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El secreto encanto de la tradición

En tiempos de turismo global y nuevas modas a la hora de comer y de beber, en el corazón del Valle de Colchagua funciona este lugar con la misma buena mesa y la fraternidad que buscaban sus fundadores allá por la década del treinta. Por lo mismo, sigue deleitando a locales y afuerinos con delicias que ya no se encuentran en otras partes. Y a santacruzanos como quien escribe estas líneas, que lo visitan hace más de cuatro décadas.

Santa Cruz es la localidad más importante del Valle de Colchagua, una zona que gracias al desarrollo de la industria vitivinícola a lo largo de treinta años, ha vivido un cambio notable de la mano no solo de la producción del vino sino que también del turismo que se ha desarrollado en paralelo. Así, muchas viñas actualmente mantienen tours por sus instalaciones, además de tener restaurantes e incluso hoteles. Por otra parte, en la Plaza de Armas de Santa Cruz está el hotel del mismo nombre y a pocos metros funcionan el Museo de Colchagua y el Casino; todos bajo el alero de la familia Cardoen.

Por todo lo anterior no es extraño toparse hoy por las calles del pueblo con buses llenos de turistas e incluso extranjeros tomándose fotos frente a la iglesia u otros puntos de interés. Claramente son postales de un Santa Cruz “nuevo”, de no más de tres décadas. Sin embargo, también en la principal plaza de la ciudad, a pasos de la Municipalidad donde nació el prócer local Nicolás Palacios en 1854- funciona el Club Unión Social, mudo testigo de la historia de la zona. Casi un capítulo aparte de lo que ha pasado en más de noventa años en Santa Cruz y que ahí está, a ratos, como detenido en el tiempo.

Los inicios

Hacia el año 1931 las cosas en Santa Cruz eran muy distintas a como son ahora. El pueblo era pequeño, todos se conocían y las instancias de esparcimiento luego del trabajo no eran muchas. Peor aún en invierno. En vista de este panorama, un grupo de amigos y conocidos comenzaron a juntarse por las tardes en una casa donde funcionaba la oficina del comerciante y agricultor Tito Reveco, muy cerca de la Plaza de Armas y prácticamente al frente de la sucursal del Banco Estado, que ya en esos años existía
en ese lugar y lo sigue haciendo en la actualidad. Se trataba de un grupo medianamente numeroso que congregaba a comerciantes, empleados públicos, agricultores, bancarios y funcionarios de las cajas de previsión que existían en aquellos años. La idea era juntarse con cierta frecuencia en esta casa a conversar y jugar cacho o dominó. Y, por supuesto, tomar algo y compartir.

Cuenta la historia que una de las atracciones de estas reuniones era una pesada radio alemana propiedad de Reveco, la que permitía al grupo escuchar noticias por onda corta durante sus encuentros. Estas rutinas se siguieron dando en el mismo lugar hasta fines de 1932, cuando surgió la posibilidad de comprar la casa en donde hoy funciona el Club Social, en plena Plaza de Armas. Pero claro, como este grupo de amigos no tenía más organización que la de juntarse periódicamente a pasarlo bien, debieron hacer la compra a nombre de uno de sus integrantes. El elegido fue el comerciante Osvaldo Bisquertt Frías, quien años más tarde sería regidor de Santa Cruz por el Partido Liberal. De esta forma siguieron con las mismas rutinas de siempre, pero ahora en casa propia.

No fue hasta mediados de 1934 cuando se hicieron todos los trámites legales y se fundó el Club Unión Social de Santa Cruz. Su primera directiva estuvo conformada por el notario de esa época, el abogado Ángel Fuentes, como presidente y el agricultor Exequiel Fernández como vicepresidente. Además, el dentista Pedro Soto asumió como secretario, mientras que el cargo de tesorero recayó en el empleado bancario Carlos Aguirre. Completaron este equipo fundacional los directores Fernando Hurtado (agricultor), José Díaz (comerciante) y Luis Mandujano (médico). De ahí en más, “El Club”, como coloquialmente se le llama, no dejó, primero, de crecer y, luego, de consolidarse como el principal punto de encuentro de los santacruzanos de la época.

Se fueron realizando mejoras y contratando concesionarios para que se hicieran cargo del restaurante y atendieran a los socios y sus familias. Por otra parte, durante décadas el Rotary Club de Santa Cruz, al no tener sede propia, sesionó ahí cada martes por la noche mientras sus socios -la mayoría también del Club Social- comían en un comedor privado.

Una conocida historia de algún momento de los años setenta tiene que ver justamente con ese comedor. Sucede que este espacio estaba coronado por un retrato de Paul Harris, fundador del Rotary Internacional. Una noche en que el comedor estaba desocupado, algunos jóvenes, hijos de connotados socios del Club, se juntaron ahí para conversar y beber algo. Hasta ahí todo bien. El problema fue que en la siguiente sesión de los rotarios los asistentes se llevaron la desagradable sorpresa de que el retrato de Harris incluía ahora unos prominentes bigotes estilo francés. El cuadro tuvo que ser reparado, pero jamás se supo quién fue el “artista” responsable de los mostachos.

Lo comido y lo bebido

Con el paso de los años el Club Social fue consolidándose como unos de los buenos lugares para comer en Santa Cruz y un punto de encuentro por excelencia. Clave en todo esto fue su restaurante, el que a lo largo del tiempo tuvo no pocos concesionarios. Sin embargo, hay uno que dejó huella y moldeó lo que conocemos hoy como la carta de este lugar. Se trata de Omar Pérez Moreno, quien estuvo al mando de los fuegos del Club desde 1980 hasta 2023, cuando falleció. Moreno venía de trabajar en un restaurante ubicado también en la Plaza de Armas de Santa Cruz y que tuvo bastante éxito en los años setenta-llamado Le Moustache, donde aprendió el oficio de la cocina.

De esta forma Moreno consolidó el estilo de la cocina del Club, con platos que venían de antes más otros que fue introduciendo para dar con la carta que conocemos, una propuesta sencilla, contundente y clásica que siempre marca presencia con sus exquisitas empanadas fritas de queso o marisco, las que no se pueden dejar de probar antes de todo almuerzo o comida. Entre sus platos emblemas están dos de raíz española: los riñones al jerez y los callitos con arroz. Preparaciones que tienen gran número de adeptos, los que en muchos casos sólo piden esos platos una y otra vez. Pero la carta es más extensa y se completa con delicias como el osobuco con salsa de tomates, la carne mechada y la lengua fría o caliente, como la quiera el comensal.

Mención aparte merecen sus tortillas de papas o verduras como también -cuando tienen- las prietas y el arrollado huaso.

Al final, puras delicias clásicas. Y hablando de delicias hay que tener ojo con sus postres, todos bien tradicionales: castañas en almíbar, papayas con crema, helado almendrado o su insuperable torta de milhojas que no pocos también encargan para llevar a sus casas. ¿Y para beber? Aunque ya han llegado los Spritz y otras cosas muy de moda, no dejan de tener pisco sour, vaina, bitter batido, pichuncho, borgoña y una buena selección de algunos vinos de la zona. Los días de semana al almuerzo ofrecen platos únicos como cazuelas, legumbres y humitas (en temporada de verano). Por las tardes se pueden disfrutar muy buenos churrascos y sándwiches de lengua, siempre en la buena marraqueta de la Panificadora Santa Cruz.

“Deben haber pasado unos veinte o treinta concesionarios por el Club. Algunos que duraban solo meses, pero obviamente Omar es el más importante que ha habido, no sólo por la cantidad de años que estuvo si no porque le dio un carácter a la cocina que se mantiene hasta hoy”, relata el empresario agrícola Octaviano Díaz, uno de los socios activos más antiguos de esta institución. Afortunadamente un hijo y la viuda de Omar Pérez, doña Julia Cáceres, siguen trabajando como concesionarios, por lo que la continuidad y tradición están garantizadas. Alguna vez entrevisté al chef argentino Francis Mallmann, que tiene un restaurante en Colchagua, y le pregunté si había tenido oportunidad de visitar el Club. “Sí, me gusta mucho, tiene muy buena comida sencilla”, me dijo.

¿Se puede tener una mejor recomendación que esa?.

El Club hoy

La rutina actual en el Club Social de Santa Cruz no es muy diferente a la de décadas anteriores. Durante la semana se ve algo de ajetreo en la mañana cuando varios socios pasan a tomar un café o tienen alguna reunión. Luego viene el almuerzo, por lo general con lleno total, para más tarde -a partir de las cinco- comenzar nuevamente a recibir comensales que vienen de pasada y finalmente se quedan a comer. Los fines de semana la cosa cambia porque entre los que pasan por el aperitivo y los que se quedan a almorzar el lugar se repleta. Afortunadamente, cuando el tiempo lo permite, es posible ocupar las mesas de su agradable terraza, con parrón incluido, otro clásico del lugar. Y claro, la concurrencia es más que variada. Comerciantes, agricultores, profesionales independientes y hasta el alcalde o un notario pueden cruzarse en una visita al Club. Tal vez la única diferencia hoy radica en que prácticamente todos los días es posible encontrarse con turistas que comen o toman algo en este sitio. Bueno, si uno quiere conocer algo realmente típico y tradicional de Santa Cruz, este es el lugar. Y así como la carta con sus platos de siempre dan una suerte de continuidad, algo parecido ocurre con su staff de garzones y garzonas, varios de ellos con más de treinta o cuarenta años trabajando en el Club y, por lo mismo, muy valorados y reconocidos por la clientela.

Ahora bien, algo clave en la buena salud del Club Unión Social de Santa Cruz es que han sabido preservar las tradiciones, espíritu y servicio de siempre, pero al mismo tiempo se han preocupado de renovarse constantemente en lo que a sus socios se refiere. “Esa ha sido la clave”, explica Octaviano Díaz, agregando que “yo ya voy menos al Club, pero hay un grupo nuevo que está entre los cuarenta y cincuenta años que van mucho y que se han ido haciendo cargo de todo, metiéndose en cargos directivos”. Claro ejemplo de estas nuevas generaciones de socios es el ingeniero comercial Cristián Dutzan (44), segunda generación de socio de su familia y quien desde hace catorce años está en la directiva del Club y actualmente es su secretario. “La verdad es que yo siempre fui mucho al Club. Primero con mis padres y después con mis amigos, así que tenía más o menos claro que en el futuro me involucraría. Y la verdad es que el directorio siempre se ha preocupado de ir incorporando a socios más jóvenes para que luego se integren también a la directiva. Creo que eso ha sido clave para que el Club siga siendo un lugar de encuentro”, relata.

Actualmente el Club Social cuenta con 105 socios activos, de los cuales tres son honorarios: los agricultores César Munita y Adriano Díaz, más el dentista Nain Cumsille, padre de la destacada enóloga Ana María Cumsille. Su presidente es el notario Jorge Carvallo. Además de su funcionamiento los siete días de la semana, el Club realiza actividades anuales para sus socios como el Bingo del Vino y una Cena Aniversario, así como también campeonatos de pool, dominó, cacho y dudo. Es decir, las mismas actividades de toda la vida. “Nos juntamos en el bar (que es exclusivo para los socios), vemos partidos de fútbol o algo que pasen por la televisión y más al verano también nos instalamos bajo el parrón”, cuenta a modo de resumen Octaviano Díaz, para luego cerrar con una reflexión: “El Club ha pasado por todas. Más de alguna vez estuvo a punto de cerrar, se cayó un pedazo de la construcción y cosas así. Pero sigue ahí, firme”.

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