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Huidobro, el terrible

En una carta al poeta Pablo de Rokha, Vicente Huidobro confiesa que solo jugar a los versos lo aleja del suicidio. Pero lo cierto es que en “Lo único que me distrae (Epistolario 1917-1947)”, recién publicado por Alquimia editores, podemos leer, una y otra vez, cómo la poesía que corre por sus venas también lo llena de vida en la prosa. Sus escritos rezuman amores y odios, promesas y amenazas -pasiones al fin- hacia los grandes del arte de su época: Luis Buñuel, André Breton, Salvador Dalí, Miguel de Unamuno, Rosamel del Valle, Pablo Neruda y Gabriela Mistral. Si Huidobro viviera en siglo XXI estas páginas bien podrían leerse como las furibundas filtraciones de su WhastApp.

Carta a Luis Buñuel
París, Francia, 15 de mayo de 1931

He sabido que Ud. ha mezclado mi nombre en asuntos suyos en que yo no tengo que mezclarme y diciendo cosas absolutamente falsas. Ha dicho Ud. que yo atacaba al subrealismo [sic] porque había querido entrar en él y no había podido. Esto es una simple mentira.

En primer lugar, nunca he querido entrar en el subrealismo, en segundo lugar, es falso que yo ataque al subrealismo. Lo he atacado hace años y por escrito, de frente, en lo que había que atacarle y tanta razón tenía que ellos mismos reconocen ahora que el dictado automático –justamente el punto que yo ataqué– ha sido un fracaso respecto a lo que se esperaba podría dar.

En muchas otras cosas los he defendido siempre. Y los defendía en tiempos en que Ud. los atacaba o iba a ponerse a las órdenes de Servos [sic] para ir contra ellos. Creo que no habrá Ud. olvidado aún esos tiempos.

Así pues, es falso que yo haya querido entrar al subrealismo y le desafío a demostrar lo contrario. He pertenecido al movimiento más interesante de este siglo –no como uno de tantos sino entre los primeros– y jamás he tratado de sacar partido de ello, sino muy al revés, he preferido retirarme y trabajar en silencio. Por el momento no me interesa la bullanguería y cuando me dé la gana de volver a saltar al medio ya verá Ud. que también sé hacerlo y conozco la técnica.

En cuanto a mi labor revolucionaria y lo de si soy o no comunista, no es Ud. quien puede hablar. Mientras no firme Ud. en el partido comunista no puede Ud. decirme nada a mí. Por otra parte, mi labor revolucionaria es bastante más antigua que la suya y bastante comprobada en diferentes países. Ahora mismo en España, en el mes de enero de este año, aún bajo los peligros del otro régimen, yo he llevado dos manifiestos a Madrid, uno de los cuales se publicó y el otro no apareció por ser “considerado” demasiado revolucionario. Yo pasé la frontera con ambos en mi maleta, exponiéndome a ir a pasar mi vida en una cárcel.

¿Haría Ud. lo mismo? ¿En dónde estaba Ud.? ¿Qué hacía Ud. en esos momentos? Lo único que Ud. podría reprocharme es que el manifiesto que se publicó no llevara mi firma. Naturalmente, tal vez habría sido más valiente firmarlo, pero me parece una tontería ir a parar a la cárcel por un simple gesto, además innecesario, cuando lo importante es poder seguir trabajando al servicio de la causa. Ud. sabe que Lenin y Trotsky no firmaban sus manifiestos en tiempos del Tzar.

Todos sus reproches son absolutamente injustos y falsos. Se advierte a la base de todos ellos un espíritu mezquino que quiere colgar a los otros sus propios defectos. Solo me hacen lamentar el haberme equivocado y haberle defendido a Ud. en Madrid cuando le atacaban antiguos amigos suyos, diciendo que Ud. puede dar el camelo en París, pero no a ellos que le conocen muy bien y que saben la medida de su inteligencia, diciendo que sus films son obra solo de Dalí, diciendo que todo lo que Ud. hace es pura política movida por impulsos de arribismo, que no hay nada auténtico en Ud., que todo es farsa y boquilla y cuando le conviene marcha con el fascista cretino de Jiménez Caballero, que estaba Ud. loco por entrar en el subrealismo como un provinciano maravillado con las cosas de París, que se pescó Ud. a la cola del subrealismo agonizante y que los subrealistas le aceptaron en ese momento en que andaban buscando discípulos en cualquier parte, etc. etc.

Esto es lo que dicen de Ud. en Madrid. Harán bien en ir a demostrarles que se equivocan y probarles que es “auténtico” y en caso necesario un hombre de acción. España se está poniendo interesante y nada despreciable.

En cuanto a lo que me manda decir de que se caga en mí, esto es gratuito y fácil… de boquilla… que de otro modo sépase que el día que me tocara Ud. un pelo sería un día bien triste para sus dientes y si fuera Ud. más fuerte que yo se encontraría Ud. cinco tiritos en el vientre, aunque tuviera que buscarlo debajo de la tierra y aunque me pudriera en una cárcel.

Solo me queda agregarle, para terminar, que yo también le mando decir que me cago en Ud. hasta su quinta generación.

Carta abierta a César Vallejo
Santiago, 27 de diciembre, 1936

Querido amigo:

He leído tu artículo “Los Intelectuales Españoles ante la insurrección fascista” y he puesto especial atención en lo que se refiere a don Miguel de Unamuno. Debo advertirte que no tengo ninguna antipatía personal contra don Miguel. Tendría más bien motivos de simpatía. Las pocas veces que le he encontrado en mi vida él ha sido atento y deferente para conmigo. Acaso por esto su última actitud ante los acontecimientos de España me ha entristecido más que encolerizado. Quien le conozca y le haya estimado abundará en el mismo sentimiento. A lo más podría sentir cierto despecho por haberme dejado engañar.

En don Miguel, más que la obra misma, lo que nos interesaba era el hombre, la calidad de hombre, la pasión de hombre que creíamos había en él. Ese dolor de carne y huesos que suponíamos en su persona, ese gemido de saco humano que a menudo nos conmovía porque lo creíamos sincero y algo así como una voz caliente de humanidad. Si ahora resulta que todo aquello era literatura, si don Miguel no siente el dolor humano ni los anhelos de los hombres, quiere decir que el engañador es al propio tiempo el primer engañado, porque hoy al descubrir su juego se asesina a sí mismo y pone una firma de invalidez a toda su obra.

Unamuno ha pasado su vida gritando por el hombre, lanzando los siglos y persiguiendo lo humano y cuando este destino se levanta a hacerse realidad, cuando se presenta a pecho descubierto, el escritor se asusta, retrocede, busca pretextos para cubrirse los oídos y los ojos. Se coloca así en manifiesta contradicción consigo mismo. Una de sus tantas contradicciones. Una más, pero que las circunstancias hacen demasiado grave.

Sin duda alguna Unamuno no cree en los militares. Lo malo es que tampoco cree en el pueblo. Como cualquier viejo académico solo parece creer en castillos de palabras construidos sobre el aire. No siente las ansias y las angustias de la humanidad, no ve la poderosa corriente interna que va cruzando los siglos, persiguiendo una realización, no advierte que toda construcción posible está latente en el pueblo y que solo el pueblo lleva en sí los gérmenes del mañana, cada día más cercano. Esta ceguera, esta desconfianza del hombre por el hombre, tan hija legítima de la explotación del hombre por el hombre, es lo que le ha perdido. De lo contrario tendríamos que aceptar que su actitud solo se debe al miedo.

A la base de todas estas incomprensiones y aun del miedo podría haber un egocentrismo enfermizo, ese egotismo que reduciendo al mundo a un espejo anula las realidades externas y la visión universal.

El hombre que se ha pasado la vida exaltando al Quijote y al quijotismo, al desfacedor de entuertos, al vengador de injusticias, no siente que todas esas condiciones las representa hoy el pueblo español. El hombre que tanto se ha burlado de curas y barberos como símbolo de lo burgués, no ve que éstos forman hoy el alma de la tropa rebelde, la esencia misma del faccioso. Se ha rebelado de pronto un hombre superficial sin hondos sentimientos, sin mirada profunda.

Dices tú, mi querido Vallejo, que la obra de Unamuno es únicamente accesible a una minoría. No me parece así. Ahora vemos que es un hijo irresponsable de Nietzsche y Sören Kierkegaard. No hay nada difícil en su obra, ni aún sus contradicciones. Ella me parece inocente, ingenua, hoy la vemos demasiado externa. Me parece la obra de un niño consentido, de un niño mimado, que se cree que tiene que ser aplaudido y admirado siempre, por el solo hecho de ser él, el niño regalón de un pueblo ilusionario.

Al venir los momentos graves, al presentarse de repente la hora decisiva, el niño caprichoso no supo elegir su camino. Por eso Unamuno es para nosotros el primer muerto de la revolución española. Recibe un abrazo por adelantado al otro que espero darte pronto por esas tierras donde el mundo tiene emoción constante.

Carta a Rosamel del Valle
París, 23 de noviembre, 1930

Estimado amigo:

Por una grande y feliz casualidad ha llegado a mis manos su hermoso libro “País blanco y negro” que Ud. envió a mi antigua dirección donde no paso desde hace más de tres años y con cuyos propietarios estoy peleado y estuve en pleito. Un amigo mío, un poeta americano, recién llegado de Nueva York, y que tampoco sabía que yo vivía allí, fue a verme a esa casa y le dijeron que no sabían mi nueva dirección y que tenían allá varias cartas y paquetes de libros y revistas para mí.

Por otra gran casualidad me encontré con ese amigo en una comida y me contó lo que le habían dicho en mi antigua casa. Al día siguiente envié a buscar mi correspondencia y, entre otras cosas, venía su libro. El destino quiso poner sus dedos color de azar para darme el placer de leer su obra. Lo felicito con toda la sinceridad que siempre me ha caracterizado y que tantos enemigos me ha valido. Su libro tiene páginas sencillamente increíbles. Es increíble que tan joven haya logrado Ud. una maestría semejante. ¡Qué seguridad en los trazos, qué riqueza de gama! Me reconcilia Ud. con Chile y con toda la América, me pone optimista respecto a nuestra raza. Pienso acaso haya otros, acaso puedan nacer otros.

Es Ud. un verdadero poeta, amigo mío, y que teniendo gran riqueza de imaginación, logra ser sobrio. Cosa rara en todas partes y más en América. Su estilo alcanza grados que nunca he visto en otro escritor de América Latina. Está Ud. muy por encima de otros que injustamente tienen más nombre que Ud. como Neruda, tan romántico y flaco, y esa pobre Mistral tan lechoza y dulzona, que al lado suyo parecen autores de tango.

Créame que lo felicito de todo corazón y que lamento no haberlo conocido más íntimamente en los meses que estuve en Chile. Y mis felicitaciones valen justamente porque soy parco en ellas. Dígame si entre sus amigos hay algo que valga la pena de verdad. Me gustaría conocerlo. Entre sus amigos u otros poetas de Chile pienso que se podrían seleccionar unas cuentas cosas y hacer aquí que una buena revista dedique un número entero a la poesía chilena que es, sin duda alguna, la mejor hoy en día en el habla castellana.

Usted sabe que yo no digo estas cosas por patriotismo, ni creo en patriotismos, sobre todo en este terreno.

Reciba un abrazo de su amigo.

VICENTE HUIDOBRO.

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