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17 de Junio de 2014

Tres días para matar

Estas películas de “acción” desenfrenada, con asesinos altamente especializados, son el equivalente de los “spaghetti western”, en el que los muertos se contaban por docenas. Sólo que, en los años ’60, no existían los videojuegos.

Por José Blanco J.
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José Blanco J. es Profesor de Estado (Universidad de Chile), Doctor en Filosofía y Doctor en Materias Literarias (Universidad de Florencia, Italia). Se ha dedicado a la filología medioeval y humanista, dando especial importancia a Dante, Petrarca y Boccaccio sobre los que ha escrito numerosos libros y ensayos. Ha traducido al castellano textos de cronistas florentinos que vivieron en América en los siglos XVI y XVII. También ha publicado libros de historietas de dibujantes chilenos.

Luc Besson vuelve a hacer de las suyas, con un guión repetido que hace las delicias de los que quieren ver tiroteos a granel y lucha cuerpo a cuerpo con golpes y fracturas varias. A esto hay que agregar que los productores son los mismos de Taken: búsqueda implacable, en la que Liam Neeson corría a rescatar a su hija raptada por árabes dedicados a la trata de blancas (hay una segunda parte y se anuncia una tercera).

En realidad, estas películas de “acción” desenfrenada, con killers altamente especializados, son el equivalente de los “spaghetti western”, en el que los muertos se contaban por docenas. Sólo que, en los años ’60, no existían los videogames y éstos han logrado condicionar de tal manera a los jugadores, que pueden llegar a ser un peligro latente para la sociedad.

Ethan (Kevin Costner) quiere dejar de matar y retirarse de la CIA. Tal vez así pueda reencontrarse, después de cinco años de ausencia, con su esposa (la danesa Connie Nielsen, que debiéramos ver en Ninfomaníaca de Lars von Trier) y con su hija (Hailee Steinfeld, la inolvidable jovencita de Temple de acero de los Hermanos Coen). Tiene una enfermedad terminal y esos pocos meses de vida quiere pasarlo “en familia”.

Pero (¡sí, siempre hay un pero!) la CIA ha encargado a una inquietante agente secreta (Amber Heard, que algunos recordarán en Diario de un seductor), que lo convenza de asesinar a varias personas a cambio de un remedio inyectable que le va a alargar la vida. Y éste acepta, contra su voluntad.

Bajo la dirección de McG (Joseph McGinty Nichol, el mismo de  Los Ángeles de Charlie) se desarrolla una serie de secuencias violentísimas con breves interrupciones de humor negro y una ventana abierta hacia la condición humana de los emigrantes africanos.

Todo a una velocidad que deja poco tiempo para pensar en el argumento de la película, que se limita a llevar de manera vertiginosa al espectador de una balacera a otra, de una persecución automovilística a otra (incluso con el auspicio declarado de una marca francesa), de una confusión permanente en que no se sabe quién es más perverso: ¿los “buenos” o los “malos”? Agregando caricaturas (el mafioso turco, el contador siciliano) y algún momento alegre (cuando Ethan enseña a su hija a andar en bicicleta).

Antiguamente, las prostitutas defendían su profesión diciendo que era un trabajo como cualquier otro. Ahora es el turno de los torturadores y asesinos, que están entre nosotros y se dan tiempo para acompañar a las hijas al colegio o para llegar a tiempo a cenar. James Bond, Derek Flint y Matt Helm no tenían ese tipo de problemas y los sentíamos como personajes de ficción. En cambio, los asesinos de Besson pueden ser nuestros vecinos.

(Three Days To Kill. USA, 2014)

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