
La imagen que marcó un punto clave de esta investigación fue la de un cementerio. En Lota, Región del Biobío, María Olivia Monckeberg quedó impactada al ver tumbas decoradas con azulejos, pasajes del Salmo 23 y representaciones felices de los difuntos, mientras la tumba de Baldomero Lillo lucía abandonada. Para la Premio Nacional de Periodismo, esa postal sintetizaba una verdad profunda: allí donde el Estado dejó de estar presente, las iglesias evangélicas entraron con fuerza. No solo en los espacios simbólicos, sino también en los barrios, cárceles, radios comunitarias, universidades y hasta en el Congreso.
En su nuevo libro En el nombre de Cristo (Debate), Monckeberg se adentra en este mundo con una mirada crítica pero no prejuiciosa, construyendo un relato coral con más de 20 entrevistas. El resultado es una radiografía al avance silencioso y estructural del cristianismo evangélico en Chile y sus vínculos con el poder político, económico y comunicacional.
-¿Por qué decidiste viajar a investigar la Octava Región?
-Porque el fenómeno en esa zona es profundamente revelador. Hace unos 20 años presenté en la Universidad de Concepción otro libro y vi los rayados de Cristo te ama, me llamó mucho la atención en un ligar tradicionalmente de izquierda, donde nació el MIR. Nunca lo perdí de vista.
-¿Y qué encontraste al indagar más en esa zona?
-Un territorio marcado por la desindustrialización. Concepción y alrededores fueron muy industrializados en el siglo XX, pero tras el cierre de minas de carbón y fábricas en los noventa, se instaló una economía informal y un fuerte vacío del Estado. Allí donde el Estado no llega, las iglesias evangélicas sí lo hacen: apoyan en cárceles, dan contención en barrios vulnerables, llenan los espacios simbólicos y concretos que quedaron desocupados, espacios de ayuda y protección.
-¿Dirías que el auge evangélico en Chile tiene que ver con esa ausencia del Estado?
-Absolutamente. En muchos lugares, lo que hay es abandono. Y ese abandono ha sido ocupado por comunidades religiosas que ofrecen estructura, sentido, pertenencia. No es casual que tantas personas les abran sus puertas. Se trata de una presencia extendida, cotidiana y muy organizada, sobre todo entre los pentecostales, pero también en otras denominaciones.
-Tu investigación revela que este fenómeno también ha permeado el poder económico y comunicacional.
-Sí. En el caso de los mormones, por ejemplo, tienen plantaciones de olivos y nogales, son grandes productores de aceite de oliva y manejan recursos desde Utah. Pero en general, la relación más fuerte entre evangélicos y poder económico en Chile se da a través del poder comunicacional. Han adquirido concesiones radiales en todo el país y muchas de esas radios están controladas por pastores. A veces la iglesia y la empresa se confunden. Hay familias que tienen cadenas completas de radios y productoras religiosas.
-¿Y cómo se expresa ese poder mediático?
-En prédicas transmitidas por YouTube, radios comunitarias o frecuencias FM. Algunos pastores son dueños de medios que llegan a audiencias masivas. Muchas veces el discurso religioso se disfraza de contenido comunitario. En la pandemia, además, todo esto se intensificó: los cultos pasaron a plataformas digitales y hoy están en todos lados.
-¿La educación también es un terreno donde estas iglesias han ganado espacio?
-En el caso de los adventistas, sin duda. Tienen colegios y universidades en todo el país. Le dan un valor crucial a la formación, igual que los protestantes tradicionales como metodistas o luteranos. Los mormones también apuestan por la educación, con becas internas que algunos llaman el CAE mormón. Todo esto tiene un objetivo: formar cuadros que se instalen en lugares de poder. Hay un paralelo con lo que ocurre en el Opus Dei.
-¿La política es el siguiente paso?
-Ya lo es. Francesca Muñoz, actual diputada y precandidata presidencial (que declinó por apoyar Kast), junto a su esposo, el alcalde de Concepción, Héctor Muñoz, fueron parte del movimiento Águilas de Jesús en la Universidad de Concepción. Él incluso presidió la FEUDEC. Casos como este muestran cómo las iglesias se organizan para tener representación institucional. En el Parlamento hubo una bancada evangélica con cupos cedidos por partidos tradicionales. Y no olvidemos que muchos de estos liderazgos han apoyado abiertamente a José Antonio Kast.
-¿Fue difícil ganarte la confianza para hacer esta investigación?
-Mucho. Este es un mundo con códigos distintos, con otro lenguaje, otra emocionalidad. No era llegar y pararse afuera de una iglesia con una grabadora. Había que generar lazos, y eso solo fue posible por años de trabajo y por la transparencia con la que abordé el proyecto. En el libro no hay fuentes anónimas. Quise que las voces hablaran por sí solas, con respeto, pero también con profundidad.
-¿Y qué fue lo que más te marcó?
-Ver cómo este mundo, tan presente y tan visible, ha sido también invisibilizado. Está ahí, pero cuesta reconocerlo. Se lo suele mirar con prejuicio o con desdén. Sin embargo, hay poder, hay organización y hay una penetración territorial y cultural que merece ser entendida. Es un fenómeno que no se puede seguir ignorando.
En el nombre de Cristo no es un caso aislado en la trayectoria de María Olivia Monckeberg. La Premio Nacional de Periodismo y académica de la Universidad de Chile ha dedicado gran parte de su carrera a investigar los vínculos entre poder, dinero e instituciones. Desde El saqueo de los grupos económicos al Estado de Chile (2001), pasando por El imperio del Opus Dei en Chile (2003) y El negocio de las universidades (2007), hasta títulos como Los magnates de la prensa (2009) y Karadima. El señor de los infiernos (2011).