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El fútbol de antes: el gran Mario Enrique Galindo y las cosas (terribles) que ocurren hoy

¿Es “el pavo”, como le llamaban, el mejor lateral derecho chileno de todos los tiempos? ¿El más técnico, el más elegante, el más ofensivo? Muchos dicen que sí. Entre ellos nuestro columnista, que además aprovecha de rabiar por las muchas cosas que hoy se hacen pésimo en la industria del fútbol chileno.

Cómo lo habré idolatrado por su calidad, su técnica exquisita y su caballerosidad, como habré jodido, llorado y pataleado, que el único póster de un futbolista que mi madre me dejó colgar en mi pieza de adolescente -junto a otro del tenista lituano/estadounidense Vitas Gerulaitis- fue el del gran Mario Enrique “El Pavo” Galindo. 

Galindo Calisto, puntarenense, fue el primer lateral derecho/volante de calidad suprema que me tocó ver en una cancha de fútbol. Pero de esos buenos-buenos, que subía no una, no dos, sino quince, veinte veces por partido, que llegaba al fondo, pasaba y repasaba jugadores, salía jugando, metía pases profundos, tiraba al arco desde fuera del área y, además, hacía goles. 

Aparte de marcar a sus rivales (casi un accidente en sus obligaciones) sin hacer foul nunca… o casi nunca. Sé que el Fifo Eyzaguirre jugaba parecido el 62, pero mi punto es que, en el fútbol que vino después del Mundial -y antes que el Huaso Isla- Galindo ya hacía lo mismo en Chile. Lo mismo pero mejor. 

Por algo su trayectoria estuvo llena de grandes momentos: mundialista el 74 y el 82, finalista de la Copa Libertadores en 1973, finalista y miembro del equipo estelar de la Copa América en 1979, integrante de la selección Resto del Mundo en 1976, Mejor Deportista del Fútbol Profesional Chileno en 1979, campeón 6 veces con Colo Colo y una con Everton. Un capo con todas sus letras. 

 Y como eran los jugadores de antes: sencillo, buena onda, respetuoso, ubicado. Lo que no es poco y vaya que se echa de menos en un momento donde, dirigidos por abogados o ingenieros comerciales de paso antes de saltar a vender jabones o bencina, cada vez más ajenos al periodismo y al mundo de los contenidos, los medios deportivos han caído en la torpeza y el facilísimo de confundir “haber jugado fútbol” con “comentar deportes”. Dos cosas que evidentemente son muy, pero muy distintas. 

¿Usted ve arcos, pasto o una pelota en un estudio de radio o televisión? Comentar deportes es un tema que tiene que ver con el intelecto, no con el físico. Con saber hablar, escribir, leer, analizar, conceptualizar, sistematizar, describir, explicar, comprender. Con entender el juego, pero también la industria. Con ser crítico. Con discernir lo importante de lo accesorio. Con elaborar un relato. Y sobre todo con ser libre, sin establecer relaciones afectivas o económicas con los clubes, los dirigentes, los jugadores o los representantes, gente que genera agendas contrarias a la información y “comentaristas” más interesados en mirar para el lado que en denunciar.

Dejémonos de sandeces y digámoslo de una vez por todas para que nadie más siga escuchando discursos simplones y antojadizos como el del fracasado Gareca, cuando dijo que el que no era técnico no entendía el fútbol. Por favor! Hay pocas, muy pocas actividades donde la distancia entre los profesionales y el resto de la sociedad para entender la materia tratada es tan pequeña, tan escasa, tan corta, como en el fútbol. El fútbol no es una ciencia compleja. Al revés. Su principal gracia y popularidad radica justamente en su simpleza. Las valla de ingreso es bajitas, muy bajita. Cualquiera con dos dedos de frente que haya visto (no sólo jugado) fútbol  por un tiempo largo -hinchas, periodistas, dirigentes- termina entendiéndolo bastante bien. ¿Hay aporte en la presencia de los ex-jugadores a los medios? Obvio. La experiencia desde la anécdota, por ejemplo. O el ser populares y queridos por la gente…que no es poco. Pero seamos serios y no caigamos en la burrada que asola hoy a los medios de comunicación al creer que haber pisado una cancha o estado en un camarín es sinónimo de comentar bien el fútbol. La debacle de nuestro actual “periodismo deportivo” tiene mucho que ver con haber creado, como en Argentina, el escenario ideal para los malos dirigentes y los representantes abusadores: un espacio acrítico, sin investigación, sin análisis periodístico, un terreno anodino y perfecto para la decadencia de la industria, a escasos metros del sueño dorado de los delincuentes: el manejo de los clubes y los medios al mismo tiempo, sin contrapesos. 

¿Por qué fracasan los países, decían los ganadores del último Nobel de Economía? Por la decadencia de las instituciones y por la endogamia. ¿Le suena parecido? Mal la ANFP, mal los clubes, mal los medios ante la invasión de jugadores que se defienden entre ellos y sólo hablan -y no muy bien- de la pelotita. Estamos como estamos en buena medida por eso. No es chiste. La irresponsabilidad de algunos editores de medios (porque la culpa al final es de ellos y no de los ex-jugadores) debiera ser tratada con más seriedad en las escuelas de periodismo. Silenciar las críticas y bajar el nivel del análisis sólo ayuda a los malos. Siempre. 

En fin. Vuelvo a los buenos, a Galindo. A lo mejor algo tenía que ver en el amor por Colo Colo y en la calidad humana del Pavo (a quien jamás se la habría ocurrido comentar en la tele o en la radio tras colgar los botines) que su hermana Sonia, una gran mujer, fuera quien atendía a los socios en la hermosa sede de Cienfuegos 41, el palacio neogótico y medieval diseñado por Ismael Edwards Matte y Federico Bieregel en 1926, con cuatro pisos, torreones, gárgolas, escaleras de mármol, finos vitrales traídos de Europa y 1700 metros cuadrados construidos, que hoy es propiedad de la Facultad de Derecho de la Universidad Alberto Hurtado. 

Una sede a lo cual los socios íbamos a comprar entradas o a pagar las cuotas, que eran un pequeño pedazo de cartón con el mes vigente escrito y timbrado, que todos los meses se metía al carnet de plástico negro con el número de socio. Yo era el 1235. Así de viejo.  

Una sede hermosa, de esas sedes sociales de antes, esas de verdad, donde se reunían los hinchas a conversar, a estar con los jugadores, a jugar en el gimnasio, a ver entrenar a las otras ramas deportivas o a ir al dentista, que atendía gratis, y donde, entre otras cosas, se casó Carlos Caszely con María de los Angeles Guerra allá por 1973. 

Sedes de clubes, de sociedades fundadas por personas con intereses comunes, que tienen voz y voto en la organización y que desarrollan actividades en conjunto más allá de ir al estadio el fin de semana. Clubes como sigue habiendo en Argentina, en Brasil o en Europa. Lugares de encuentro. Con terrenos para jugar y hacer asados. con piscinas, con restaurantes ¿Se ha fijado que los clubes chilenos ya no tiene sede? ¿Que se hicieron la de Audax en la calle Lira, la de Unión Española en la calle Carmen, la de la U en Santa Lucía, la de la UC en Santa Rosa, la de Everton en calle Viana, donde los socios se juntaban a comer, a conversar, a jugar dominó o cacho, a hablar de fútbol? ¿Qué sentido tiene  un club si no es un espacio de encuentro, una comunidad? Ya no hay relación ni cruce alguno de las Sociedades Anónimas con la gente. La idea de ordenar el desastre de los clubes sin dueño, y por ende sin responsable, que no pagaban sueldos ni imposiciones, que no podían ni querían frenar los robos, no era mala. Es más, era urgente y necesaria…pero una vez instalada se desplegó horriblemente, sin freno alguno a la codicia o la falta de sentido social de muchos empresarios que creyeron que manejar un club de fútbol era lo mismo que manejar un banco o una corredora de bolsa. Vaya tristeza.

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