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Met vs Louvre, la guerra de la moda

Por un lado, el espectáculo global del MET Gala; por el otro, la reciente y refinada Grand Dîner du Louvre. ¿Resultado? Una nueva guerra fría -empinada en tacones de Christian Louboutin y Roger Vivier- por el dominio cultural de la “moda en el museo”.

Con su rostro alargado y anguloso, una nariz prominente y pómulos marcados, Diana Vreeland desafiaba aún más los cánones tradicionales de belleza de los años 70 pintando sus labios y uñas de un rojo intenso, y realzando sus mejillas con un maquillaje audaz que evocaba el estilo del teatro Kabuki. Con su pelo negro, peinado en una media melena lacada con las puntas hacia afuera, delgada y de postura erguida, descrita por Cecil Beaton como “una grúa elegante buscando la manera de salir de un pantano”, en 1973 esperaba a sus invitados como anfitriona de la gala del Metropolitan Museum of Art (MET) de Nueva York con la exposición The World of Balenciaga.

Es posible que haya llevado una túnica o un vestido de líneas limpias, complementado con accesorios llamativos. No hay tan- tas fotos para registrarlo. Lo que sí sabemos con certeza es que esa noche, en el Gran Salón, un espacio imponente, decorado con estandartes medievales y esculturas egipcias, Diana ofreció un ambiente teatral -aromatizado con la última fragancia del propio diseñador festejado- marcando el inicio de una noche donde la moda y el arte se entrelazaron de manera única.

La Met Gala, en todo caso, no nació ahí. Fue ideada en 1948 por Eleanor Lambert, la gran arquitecta de la moda estadouni- dense moderna, como una modesta cena benéfica para recaudar fondos para el joven Costume Institute del MET. Lo que sí pasó esa noche, gracias aVreeland, es que… todo cambió.
Nacida el 29 de septiembre de 1903 en París, quien fuera una influyente editora de moda en Harper’s Bazaar durante 25 años, luego en Vogue como editora jefa y saltara al Met en 1971, logró sin dudas marcar un antes y un después para la vida de los museos. Gracias a eso, por más de medio siglo el Metropolitan Museum of Art (MET) reinó con completa exclusividad en esta intersección entre arte, espectáculo y alta costura.

Reinó, porque hoy todo eso tambalea. Hasta marzo de 2025 la gala anual del MET era la alfombra roja definitiva: más impor- tante que los Oscar, más absurda que los Grammy y más influyente que cualquier desfile de París. Pero el Louvre, el museo más visita- do del mundo, decidió resucitar plumas y lentejuelas y entrar en escena con su propia gala, su propia gran exposición, su propia comida y una ambición clara: reordenar la balanza del poder cultural, esta vez desde la capital francesa, para muchos la capital de la moda mundial.

En el ring

Por un lado, el espectáculo global del MET Gala; por el otro, la reciente y refinada Grand Dîner du Louvre. ¿Resultado? Una nueva guerra fría -empinada en tacones de Christian Louboutin y Roger Vivier- por el dominio cultural de la “moda en el museo”.

El pop versus el canon. ¿Una competencia entre la cultura pop estadounidense y el clasicismo francés? ¿O una nueva etapa de la moda como herramienta diplomática? Con su célebre gala anual y exposiciones cada vez más audaces, el museo neoyorqui- no ha logrado recaudar millones para su Costume Institute, pero también consolidó la idea de que la moda puede (y debe) ser con- siderada arte.
Anna Wintour, sucesora de Vreeland desde 1995, consolidó esa transformación haciendo de la gala un espectáculo global, un evento que marca la agenda cultural del año y que ha elevado la moda al estatus de fenómeno pop, sin miedo a la polémica ni al exceso.

En este duelo también chocan dos modelos culturales e ideológicos: el europeo, basado en el Estado como garante del patrimonio; el Louvre encarnando la tradición francesa del arte como bien público, protegido de los excesos de la farándula (has- ta ahora).

Y el MET, representando el modelo estadounidense de mu- seo financiado por donantes privados, con libertad para mezclar religión, drag queens y couture sin pedir permiso a nadie. Un modelo que ha permitido al MET innovar con mayor libertad y atrevimiento. Sus exposiciones de moda no solo han sido visual- mente impactantes, sino también provocadoras: desde Heavenly Bodies (2018), una interpretación estética de la iconografía cató- lica, hasta Camp (2019), un homenaje al exceso y lo artificioso, pasando por China: Through the Looking Glass (2015), que generó debate sobre la apropiación cultural.

Ahí hemos visto a Rihanna vestida de Papa del Renacimiento, a Kim Kardashian embutida en un molde de Balenciaga negro que parecía la más cruel de los burkas, y a Jared Leto llegando a la fies- ta con una réplica de su propia cabeza. Tampoco hay que olvidar a Katy Perry, quien en 2019 y con un trasfondo cargado de drama- tismo, opulencia e ironía, llegó vestida de candelabro. Todo esto en nombre del arte, claro.

En la otra esquina, con siglos de historia, el hogar de la Mona Lisa y de la Victoria alada de Samotracia, de las pirámides de vidrio, la Venus de Milo, es ahora también la pasarela más elegante del orbe.

París dijo “basta” y lanzó su propio Grand Dîner du Louvre, una gala acompañada de la exposición Louvre Couture, curada por Olivier Gabet, historiador del arte y conservador, jefe del departamento de artes decorativas, apadrinada por Laurence des Cars, directora del museo desde 2021 y guardiana del buen
gusto francés. La propuesta: mostrar la moda como un arte más, con la elegancia de siempre y sin necesidad de pelucas imposi- bles ni trajes hechos de hamburguesas (con carne, lechuga, to- mate, pepinillos y queso (de la misma Kathy Perry). El objetivo: recaudar fondos para el Musée des Arts Décoratifs, que viene a ser el primo refinado del Costume Institute, pero con menos flashes y más porcelana.

En lugar de una alfombra roja llena de influencers, y de las casas italianas como Versace, Prada y Valentino, o inglesas, como McQueen y Galliano, el Grand Dîner convocó a una élite, obviamente, más francesa: Chanel, Dior, Saint Laurent y Louis Vuitton fueron los patrocinadores. Diseñadores como Pierpaolo Piccio- li (Valentino) y Nicolas Ghesquière (Louis Vuitton), e invitados como Gigi Hadid, Keira Knightley, Carlota Casiraghi, David y Victoria Beckham, la icónica francesa Lou Doillon, entre otros, siguieron el dress code al pie de la letra: sobrio, pulido, con un dejo de “esto no es un disfraz, es patrimonio cultural”. La exposición Louvre Couture no buscaba escandalizar, sino establecer puentes entre la moda y las piezas maestras del arte clásico.

Y lo logró. Durante años París había mirado el espectáculo del MET con una mezcla de escepticismo y superioridad. No podría ser de otra manera: estamos hablando… de los franceses. La gala se celebró en el Cour Carrée del Louvre, uno de los patios princi- pales del museo, entre esculturas del siglo XVIII, y con una comi- da de varios tiempos diseñada por Anne-Sophie Pic, única chef con tres estrellas Michelin donde no faltaron el foie gras, el vino de Burdeos y la trufa. Conocida por su habilidad para combinar sabores inesperados y por su dedicación a resaltar ingredientes de alta calidad en cada plato, la que es considerada “la mejor co- cinera del mundo”, se lució.

El contraste, el menú del MET es bastante duro, por no decir rudo. Incluso su gastronomía ha sido objeto de burla: en 2021, la actriz Keke Palmer viralizó una foto de su plato vegano, con una pequeña porción de risotto, rodajas de pepino y ensalada de tomates, provocando una ola de memes y críticas. Básicamente, porque la entrada a la MET Gala cuesta cerca de 75.000 dólares. La parte buena es que Anna Wintour, siempre estratégica, tiene prohibidos ingredientes como la cebolla, el ajo y el perejil, para evitar alientos peligrosos en los pasillos del glamour, y también que algunos de los ilustres se queden con una hoja verde entre medio de los dientes.

De todos modos, ambas galas coinciden en un punto: reconocen que la moda ya no es un mero accesorio, sino un vehículo de identidad, política, historia y, por supuesto, dinero.

Después de la hora de cierre del museo, el pasado martes 25 de marzo, celebridades, modelos y ejecutivos acudieron en masa a un Louvre iluminado que recaudó 1,4 millones de euros para la institución parisina, superando su meta inicial de un millón de euros. Marcas de lujo como Chanel, Cartier y Dior compra- ron mesas a 50.000 euros cada una, al igual que patrocinadores corporativos ajenos a la industria de la moda, como Axa, Meta y Deloitte.

La gala, que coincidió con la inauguración de la Semana de la Moda de París y está destinada a convertirse en un evento anual, presentó la primeraexposición de moda en la historia del Louvre, Louvre Couture, con una cena para 350 invitados.

¿Quién ganará en esta lucha sobre glamour y diseño? Qué es finalmente la moda: ¿arte o entretenimiento? ¿patrimonio o es- pectáculo? ¿tiktok o tratado académico? El tiempo lo dirá. Y si los otros museos siguen esta tendencia, pronto veremos galas en El Prado, el Hermitage y, por qué no, en el Museo de Bellas Artes de Santiago (con catering y posteo de Instagram incluidos).

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