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2 de Octubre de 2018

Vivir y morir en Quintero: crónica de la resistencia en una ciudad envenenada

Ha pasado poco más de un mes desde que una nube tóxica envenenó a Quintero. Hoy suman más de 1.200 intoxicados y nadie sabe qué empresa es la culpable. Los vecinos que resisten a la contaminación creen que puede ser cualquiera, o que pueden ser todas. Están tan acostumbrados que pueden oler los diferentes tóxicos en el aire. Esta es su lucha.

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La noche en que Catalina se envenenó, el aire se había tornado tan denso que al respirar sintió como si hubiera metido la nariz directo en una botella de cloro. Se le cerró la garganta y los ojos le ardieron. A veces la nube tóxica de Quintero huele a cloro, a veces a azufre. Otras veces no huele, pero siempre se siente, y las primeras partes del cuerpo en notarla son la nariz, la garganta y los ojos. Esa noche Catalina se fue acostar sintiendo el pecho apretado y despertó con un dolor de cabeza que hizo que se recostara unos minutos más en la carpa donde duerme desde hace semanas en una plaza de la ciudad. “Menos mal dejé la carpa abierta, porque me encontraron casi inconsciente. No sentía las piernas, me dolía mucho la cabeza, no podía ni abrir los ojos. Y me costaba respirar. Tenía la boca seca, muy seca, no podía tragar”, dice. Lo que pasó después no lo recuerda bien, pero su madre, Luz María, una de las líderes del movimiento contra la contaminación, cuenta que entre varias personas la subieron a un auto y  la llevaron en andas al hospital de Quintero. 

Hasta ahora, nadie sabe qué es lo que huele mal. En los últimos 10 años, la zona de Quintero y Puchuncaví tuvo 8 episodios de contaminación, afectando a cerca de 483 personas. Desde el 21 de agosto pasado los episodios vienen ocurriendo semana a semana y ya van más de 1.200 personas intoxicadas. 

En una esquina de la plaza más grande de Quintero, un puñado de carpas forman un improvisado campamento. Es el Cabildo Abierto Quintero – Puchuncaví, una toma que nació como forma de protesta contra la contaminación. Es mediodía y una docena de personas, la mayoría mujeres, se dividen entre preparar almuerzo y ordenar. Retiran un cartel que dice “La Metilclorfonda”, un vestigio de las celebraciones de fiestas patrias que bautizaron en honor al metilcloroformo, una de las sustancias que las autoridades identificaron como causante de uno de los tantos episodios de contaminación de las últimas semanas. Es un compuesto ilegal para desengrasar cañerías industriales y que en teoría no debería existir en Chile, pero en Quintero pasan muchas cosas que en el resto del país no ocurren.

La noticia del día es que un decreto supremo paralizó por 48 horas algunas actividades de las nueve empresas contaminantes de la zona. “Qué quiere que le diga, anoche igual trabajaron, por lo tanto queda en suspensión la contaminación. Qué sacamos con paralizar las empresas 48 horas si después van a volver a lo mismo. Eso para mí no es una solución”, dice Luz María González, una de las personas que inició este cabildo. 

Además de la toma de la plaza, se han organizado tomas en colegios y marchas, la última de éstas reprimida por Carabineros. Las peticiones de las organizaciones que luchan contra la contaminación son simples: que dejen de contaminar. Para eso piden que se homologue la normativa nacional a los estándares recomendados por la Organización Mundial de la Salud, y que se mida de forma independiente las emisiones de las empresas. Hasta el 10 de septiembre pasado, eran las mismas empresas las encargadas de medir sus propios niveles de contaminación. Ahora será el Ministerio de Salud quien reciba los informes, pero seguirá siendo SGS Chile Ltda, la misma firma que operaba la red de monitoreo para el parque industrial, quien mida los niveles de contaminantes. Además, las estaciones de monitoreo de tóxicos no miden las 24 horas. Falencias que el gobierno espera solucionar en la próxima licitación en 2019.

“La verdad es que las autoridades de gobierno nos han dado puras soluciones parche y eso no ha sido satisfactorio para nosotros. Queremos soluciones reales. Estamos conscientes que las empresas no las pueden sacar, pero sí sabemos que generan muchas lucas, por lo que deberían comprar tecnología para poder implementar el estándar de mediciones europeas que sabemos que son de punta, son realmente efectivas, y que no sean manipulables por el gobierno ni las empresas”, dice Luz María.

Luz María, asistente de educación, llegó a Quintero desde Santiago hace 15 años. Su hija Catalina sufría crisis de asma cada invierno, por lo que eligió la costa para vivir. “Mi hija iba a ser una asmática crónica. Y llegamos acá y se mejoró. Nunca más la tuve que nebulizar ni tuvo que inhalar ni nada. Ahora ya tiene 22 años y es una muchacha sana.  Lamentablemente con este último episodio, como ella igual sigue siendo vulnerable, cayó. Espero no vuelva a caer”, se lamenta. “¡Me arranqué del smog para venir a la contaminación!”, dice con media sonrisa Catalina. 

Al entrar a Quintero algunas banderas negras reciben a los visitantes. De edificios de departamentos cuelgan lienzos que piden terminar con la contaminación. Pero esas son las únicas señales de descontento. No parece una ciudad que ha recibido niveles tóxicos de dióxido de azufre, cadmio, arsénico y otros contaminantes por décadas. “Aquí la gran mayoría de la gente de Quintero no está de acuerdo. No con el hecho de que protestemos, sino con que estén estas carpas, esta toma. Porque a la gente le importa más lo estético que la salud”, explica Luz María. Además, cuenta que hay un factor económico que divide a Quintero. “Hay instituciones como sindicatos, la cámara de comercio y juntas de vecinos que ya presentaron una demanda para recibir una indemnización económica. Eso no me cuadra, no me entra. ¿Cómo la gente puede negociar la vida y la salud de sus familias, de sus niños, de ellos mismos? Porque acá caen todos. Niños, jóvenes, adultos mayores. Quizás no les ha llegado el momento, pero cuando ya les llegue van a entender. Nosotros no queremos ningún tipo de indemnización. Nosotros estamos por la vida, por la salud, por un aire limpio”, dice Luz María.

Carlos es un ex trabajador de la fundición de Codelco que participa en la toma. Su nombre no es Carlos en realidad, pero prefiere no dar su nombre real. “¿Sabes cuál es el problema? Que si nosotros recibimos la plata, es como decir ‘ya, echa humo no más, qué te preocupai’. La gente se vende acá, hermano. Hay mucha gente que se vende a las empresas. ¿Cómo? Al recibir una plaza, un parque de juegos para los niños… hicieron una costanera mal hecha, que al primer temporal se rompió”, señala.

Los fantasmas de los Hombres Verdes

Todas las personas de Quintero conocen sobre los Hombres Verdes. Cuando hablan de la contaminación de las empresas, invocan el caso de los primeros trabajadores de la fundición de Ventanas, de Codelco, envenenados con metales pesados. Un reportaje de La Estrella de Valparaíso en 2011 reveló las horribles consecuencias de los trabajadores con altos niveles de arsénico, plomo, mercurio y cobre en la sangre: llagas por todo el cuerpo, desprendimiento de la piel, pérdida de memoria y en estados terminales o avanzados, dolores horrorosos que ni la morfina es capaz de contener. Los órganos se descomponen y se cuelan por la orina. El hígado se vuelve una sustancia gelatinosa que brota de la boca de los enfermos. Quienes mueren a causa de este envenenamiento tienen sus órganos internos teñidos de verde. De ahí el nombre.

Los Hombres Verdes son trabajadores que comenzaron sus labores a inicios de la década del 70, pero las condiciones parecen no haber cambiado mucho con los años. Carlos trabajó como subcontratista en Ventanas lo suficiente como para poder describir de memoria la ubicación de chimeneas y bombas de agua. “Un día llegó un viejo y me dijo ‘oye, ¿por qué no limpiai aquí?’. Quería que le sacara todo el arsénico que había el en piso. Y le dije ‘ya po, tráigame la ropa de seguridad’‘No, haz así no más la weá’. Le dije que estaba loco. ‘Soy flojo cabro culiao’, me respondió. Me fui no más y vi cómo el viejo se tragó todo el humo. Pasaron los años y hace poco lo vi, y andaba todo cagado mi tío. Si eso es veneno. Es letal”, dice. 

Ventanas está a 10 minutos en auto de Quintero, al extremo norte de la bahía. Entre medio de las dos localidades se ubican todas las fábricas del parque industrial: Oxyquim, Copec, Gasmar, Enap, Enex, GNL Quintero, AES Gener y la fundición Ventanas, de Codelco. De la misma playa emergen cañerías gigantes como tentáculos metálicos, las más pequeñas miden más de dos metros de alto y están destinadas a botar desperdicios, y las más grandes son las de AES Gener, GNL y Oxyquim. Son tuberías altas como edificios de 5 pisos, se adentran hasta 1,7 kilómetros en el mar y funcionan como muelles. En verano los niños se bañan frente a la termoeléctrica a carbón de AES Gener porque de una tubería enterrada en la arena sale agua tibia usada para enfriar procesos productivos. Le dicen “Aguas Calientes”. 

El tour de los metales pesados

Una micro y un guanaco de Fuerzas Especiales de Carabineros están estacionados por estos días frente a la planta de Ventanas. En medio de las protestas vecinos quemaron una caseta de seguridad perteneciente a Codelco, y ahora las empresas del parque industrial cuentan con protección de la policía uniformada. De un lado y otro de la carretera hay escoria; el subproducto de la refinación de cobre. Está compuesto principalmente de hierro, pero además tiene arsénico, cadmio y plomo, entre otros. Del lado que da hacia el interior, las montañas negras de escoria están tapadas con pinos, y del lado que da al mar, con malla raschel, como una cancha de tenis tóxica. Cristina Ruiz no puede evitar lanzar una carcajada cuando ve las mallas verdes. “Esta es su medida de mitigación”, dice. 

Cristina es una de las coordinadoras del grupo ambientalista Mujeres de Zona de Sacrificio Quintero – Puchuncaví en Resistencia. Desde hace años trabaja por la descontaminación de la región y como una buena parte de la población de la zona, también se intoxicó hace poco. Un día estaba fotografiando a los pescadores de Ventanas recoger el carboncillo que se acumula en la playa (la única actividad remunerada que tienen los pescadores, al no poder pescar en la bahía), y cuando volvió a su casa, no sentía las piernas. Se le durmieron las manos y sintió un fuerte dolor de cabeza, así que partió al hospital de Quintero. “Me dieron una inyección y me quedé dormida toda la tarde. Y de ahí quedé con temblores en las manos, de repente se me duermen. Y no sabemos qué es. Sabemos de algunos químicos, pero no todos. No tenemos exámenes en Chile para detectarlos”, dice. 

Cristina me lleva por el camino que llega a Maitenes, otra localidad de la zona. Desde un descampado se puede ver el lado opuesto de la montaña de escoria tapada con árboles, y no es una montaña, son varias. Millones de toneladas de tierra negra cayendo a un lado de un humedal. “Acá tenemos arsénico, plomo, cadmio. Ahí está la tabla periódica completa”, dice Cristina mirando hacia la escoria. “Todos hablamos de que esto es el Chernobyl chileno”, apunta Cristina. “No puede ser que llevemos más de 1.000 personas en-ve-ne-na-das. No intoxicadas, yo me intoxico con comida, con alcohol, me intoxico con cualquier cosa que yo pueda consumir. Pero no estamos consumiendo porque queremos, estamos envenenados. Se encontraron cosas que no deberían existir acá en Chile, como el metilcloroformo. Y lo estamos respirando nosotros, y queda en nuestros cuerpos, queda en nuestras escuelas, queda en nuestros niños, queda en nuestra tierra”, cuenta. 

La mayoría de las organizaciones que luchan en Quintero y Puchuncaví están lideradas por mujeres y eso tiene una explicación lógica: no hay hombres porque no hay trabajo. Ellos parten a otros lugares para poder encontrar una fuente laboral, porque las empresas no contratan gente de la zona. Cada día decenas de buses llegan al Parque Industrial cargados con trabajadores que viven en Concón, Viña del Mar o Quilpué, pero en la zona muy pocos trabajan en las fábricas. “Entre todo lo que te matan, la gente busca otras opciones porque aquí tampoco te dan trabajo. Poniéndole mucho, quizás el 1% de los trabajadores contratados es de acá”, sentencia Cristina. 

Por estos días, diversas organizaciones ambientalistas entregaron una petición a la ONU en el marco del Examen Periódico Universal (EPU), una herramienta de las Naciones Unidas para revisar lo que sus Estados miembros hacen en materia de Derechos Humanos. Es la última esperanza de Cristina. “Nosotros no creemos en nadie. Anualmente Chile no tiene observaciones en el EPU, Entonces para el resto del mundo estamos todos bien. Nuestra economía crece, adquirimos cosas… ¿pero a costa de qué?”, se pregunta.

“La gente lo tiene tan normalizado, que tenemos que vivir así, que tenemos que comer poquito marisco porque están contaminados, que no podemos cultivar porque la tierra está contaminada, que tenemos que respirar poquito porque el aire está contaminado. La gente se nos muere. La gente tiene cáncer”, dice Cristina observando la escoria. “¿Sabías que quieren pavimentar las calles con eso? En Quintero están haciendo bloques como ladrillos y ya los están poniendo en las calles y plazas. Las autoridades te dicen que encapsulado no genera ni un riesgo para la salud, pero la misma autoridad nos tiene así hace 56 años”, agrega.

En el descampado, entre escombros y basura, hay una acelga en flor. Cristina, emocionada por el descubrimiento, le saca fotos para mandárselas a una amiga. Le sorprende que crezca algo en un ambiente tan hostil. Queda en silencio un momento y dice: “Yo no estoy de acuerdo con vivir así. Por eso lucho. No me voy a acostumbrar a vivir así. Me puedo acostumbrar a vivir luchando, pero me niego acostumbrarme a esto”.

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