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Rosalía y su disco LUX: ninguna circunstancia banal

En los temas de este disco, ordenados en cuatro movimientos con un libreto inspirado en sendas vidas de santas, asoma una sola alma atenta y voraz, que primero absorbe sin pudor y después elige con una fineza casi maniática los medios musicales para ensamblarlos con la kriptonita de su voz. El resultado es, en su género, inaudito.

Antes que todo, escúchese este disco de un viaje. Nada de picoteos ni de algoritmos que aleatorizan y descomponen. LUX, el nuevo lanzamiento de la cantante y compositora Rosalía (Sant Esteve Sesrovires, provincia de Barcelona, 1992), tiene que oírse desde principio a fin, porque no solo aguanta que se lo escuche como una unidad: lo exige. Las partes se van explicando entre sí y cobran sentido.

LUX dura 49 minutos y 38 segundos en su versión digital; lo mismo, más o menos, que la Eroica de Beethoven, por poner un caso, lo que ayuda a intuir la escala de la apuesta. Pero eso no significa que sea sinfónico en el sentido clásico, como se han apresurado a proclamar algunos, generalmente a los que suelen gustarles metáforas como “sinfonía de colores” o de “sabores”. No hay sustento para tal cosa: aquí no hay desarrollo ni interrelación temática, ni modulaciones que se persigan unas a otras con lógica arquitectónica, como sí lo sigue habiendo, entre otras cosas, en las sinfonías que se escriben en el siglo XXI. ¡Esto es pop! El mejor que hay en estos momentos, dice el crítico Jon Caramanica, que conduce Popcast de The New York Times, junto al periodista Joe Coscarelli. En la entrevista de, ¡una hora y media! que le hacen a Rosalía, ambos aparecen total —y justificadamente— rendidos ante su talento y belleza.

Que sea pop significa que las canciones de LUX tienen un centro tonal al que se vuelve frecuentemente: un refugio; puede quedarse largo rato en una secuencia simple de acordes o en uno solo; puede repetirse un motivo como un mantra en un esquema rítmico regular. Todo eso otorga la estabilidad necesaria para que ocurra lo que el músico y neurocientífico canadiense David Huron, recién muerto este año, estudió en su seminal Sweet Anticipation (2007) y que llamó el “efecto de predicción”: en este caso, por el conjunto de reglas anteriores que uno ya trae desde que entonó su primera canción en el jardín infantil y por las que impone una determinada música, como que a una frase le siga otra con “notas que calzan”. A veces nos gusta que nuestra predicción se cumpla. Otras, pero no siempre, que nos desafíen.

He ahí la novedad que tiene a la industria completa —y a decenas de millones en todo el mundo— escuchando a Rosalía. En los quince temas —dieciocho en el vinilo—, ordenados en cuatro movimientos con un libreto inspirado en sendas vidas de santas, asoma una sola alma atenta y voraz, que primero absorbe sin pudor y después elige con una fineza casi maniática los medios musicales para ensamblarlos con la kriptonita de su voz. El resultado es, en su género, inaudito.

Claro, ya se ha dicho: que Björk, Patti Smith, Kate Bush o Beth Gibbons; que Niña Pastori, Estrella Morente o Concha Piquer; que Maria Callas. Todas ellas resuenan en Rosalía. O no. Rosalía recoge compositores e intérpretes flamencos, reggaetoneros y clásicos —Vivaldi, Borodin, Puccini, la Sinfónica de Londres, por nombrar a algunos— y con ello la misma noción de influencia deviene inútil. Amor, espíritu, lenguaje, sexo, consumo, muerte —existencia, al fin— y mucha, muchísima música: ninguna circunstancia de lo humano parece banal.

Por eso, aunque no es una sinfonía, para escuchar “LUX” hay que ponerse en disposición sinfónica y apreciar su novedad. En Mundo nuevo, se oyen estos versos: “Yo quisiera renegar/ de este mundo por entero/ volver de nuevo a habitar/ madre de mi corazón/ volver de nuevo a habitar/ por ver si en un mundo nuevo/ encontraba más verdá”. Nunca mejor dicho. Ni cantado.

Las costuras

Ya que se lo va a escuchar de una tirada, vaya poniendo atención a las transiciones entre cada tema, casi siempre sorpresivas, aunque por motivos distintos. Apenas unos ejemplos entresacados de gestos que se repiten: de Sexo, violencia y llantas a Reliquia hay un acorde disuelto con sintetizadores y una caja clara en un redoble que crece y desemboca en unas pocas cuerdas con un motivo rítmico y energético; entre Divinize y Porcelana, un tutti de cuerdas, electrónica y mucha percusión que acaba abrupto, sin reverberación alguna, con la intención deliberada de que el corte se note; medio segundo de silencio —oh, las expectativas desafiadas— y un diálogo de cuerdas en el que irrumpe su voz, el centro de todo.

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En los temas de este disco, ordenados en cuatro movimientos con un libreto inspirado en sendas vidas de santas, asoma una sola alma atenta y voraz, que primero absorbe sin pudor y después elige con una fineza casi maniática los medios musicales para ensamblarlos con la kriptonita de su voz. El resultado es, en su género, inaudito.

Gonzalo Saavedra



Solo le pido a Kast…

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Que sea presidente y que no agite durante su gobierno banderas ideológicas al modo de un candidato en eterna campaña y que abandone el discurso separatista de los extremos, es decir, que no le hable solo a una parte de la tribuna e insulte a quienes no están de acuerdo.

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