profundo. Para muchos, derechamente, una derrota cultural.

Ese fue el ambiente que se respiró en la centroizquierda y la izquierda en las horas posteriores a la segunda vuelta presidencial. No hubo shock, pero sí una desilusión honda, casi introspectiva. Abundaron las conversaciones en voz baja, las explicaciones más silenciosas que públicas y una sensación compartida de fin de ciclo. No uno que se cierre con estridencia, sino de esos que se extinguen cuando ya no queda mucho que sostener.

El reflejo inmediato ha sido la cautela, aunque la tentación de buscar culpables aparece rápido. Sin embargo, la idea dominante es que esto va a requerir una reflexión larga y sin atajos. Por eso, los primeros encuentros han sido más bien formales y contenidos, orientados a cerrar una etapa y a darse tiempo. Tomar distancia, ordenar ideas, dejar pasar algunos días antes de intentar explicarlo todo.

En ese ánimo, comenzó a repetirse una consigna: bajar la ansiedad. Después de un fracaso de esta magnitud, conviene observar con atención al nuevo gobierno, analizar con lupa sus primeros movimientos y evitar decisiones impulsivas. Pensar, más bien, qué es lo que ahora se le quiere ofrecer a la ciudadanía.

En privado, eso sí, ya circulan las autocríticas. La más extendida es incómoda, pero persistente: la derrota sería el resultado de un proceso largo de desconexión con el ciudadano. Especialmente con este nuevo votante obligatorio, menos ideologizado y mucho más preocupado de la seguridad, la inmigración y la vida cotidiana que de cualquier otra cosa.

En contraste, la centroizquierda parece haberse ido encantando con visiones abstractas, identitarias y discursivas, alejándose de un electorado mucho más práctico y menos politizado. En ese vacío, la derecha terminó capturando la demanda por orden, mientras el progresismo no logró articular una respuesta convincente.

Algunos llevan la reflexión aún más atrás. Ven aquí la consecuencia de un proceso iniciado hace más de una década, cuando se intentó renovar a la ex Concertación, una coalición que terminó diluyéndose sin un reemplazo claro. El socialismo democrático no logró consolidar un proyecto propio y quedó, durante demasiado tiempo, orbitando en torno al Frente Amplio, hasta prácticamente desaparecer de escena. En esa deriva, el centro político se fue desdibujando, perdiendo identidad y peso.

Por eso hoy se repite con fuerza una idea: el problema es más estructural y tiene que ver con un déficit de relato, de coherencia y de capacidad para leer el momento histórico y social que vive el país.

Mirando hacia adelante, se abren varios caminos posibles, ninguno limpio ni excluyente. Uno es una renovación interna de los partidos tradicionales de izquierda, que busque reordenar alianzas históricas y redefinir identidades. Otro es el del mundo que hoy gobierna, que enfrenta su propio proceso de duelo y la pregunta inevitable sobre cuánta autocrítica real está dispuesto a asumir. Un tercero apunta a una recomposición del centro político, todavía difusa, sin liderazgos claros y, por ahora, más pensada desde el Congreso que desde una candidatura presidencial.

La gran incógnita es si habrá una sola oposición o varias. Todo indica que podrían convivir distintos polos dentro de un mismo bloque, con coordinaciones mínimas, pero con proyectos distintos. Algo que, en rigor, no sería tan nuevo: se parece bastante a cómo comenzó el gobierno actual.

Por ahora, el objetivo parece modesto, pero clave: mantener una coordinación básica hasta el término de esta administración. Nadie quiere disparar hacia adentro mientras todavía comparten responsabilidades. La pregunta de fondo es esta: si el progresismo quiere volver a levantarse, ¿podrá hacerlo desde los mismos códigos, los mismos espacios y las mismas lógicas de siempre, o va a tener que encontrar —por fin— una conexión real con el ciudadano, al que hace rato dejó de escuchar?.

Notas relacionadas