Después de ser condenado por la justicia canónica -o de la Iglesia- a principios del 2011, el sacerdote Fernando Karadima se encuentra viviendo en el Convento de las Siervas de Jesus de la Caridad, en la comuna de Providencia.
Él sería el único hombre que vive en este asilo, que tiene entre sus moradores a 37 ancianas provenientes de familias acomodadas, y su presencia no pasaría desapercibido ante las cerca de 30 personas que se desempeñan en ese lugar, como religiosas, auxiliares de aseo, kinesiólogos, estudiantes de enfermería y su médico. Todos saben el porqué de su reclusión.
Un equipo de Agencia Uno investigó la rutina que ahora impera en la vida del otrora influyente sacerdote, el que también fue condenado por la justicia ordinaria por los abusos sexuales que cometió en contra de un grupo de seminaristas, pero estos delitos fueron calificados de prescritos a causa del tiempo que transcurrió desde que se cometieron.
Sus jornadas transcurren entre su pieza y una sala de lectura, en la que hay una figura de Jesús, una imagen de la virgen y una lámpara eléctrica con forma de vela.
Se viste solo, y cada día entre las 13:15 y 13:20 abre la ventana de la pieza donde está la mayoría del tiempo.
Si bien se le prohibió oficiar misas, se asegura -y hasta han surgido fotografías- que el sacerdote ha realizado ceremonias al interior de la capilla. Algunas de las personas que trabajan en el lugar indican que Karadima tiene una atención privilegiada: “Él tiene un trato especial así que es mentira todo lo que se dice; le hacen comida aparte, no come lo mismo que el resto”.
El cura espera la fecha que cite el ministro Juan Manuel Muñoz, quien instruye la demanda civil en contra de la Iglesia de 450 millones, donde las víctimas de Karadima acusan que la institución habría tenido un actuar negligente a la hora que ellos presentaron la denuncia. Sus abogados intentaron evitar esta comparecencia, lo que fue desechado por el juez.
