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Francesca Cavallo: “La masculinidad también necesita ser liberada”

La autora de “Cuentos de buenas noches para niñas rebeldes” vuelve a desafiar los estereotipos de género con “Cuentos del espacio para hombres del mañana”. De paso en Chile, Francesca Cavallo habló con El Dínamo de la presión del éxito y de su visita al Observatorio Paranal.

Con la seguridad que le dan más de 10 millones de copias vendidas en el mundo, Francesca Cavallo sonríe y da un apretón de mano cordial. La escritora italiana está en Chile para promocionar la segunda batalla de “la resistencia” a los estereotipos de género que inició con Cuentos de buenas noches para niñas rebeldes (2016), una serie de biografías de mujeres notables -desde Madame Curie hasta Malala, pasando por figuras locales como la autora Isabel Allende-.

Esta nueva cruzada está dirigida a los niños, a los pequeños que crecen en medio de una cultura donde conductas como la relación imitativa con el padre, la competitividad con los pares, el bloqueo de las emociones y el no consentimiento en la relación con las mujeres tienden a ser normalizados. 

De impecable traje gris, calzando sneakers y prodigando un discurso tan amable como decidido, Francesca recibe a EL DÍNAMO en un hotel de Providencia para hablar de Cuentos del espacio para hombres del mañana (Planeta Junior). Su elección narrativa para este volumen con ilustraciones del mexicano Luis San Vicente, no es la de las biografías, sino que la de los cuentos de hadas.

“Al comienzo pensé que este libro sería una reescritura de cuentos clásicos, pero con personajes masculinos más completos, capaces de tener un mejor diálogo interior”, cuenta. “Sin embargo, algo mágico empezó a pasar: cuando los personajes cambiaban, también cambiaba todo el mundo a su alrededor. Entonces entendí que no se trataba de reescribir, sino de inventar nuevas historias”, agrega.

En sus creaciones, Francesca Cavallo cuenta que había una vez un planeta muy, muy lejano, donde una serie de personajes masculinos son capaces de vestirse con tutú, mostrar sentimientos, empatizar y respetar a las niñas a su alrededor:

Este libro es más pionero, porque recién estamos entendiendo que para alcanzar la igualdad de género no basta con trabajar solo en las mujeres: también debemos trabajar en los hombres y liberarlos de ciertas ideas muy estrechas. La masculinidad también necesita ser liberada”, dice.

-Después de un éxito tan grande como Niñas rebeldes ¿no sentiste presión de repetir la fórmula?

Claro que sí. Todos querían más libros del mismo estilo. Pero el éxito pertenece al pasado. Si me hubiese quedado ahí, habría muerto como artista. Al principio tuve miedo: pensé que este nuevo libro no sería tan exitoso. Pero decidí no dejar que el miedo dictara mis pasos. Algunos libros venden más, otros menos, pero lo importante es estar conectada con tu tiempo y aportar algo vivo a la conversación cultural.

-¿Dónde ha visto más interés por esta propuesta?

Sorprendentemente, en países asociados a culturas más “machistas”. Italia, por ejemplo, vive un gran debate sobre la masculinidad. Y México fue el primer país fuera de Italia que compró el libro. Para mí es muy interesante, porque visto desde Estados Unidos se podría pensar que estamos más atrasados en la comprensión de género y estereotipos, pero siento que allí el debate va más atrás que en nuestras culturas latinas.

Masculinidad tóxica en Silicon Valley

Francesca Cavallo inició su vida profesional como directora teatral en Italia. Quiso crear una plataforma de medios para niños y se trasladó a Estados Unidos para desarrollarla. Fue en medio de ese ecosistema de emprendedores tech que surgió su deseo de comenzar a escribir sobre los estereotipos de género.

-Viviste diez años en Estados Unidos. ¿Cómo marcó esa experiencia tu visión?

Me mudé allá pensando que Silicon Valley sería un paraíso de igualdad y meritocracia. Pero lo que encontré fue una enorme cultura de masculinidad tóxica. Tecnológicamente era avanzado, pero culturalmente no. Fue un primer llamado de atención: no todo lo de afuera es mejor.

-Hoy los modelos de masculinidad que ven los niños van desde los magnates tecnológicos hasta líderes políticos como Trump. ¿Cómo observas eso?

Es una gran contradicción. Esos hombres —los dioses de Silicon Valley— comparten la mesa de poder con presidentes que encarnan un modelo de masculinidad autoritario. Y esos terminan siendo los referentes de los niños. Por eso digo que este libro es una forma de resistencia: necesitamos ofrecerles otros ejemplos, otras narrativas que no se basen en el dominio ni en la violencia.

-¿Por qué decides comenzar tu cruzada literaria  con las niñas y no con los niños?

Porque era más cercano a mi experiencia personal y el momento cultural estaba listo. Había un clima de empoderamiento femenino y luego apareció el movimiento MeToo. Pero escribir sobre los niños fue más difícil: tuve que confrontar mis propios prejuicios y admitir que, en parte, yo tampoco confiaba en ellos.

-¿Qué descubres en ese proceso?

Que, al igual que a las niñas se les enseña una cultura de subordinación, a los niños se les enseña una cultura de agresión y apatía. En los cuentos clásicos, las princesas son diferentes, pero el príncipe encantador siempre es el mismo: no es un personaje, es una función narrativa. Los niños aprenden que sin princesa no tienen historia. Esa presión sobre el romance explica muchas dificultades de los hombres para aceptar el fin de una relación, a veces con consecuencias extremas como la violencia.

-El libro también replantea los finales felices…

Sí. En un cuento, un pirata salva a una pirata, pero ella no le da un beso. Lo agradece, pero no le debe su cuerpo a cambio de salvarla. Hacer el bien ya es en sí mismo la recompensa. Me parecía fundamental transmitir ese mensaje…

¿Y cómo reaccionan los lectores?

-Te cuento una anécdota: tengo un vecino de 84 años, un hombre encantador, que todavía no me perdona que en esa historia la niña pirata no bese al niño pirata. Para él, el final correcto habría sido ese. Y eso demuestra cuán profundo tenemos grabado el mandato del “final feliz” como recompensa romántica. Cambiarlo resulta muy perturbador para algunos.

Un universo sin estereotipos

-Ambientas las historias en nuevos planetas. ¿Por qué tomas esa decisión?

Porque cuando hablamos de igualdad de género suele sentirse claustrofóbico, como si hubiera un espacio limitado, un número fijo de “sillas en la mesa”. Yo quería mostrar lo contrario: que si entendemos la igualdad como una liberación mutua, se abre un universo ilimitado de posibilidades. Por eso ambienté los cuentos en distintos planetas, para transmitir esa sensación de amplitud. Y es mágico que ahora vaya a leer esas historias en el Observatorio Paranal, en Chile, un lugar que ya aparece ilustrado en el libro. Sentir que esas historias de pequeños planetas se leerán bajo las estrellas del desierto de Atacama es un verdadero milagro.

-Suenas emocionada.

Muchísimo. Me da escalofríos pensarlo, porque justamente quería que los niños imaginaran un universo infinito donde podemos reinventarnos. Y hacerlo en Paranal es como cerrar un círculo.

-¿En qué proyecto trabajas ahora?

En una versión para adultos. Tengo una comunidad virtual en Italia, Maschi del Futuro, con unas 25 mil personas que leen semanalmente sobre cómo deconstruir y reescribir la masculinidad. Todo el material de investigación que usé para los cuentos será ahora un libro para adultos. Porque la masculinidad, en gran parte, se construyó sobre el silencio: padres que no decían “te quiero” porque creían que perderían autoridad. Ese silencio nos dejó vacíos familiares enormes.

-Mencionas que la autoridad masculina está asociada al silencio. ¿Podrías profundizar?

Piensa en El Padrino. Un hombre tiene autoridad porque basta con que diga una sola palabra para que todos obedezcan… “Y no me hagas repetirlo” … Es un modelo muy interiorizado de masculinidad. Incluso en versiones más “dulces”, muchos hombres han mostrado afecto solo con acciones, sin palabras. Pero ese silencio deja huecos: cuando mueren, descubrimos cuánto de ellos nunca conocimos. En mi investigación entendí que los relatos masculinos dentro de las familias suelen ser de guerra, mientras que las historias íntimas las heredamos de las mujeres. Eso dice mucho sobre cómo hemos construido la masculinidad.

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