Seamos realistas: la mayoría tenía a Fotolog bastante olvidado, pero su cierre brusco y sin aviso alertó a varios usuarios . Al menos, a la generación que creció esperando que fueran las 2 de la mañana para subir una nueva foto con la cámara digital de la familia que no tenía opción frontal.
La siguiente es una colección de aspectos que hacían única a esta proto-red social. El Facebook antes de Facebook; la selfie antes de la selfie. Con ustedes: Fotolog, los grandes momentos.
Cierto es que no hacía falta ser modelo de pasarela para abrir tu portal: había trucos. Los más alternativos recurrían a fotos de sus películas favoritas, collages en Paint con pixeles estrujados al máximo, o tomas muy conceptuales de la ciudad, todo muy amarillo y ojalá con bordes redondos, que se le lograban pintando las esquinas del mismo color del fondo de tu página personal.
Los más atrevidos resistían el primer plano con valentía, pero con un recurso clave: la foto pokemona. Ese ángulo aéreo que permitía la delgadez instantánea acentuaba los raros peinados de navaja y flequillos que nos hacían ver como verdaderos pastores ingleses. Nada importaba más que pertener a una tribu urbana, y Fotolog no daba vergüenza: era nuestro carnet de identidad.

En todo caso, más que cualquier cosa, Fotolog era un culto al ego, o a la construcción de este. Aquellos que eran más introvertidos en sus colegios tenían la oportunidad de mostrar sus pensamientos hacia círculos que sí los entendían, porque no solo se trataba de las fotos.
Los textos, llamados “captions”, eran casi más importantes que las imágenes, pero a veces, simplemente, no existía inspiración. “Cero aporte yo”, “puro ocio”, “salgo fea pero es lo que hay”, “no tengo más fotos”, eran clásicas frases que rellenaban un espacio de 5 mil caracteres que podía servir de metralleta de indirectas al chico que te gustaba o para homenajear a tu mejor amigo en su cumpleaños. No había atajos, nadie te avisaba que tu bff estaba de cumpleaños el 15 de julio y, menos aún, nadie te enviaba un enlace directo para escribir un mensaje de una línea, como “feliz cumple”. El esfuerzo era mayor, y ni hablar de los pseudoidiomas que se generaron para embellecer los títulos.
Una combinación que ahora significa un dolor de cabeza y vergüenza en retrospectiva es combinar todos los círculos posibles. oOoOoOoO0000_____ o quizás ¸.·*¨)) ´· .¸´· .¸_¸. ·´ . ·´ )(NicK) (( ¸.·´ ¸.·*¨¯¨*·.¸ opciones comunes para aquel ser que no tenía suficiente dinero para gastar en una cuenta gold, el Olimpo de los fotologueros.
El sitio te permitía jugar con la personalización. A un nivel bastante básico, claro, pero no había mayor placer que tener tus links ordenados, cambiar tu país de residencia para que coincidiera con la letra de tu canción favorita o ir juntando de diez en diez los comentarios para que tuvieras más espacio. “Agrega a f/f y te agrego, comenta y te comento 5 fotos” tuvieran lugar en tu perfil. La estandarización que llegó a uniformar Facebook cuando los muros dejaron de tener el orden que nosotros queríamos fue nuestra última opción.
La caída de la madre de las redes implica algo más que la eliminación de tu pasado que te condenaba, es también como si se incendiara tu álbum de fotos de infancia. Se fue la adolescencia con su acné y ropa mal combinada, pero también murió una parte de nuestras vidas, un anuario que íbamos construyendo a pulso, a punta de esfuerzos de la banda ancha y de horas levantando el brazo con la cámara a punto de caer.
La muerte de la red fotográfica nos hace abrir los ojos: todo llega a su final. Aún cuando Facebook parezca eternizarse, también creímos eso de Fotolog en algún momento. Llegó, discreto, en 2002, como una idea de reunir a los amigos de los estadounidenses Scout Heiferman y Adam Seifer. Como nadie es profeta en su tierra, los dos (junto a un misterioso tercer personaje solo identificado como Spike) lograron posicionar a la web en lugares como Brasil, España, Argentina y nuestro país.
Desde esta vereda, en la que Snapchat e Instagram intentan cubrir carencias imposibles por su naturaleza automática e instantánea, prenderemos una velita virtual a lo que un día fue nuestro refugio de los adultos y nuestro diario de vida abierto. Esta muerte viene a coronar una época de talk shows de tribus urbanas y de exigencia por darle un nombre a tu estilo de vida que, por mucho que nos esforcemos en estirar, ya lleva un buen tiempo enterrada.
Era tiempo de cerrar por fuera y esperar a tener nietos que se rían de nuestras historias de hacernos cuentas alternativas para nuestras fotos más dark, de los esfuerzos por lograr que el flash de la Cybershot no mostrara lo sucio del espejo del baño, de promocionar “Fiestas Flúor” y de tener que codificar los mensajes de odio porque no había bandeja de entrada para el pelambre.
Desde nuestros muros y botones de retuiteo, clamamos por última vez: “te recordaremos, Fotolog”, y nos dolerá menos la herida del amor que se fue sin dejar huella. Al resto, es decir, a aquellos introvertidos que no iban a caer en el jueguito de la autofoto diaria, les dio bastante lo mismo: hasta sintieron alivio. A ellos, solo un último favor: compartan esta nota con todos sus F/F y no le den color.