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6 de Febrero de 2014

[Fotos] Los secretos tras las luces rojas: En Holanda abren el Primer Museo dedicado a la prostitución

Situado en el turístico Barrio Rojo de Amsterdam, donde trabajan 900 meretrices en 276 escaparates, este espacio quiere dar una visión completa del mercado sexual, sin "romanticismos añadidos". De hecho aborda el tráfico de personas y el proxenetismo.

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El famoso Barrio Rojo de Amsterdam acogerá a partir de hoy el primer Museo de la prostitución del mundo, que exhibirá sin tapujos la trastienda de un oficio que en Holanda está legalizado desde 2000 pero no por ello ausente de estigma social.

Situado en el turístico barrio de la capital holandesa, donde trabajan 900 meretrices en 276 escaparates, quiere dar una visión completa del mercado sexual, sin “romanticismos añadidos”, explicó Ilonka Stakelborough, creadora de la “Fundación Geisha“, que vela por los derechos del sector.

El museo quiere contribuir a la “normalización” del oficio, cuya legalización en 2000 en Holanda ha tenido efectos no deseados: “muchas estudiantes, por ejemplo, no quieren inscribirse como activas en el mercado porque eso aparecería en su curriculum y deciden trabajar en sus casas”, reconoció la extrabajadora del sexo.

Pero también aspira a ser simplemente una “experiencia” para el visitante, que tiene la oportunidad de situarse en el lugar de la prostituta dentro del escaparate, ver las habitaciones, con su modalidad barata o de lujo, instrumentos sadomasoquistas y ver la moda de las meretrices desde los años veinte a la actualidad.

Tras pagar una entrada de 7,50 euros (alrededor de $5.000) en una taquilla que imita la de las casas de citas de los años 50, el visitante se introduce en el interior de las estrechas casas que albergan los escaparates del Barrio Rojo, cuyos orígenes se remontan a finales del siglo XIX.

En la parte interior de la ventana, la decoración se limita a las cortinas rojas y la presencia de una nevera cercana a las sillas desde donde la prostituta llama a la atención de los clientes.

Desde ahí, una puerta de flecos es la única barrera a la habitación del burdel, un espacio de escasos metros cuadrados, por la que la prostituta paga 150 euros por medio día. Sobre una cama de marco de azulejos que recuerda al de una bañera, una luz de neón violeta ilumina el cuarto, con un lavabo como única otra decoración.

“La cama no es cómoda, la luz de neón no favorece, pero es suficiente para una visita que no más dura seis minutos”, comenta Stakelborough.

La sala contigua -más amplia, con baño y televisión sobre un suelo de moqueta roja y ornamentos dorados- recrea una habitación de un club, cuyo precio de alquiler se sube tanto para meretrices (a las que les cuesta 350 euros) como para clientes (que pagan hasta 200 euros por hora por servicios más prolongados).

Las prostitutas que trabajan en el Barrio Rojo son mujeres de entre 21 y 55 años, muchas jóvenes que no alcanzan a pagarse los estudios o madres solteras, y en “el 70 % de los casos, con una pareja estable”, según los responsables de este espacio.

Trabajan “una media de 5 años” y muchas de ellas no acaba de retirarse “porque se acostumbran a un estándar de vida de ingresos altos”. Por ello, la fundación Geisha les ayuda a la reintegración pero también a cursos de autodefensa mientras ejercen.

“A veces cuando la trabajadora alcanza una cierta edad, se dedica al sadomasoquismo, una manera de ejercer el sexo más psicológica“, dice Stakelborough, al entrar en una sala dedicada a estas prácticas, en la que no faltan un látigo, una cruz en forma de X sobre la pared y una “jaula” cerrada en cuyo interior el cliente permanece colgado.

“Los clientes que buscan sadomasoquismo son fijos y con puestos de mucho estrés”, dijo en base a su experiencia de varios años ejerciendo esta modalidad del sexo.

La realidad tras el oficio más antiguo del mundo

A casi 14 años de la legalización de este oficio, quienes quieran ejercerlo deben registrarse en la seguridad social y pagar impuestos. La edad para ejercerlo asimismo se subió de 18 a 21 años. Sin embargo, estas medidas pensadas para evitar abusos no han dado el resultado esperado, según consigna el diario El País. 

Los burdeles esquivan sus obligaciones con Hacienda, los bancos se resisten a conceder préstamos y las aseguradoras regatean sus pólizas ante los riesgos sanitarios.

El flamante Museo tampoco olvida la denuncia del trabajo forzado por los proxenetas y la trata de blancas, en cuyo circuito caen sobre todo “mujeres provenientes de los Balcanes”. El Gobierno, por su parte, admite que el tráfico de personas, está en manos de redes muy violentas y es difícil de contener. Es un problema internacional, es cierto, como el de los proxenetas.

Ilonka Stakelborough, que ha ejercido el oficio 25 años, cree que parte de la solución radica en “fortalecer a las prostitutas para que pierdan el miedo y no se dejen manipular”.

De cara a la seguridad, la mujer apunta que  un dispositivo de alarma sirve para alertar a los arrendadores (dueños de las habitaciones), que deben llegar en cinco minutos, si es que surge un problema. La policía es requerida en casos urgentes, “pero el Barrio Rojo es hoy el más seguro de Ámsterdam”. También el más antiguo, en especial la zona denominada De Wallen (algo así como Las Paredes), construida hacia 1385. Como toda ciudad portuaria, la presencia constante de marineros fue llenando el lugar de meretrices. Entre el siglo XVI y el XIX, pasaron de ser toleradas a la prohibición. Las ventanas empezaron a utilizarse como reclamo en el siglo XX.

Un documental sobre los vecinos actuales contribuye al intento de demostrar que este trabajo puede ser tan respetado como otros. Ahí está la lavandería que limpia las sábanas de las profesionales. La cafetería que les lleva el desayuno. La peluquería, la pastelería, y en una escena fugaz, el recuerdo de que también hay colegios. La hija de una mujer de mediana edad visita a su madre y luego se marcha a hacer los deberes. “La prostitución no suele ejercerse durante mucho tiempo. La media es de cinco años y ellas tienen entre 21 y 55. Alrededor del 70% están casadas y con familias tradicionales. Con la crisis, hay más estudiantes que terminan de pagar así sus estudios y madres solteras que no llegan a fin de mes”, sentencia Ilonka.

Otro de los impulsores del museo, Melcher de Wind, es enfático al apuntar que cuentan “con el apoyo moral del municipio y fondos privados. Ahora construimos un local educativo en la planta baja para que los jóvenes conozcan esta realidad, y sus peligros. Yo monto exposiciones, pero es importante llamar la atención en este campo”, afirma, frente al confesionario instalado a la salida. Sirve para que el visitante desvele, sin firma, “sus pecados sexuales”. Ya hay una pared llena.

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