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El fútbol de antes: una pila de vida

Felipe Bianchi recuerda que los veranos de antaño -esos que para los más chicos duraban tres meses- obligaban a una práctica habitual durante las noches: escuchar amistosos o liguillas por la radio para no perderse nada a la distancia. Rayovac, Eveready, Mañico Román, Deporte Total y Ovación en Cooperativa, entre otros, eran en esos tiempos nombres impajaritables para los más fanáticos.

En los veranos, que solían ser de diciembre a marzo, escuchábamos los partidos de las liguillas de fin de año, o los amistosos internacionales, por radio. Transistor les decían y siempre los más fanáticos la llevábamos de Santiago a la playa para no perdernos ninguna novedad-estival-pelotera, por insignificante que fuera. Aunque en mi caso debía decir “llevaba”, en singular, porque los partidos los escucha solo, de noche, en la galería vidriaba de la casa de Constitución, donde sólo cerrando una puerta quedaban separados del resto, que conversaba o veía tele en el living hasta bien tarde.

Ni a mi papá -que muy rara vez iba a la playa- ni a mi hermano, ni a mis primos les interesaba mucho el fútbol así que no quedaba otra que aislarse un rato y tratar de que esa noche la señal llegara clarita. Rezaba por eso, según me acuerdo. Pedía una buena señal y, obviamente, que ganara Colo Colo. A veces la señal no era buena. Ni con Santiago ni con Dios, porque varias veces terminé yéndome a acostar llorando derrotas, según yo, avergonzantes.

Los torneos de verano tenían la gracia de que los equipos pedían “préstamos” y se reforzaban con estrellas del medio local para representar mejor al fútbol chileno ante los poderosos equipos extranjeros: el Santos de Brasil, River Plate, Peñarol, Dynamo de Moscú, Boca Juniors, Nacional de Montevideo, Estudiantes de La Plata. Entonces podías ver, por unos días, a un crack de otro club, incluso del rival más enconado, jugando por el tuyo. Era raro, pero simpático. Tito Foullioux jugando por Colo Colo, Caszely por la U, Leonel por Unión Española. Milagros de ese tipo.

Pero volvamos a la radio. Era una pila, claro. Dos chicas si era un transistor clásico (aún no existía esa nomenclatura de las doble o triple A) o dos grandotas, guatonas, si era de las radios más “modernas”, tres en uno, donde podías escuchar radio pero también poner y hasta grabar casetes. Todavía no existían las Duracell, las del conejito, las que “no se acaban nunca”, así que normalmente usábamos Rayovac (“¿Cuál es la pila? Esa pregunta ni se pregunta: Rayovac es la pila”) o Eveready (“Viva, viva, viva la música/viva, viva, viva el sol/con una pila de vida, con Eveready, todo, todo, todo en acción/ donde, donde quiera que vayas, Eveready siempre estará, con duración y potencia, y siempre fresca, una pila de vida te dará/ Eveready”).

Nos sabíamos de memoria las campañas, porque las pilas, por razones obvias, eran parte de los auspiciadores habituales de los programas deportivos. Programas que en esa época normalmente se transmitían sólo los fines de semana o cuando jugaba la selección, sin tantos espacios “de estudio” tan comunes ahora al mediodía o en la tarde.

Aunque en esos años existían y eran potentes la Portales y la Chilena, en mi casa la favorita era, lejos, la Minería, seguramente influenciados por mi abuelo Eugenio, el más futbolero de la familia. “Deporte Total”, se llamaba el programa, que abría y cerraba con música de “La Guerra de las Galaxias”. El que conducía y llevaba las estadísticas era Manuel “Mañico” Román (¿alguien podía olvidarse de ese sobre nombre?), relataban Raúl Prado Cavada y Abraham Dueñas (padre de la comediante y voz de “31 Minutos”, Javi Dueñas) y comentaban Julio Martínez, JM, y Sergio Livingstone, el Sapito, a quienes después conocería en persona y saludaría cada fin de semana en el estadio, ya como colegas, porque su caseta quedaba al lado de la nuestra.

Cuando digo “nuestra” me refiero a la de “Ovación, en Cooperativa”, con Nicanor Molinare de la Plaza en los relatos y los análisis de Raúl Hernán Leppe, Sergio Brotfled y quien escribe. Con ellos partí trabajando en radio, como comentarista, tras una inolvidable gira de la selección chilena a Irlanda, Escocia, Inglaterra y Egipto, en 1989, donde el propio Nicanor, que iba solo, me invitó a ayudarle al saber que era el enviado especial de El Mercurio. El debut fue a lo grande, ni más ni menos que en Wembley, en las casetas de madera del viejo Wembley, en una fría noche londinense (vaya novedad) en la que Chile empató a cero con Inglaterra tras gran actuación de Roberto Rojas y de Fernando Astengo, pero jugó tan defensivamente por orden de Orlando Aravena que apenas se pasó tres veces la mitad de la cancha…lo que significó que el público inglés le endilgara al equipo nacional la mayor rechifla que haya escuchado, hasta Hoy, en un estadio de fútbol.

En realidad no eran pifias, sino un desprecio feroz por el mal espectáculo: millas de personas gritando “buuuuh” al unísono. Nunca vi algo igual. Ni antes ni después. O quizás sí, pero en menor medida, en Nantes, el día del uno a uno con Camerún para el Mundial de Francia 98, aquel partido del gol de tiro libre del Coto Sierra y de la angustiosa clasificación a segunda fase. Los hinchas franceses estaban con los africanos por una mayor conexión con esa comunidad y porque entendían que el arbitraje los había perjudicado, así que nos abuchearon muy fuerte durante todo el segundo tiempo.

También fue triste, pero a diferencia de lo ocurrido en Londres casi diez años antes, además fue inmerecido.

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