El domingo 7 de junio de 1981, Chile enfrentó a Paraguay en el estadio Defensores del Chaco de Asunción por las clasificatorias para el Mundial de España ´82. Ganó 1 a 0 con el inolvidable gol de Patricio Nazario Yañez Candia tras pase de Gustavo Segundo Moscoso Huencho. Y el carrerón del Pato, con el número 15 en la espalda, dejando atrás a Juan Bautista Torales y batiendo a Ever Almeida con un tiro cruzado de derecha -lo que hoy siúticamente se conocería como “remate de perfil cambiado”- nos remeció a todos. Pero a todos-todos.
PA-TRI-CIO-YA-ÑEZ gritó esa vez Pedro Carcuro -que nunca decía gol- y la historia quedó para siempre instalada entre nuestros recuerdos felices, en una época donde el fútbol no nos daba todavía tantas alegrías, sobre todo en los partidos de visita, cuando pasábamos tarde, mal y nunca la mitad de la cancha y sólo dependíamos para llegar al gol de algún tiro libre de Jorge Aravena, de una genialidad de Caszely o de un contragolpe con carrerón incluido de Juan Carlos Letelier o del mismo Yañez, como ocurrió ese día.
Ni siquiera llegábamos a imaginarnos por ese entonces que algún día sería posible atacar todo el partido, ganarle a Brasil, a Uruguay, a España, a Inglaterra o jugar de igual a igual con Argentina y Alemania (gracias eternas a Bielsa y Sampaoli, que lo hicieron posible a punta de un enorme y mejor trabajo).
Muchos deben tener en la memoria dónde estaban y qué hacían al momento de ese gol histórico de Yañez. Yo lo tengo clarísimo: tercero medio, piso 13 de las Torres San Borja, departamento 135. Mi mamá dormitaba en la pieza de al lado, mi hermano Jaime estudiaba en el escritorio y yo, solo en nuestra pieza compartida, estaba sentado al borde de la cama, a menos de un metro de la tele Motorola, todavía en blanco y negro, que estaba sobre la cómoda.
Había tratado de matar la previa viendo el Jappening con Ja, pero andaba con pocas ganas de reírme. Estaba, como la mayoría, demasiado nervioso. Tanto que, por primera vez en mi vida, ya durante el partido y mientras Paraguay atacaba y atacaba, temblaba. Yo temblaba. Temblé. Varias veces. No me acuerdo haber sentido eso nunca antes. Ni nunca después. Quizás el día que Carabineros entró por primera vez a la Universidad, pocos años más tarde, en un acto multi escuelas realizado en Baucheff. Habíamos ido desde la UC para sumarnos a la protesta y cuando entraron subimos corriendo las escaleras rumbo a un pasillo lleno de salas profundas y techos muy altos. Nos escondimos en la última y desde ahí sentimos como, en una especie de coreografía macabra, los Carabineros iban pateando una a una las puertas de las salas precedentes golpeando y llevándose presos a los estudiantes. Era cosa de minutos para que llegaran a la nuestra. Y llegaron. Primero se vio la sombra de los cascos, luego las siluetas de los cuerpos y más tarde una mano rompiendo los vidrios y gritando no muy amablemente que saliéramos de inmediato en fila india. Mientras lo hacíamos, uno a uno, nos iban pegando en una suerte de callejón oscuro como los que se hacían de tanto en tanto en los recreos del colegio. Hasta que me tocó a mí. Por suerte el uniformado “pifió” el mamporrazo y en vez de pegarme directo en la cabeza le dio a los nudillos de mi mano derecha, levantada y puesta encima de la testa como gesto natural para protegerme. Puede que esa vez también haya temblado. Seguramente. Pero, la verdad, no me acuerdo.
Y sí me acuerdo del día del gol de Yañez, con quien muchos años después tuve la suerte de trabajar en CHV y en ESPN y de viajar juntos a Rusia, a Brasil, a Argentina a Colombia…y a Asunción, para comentar, el 2013, en ese mismo estadio (ya sin los asientos de madera detrás del arco destinados a los Defensores del Chaco, porque estaban todos muertos), el triunfo de Chile sobre Paraguay por 2 a 1 -goles de Vargas y Vidal- cuando la Roja jugaba como los dioses. Mejor que nunca en su historia, llegando a ser campeona de América dos veces seguidas y tercera en el ranking FIFA.
Otros tiempos, porque ahora somos los últimos de últimos, los más malos del lote. Vaya tristeza.