En Chicago, la ciudad que aprendió a levantarse después del fuego y a reinventarse con cada nueva línea del horizonte, la arquitectura vuelve a preguntarse por su sentido. La sexta edición de la Bienal de Arquitectura, titulada SHIFT: Architecture in Times of Radical Change, emerge como una respiración profunda en medio de un tiempo incierto.
Abierta hasta el 28 de febrero de 2026, la bienal —que celebra su décimo aniversario— es la mayor muestra internacional de arquitectura y diseño contemporáneo en Estados Unidos. Invita al mundo a explorar ideas innovadoras e imaginar colectivamente el futuro del diseño.
Esta edición convoca a detenerse, observar y desplazar la mirada hacia aquello que muta frente a nosotros: la manera en que habitamos, construimos, recordamos y proyectamos el futuro.
En un mundo convulsionado por crisis climáticas, transformaciones tecnológicas, migraciones y nuevas tensiones sociales, la bienal no propone respuestas cerradas, sino un campo de fuerzas: una arquitectura entendida como territorio de negociación, deseo y resistencia. Chicago, con una historia marcada por la innovación estructural —desde el esqueleto de acero que redefinió el edificio moderno hasta las utopías urbanas que hicieron de la ciudad un laboratorio vivo— vuelve a desplegar sus salas, calles y vacíos para hospedar una conversación global.
Bajo la curaduría de Florencia Rodríguez —a quien conocimos como directora de la revista PLOT— junto a Igo Kommers Wender y Chana Haouzi como curadores asociados, la bienal insiste en la acción: movimiento, adaptación, reajuste. Arquitectos, artistas, diseñadores, investigadores, colectivos urbanos y comunidades locales convergen para indagar cómo la arquitectura puede operar cuando los parámetros conocidos se vuelven inestables.
Rodríguez propone un marco que redefine el rol del diseño en tiempos convulsos. En sus palabras: “SHIFT es una invitación a cambiar de posición para poder cambiar de perspectiva. Solo cuando movemos el punto desde el cual miramos, la arquitectura revela nuevas posibilidades para imaginar futuros más abiertos, más justos y sensibles a las transformaciones de nuestro tiempo”.
Su cita opera como brújula conceptual: la arquitectura no es solo forma, sino cambio —visual, político, cultural— que permite comprender dónde estamos y hacia dónde podríamos ir.
Entre las obras destacadas, la bienal despliega un conjunto de intervenciones que encarnan ese desplazamiento. Care.xyz: Building Pleasures, por un equipo liderados por Luis Úrculo y Ethel Baraona Pohl, ensaya una arquitectura que no se fija sino que se mueve. Maquetas abiertas, casi coreográficas, se arman y desarman al ritmo de las manos, recordando que el espacio también es afecto, gesto, proximidad. Allí donde la arquitectura suele buscar permanencia, esta obra se atreve a celebrar lo inestable: la construcción como acto íntimo, lúdico y colectivo. En tanto, en una escala territorial, GRUA presenta a Praia e o tempo, una intervención mínima sobre una playa portuguesa donde un marco cuadrado captura el movimiento del viento, las huellas y la erosión. Lo que parece un simple perímetro se convierte en una máquina de tiempo: un dibujo que nunca es igual, un paisaje que respira, se borra y reaparece. La obra expone la fragilidad del territorio en un clima cambiante y la necesidad de mirar de nuevo aquello que creemos constante.
Desde Bangladesh Kashef Chowdhury/URBANA, el Friendship Centre es un tejido de ladrillos donde patios y cubiertas verdes se hunden y emergen en el paisaje rural. Una arquitectura silenciosa, hecha de sombra, de frescor y de comunidad.
Chowdhury propone un refugio donde la formación, la asistencia y la vida cotidiana encuentran dignidad en la austeridad. En tiempos de crisis climática, su obra demuestra que la resiliencia puede ser también una forma de belleza. Complementariamente, en un registro completamente distinto, TAKK y Munuera presenta Fellaria’s Time Capsule, una esfera lumínica que parece venir de un futuro blando, vegetal y tecnológico. Un objeto que respira, brilla y cultiva vida en su interior, proyectando un hipotético hábitat para un planeta profundamente modificado.
La cápsula es a la vez fábula y advertencia: una arquitectura que imagina cómo podríamos vivir cuando la frontera entre cuerpo, máquina y clima sea irreconocible. La dimensión social se vuelve urgente en 8 Ngarranam —UNDP, proyecto liderado por Tosin Oshinowo y documentado por Tolu Sanusi. Aquí, la arquitectura es una herramienta de reparación: viviendas para comunidades desplazadas en Nigeria, construidas con técnicas locales y una estética que honra el patrimonio hausa-kanuri. Casas de tierra estabilizada, techos metálicos, geometrías pintadas y patios íntimos devuelven estabilidad y pertenencia donde hubo pérdida y violencia. Es un recordatorio de que el diseño puede sanar, reconstruir y restituir futuro.
La intervención de SO–IL (ganadores del YAP 2010 con Pole Dance), presenta una estructura permeable y vibrante, casi una nube arquitectónica que se expande y contrae según la luz y el movimiento del visitante. Su instalación plantea una pregunta esencial: ¿cómo puede la arquitectura seguir siendo un espacio de encuentro cuando crecen las distancias físicas y emocionales? En un registro íntimo, Toshiko Mori presenta maquetas que funcionan como umbrales entre memoria y anticipación.
No son proyectos concluidos, sino fragmentos de mundos posibles que capturan ese instante en que surge la pregunta: ¿cómo proyectar un futuro cuando el presente se desplaza bajo los pies? Este carácter tentativo recorre gran parte de la bienal, convirtiéndose en lenguaje compartido: la arquitectura como proceso y pregunta abierta.
El sur también existe
La participación latinoamericana también adquiere fuerza con propuestas que abordan la desigualdad urbana, la informalidad como inteligencia espacial y las nuevas materialidades asociadas a la sostenibilidad. Estudios de México, Argentina y Brasil presentan infraestructuras comunitarias, sistemas constructivos de bajo impacto, dispositivos participativos y cartografías críticas que revelan la vitalidad de un continente que, desde hace décadas, ensaya formas alternativas de ciudad.
Los estudios chilenos Plan Común (Maison Commune), Max Núñez (Hogar Alemán de Chicureo), Gt2P (Los Porfiados), On Architecture, FAR y Cristóbal Palma son los elegidos locales. En diálogo con estas miradas, Chicago se transforma en una constelación de geografías superpuestas: desiertos, selvas, archipiélagos, cordilleras y metrópolis convergen en una trama que demuestra que la arquitectura ya no puede concebirse desde un solo punto de vista.
SHIFT propone, además, una programación extendida que se desarrollará en los próximos meses: talleres con comunidades, laboratorios urbanos sobre equidad territorial, conferencias sobre inteligencia artificial y construcción sostenible, residencias para jóvenes arquitectos y exposiciones itinerantes que viajarán por Estados Unidos y el mundo. La bienal deja claro que su impacto no termina en Chicago: lo que aquí se ensaya busca activar nuevas conversaciones e incidir en prácticas emergentes.
Mientras el invierno avanza sobre el lago Michigan y la ciudad se ilumina con su resplandor habitual, la bienal invita a imaginar que la arquitectura puede operar como radar sensible, capaz de detectar las vibraciones de un tiempo que cambia a gran velocidad. SHIFT no es solo un llamado al movimiento: es un recordatorio de que la arquitectura es una forma de leer la realidad y, al mismo tiempo, de reescribirla.
En tiempos de cambio radical, Chicago se convierte en un umbral que escucha y se abre a nuevas posibilidades. Allí reside la promesa más luminosa de esta bienal: la oportunidad de repensar el mundo desde el espacio que compartimos, donde la imaginación se vuelve materia y la arquitectura, una forma de futuro.