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26 de Junio de 2014

¿Amenazados por la ideología de género o la falta de argumentos?

Considero una falta de criterio intentar desconocer el trabajo y lucha que han llevado a cabo diversos actores en nuestro país para instalar la identidad de género como un legítimo problema público, el cual requiere la atención del Estado y la sociedad.

Por Esau Figueroa
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Esau Figueroa es Docente universidad Andrés Bello y del Desarrollo, doctorante Ciencias Sociales Universidad de Chile e investigador en temas políticos, valóricos y sexuales.

Hace pocos días atrás el diputado UDI Enrique Van Rysselberghe publicó una columna en un medio electrónico referida a la legitimidad de la matriz del proyecto de identidad de género y la imposición ideológica “foránea”, dichos que estimo requieren ciertas aclaraciones. Y no porque el honorable y sus opiniones me parezcan relevantes en el referido debate (su perspectiva es cercana al sentido común y desprovista del rigor y objetividad necesarios para una discusión seria), sino porque considero adecuado exponer la falta de contenido de un conjunto de argumentos que actualmente circulan en la esfera de la opinión pública.

En primer lugar, considero una falta de criterio intentar desconocer el trabajo y lucha que han llevado a cabo diversos actores en nuestro país para instalar la identidad de género como un legítimo problema público, el cual requiere la atención del Estado y la sociedad. Más aun cuando este intento se fundamenta en deslegitimar convenciones internacionales (como la denostada Yogyakarta) e influencias “externas a la realidad chilena”, sin las cuales no habría sido posible levantar dicho problema. Esto no constituye solamente un desprecio para el derecho internacional y al conjunto de intelectuales e investigadores chilenos y chilenas que trabajan desde hace tiempo en estos temas, sino sobre todo por para con aquellas personas que día a día deben enfrentar los avatares de la realidad “local” que les tocó vivir, tan cargada de obstáculos y humillaciones asociados a la ignorancia, el prejuicio y las rígidas prescripciones de un sistema normativo que no admite espacio para matices apartados del ordenamiento biológico “hombre-mujer” o lo supuestamente “normal-anormal”. Es fácil desconocer el derecho internacional y obviar ciertas realidades cuando se está del lado de la “normalidad” y del poder.

En segundo lugar me llama la atención el enfático cuestionamiento que se hace respecto de la intromisión de estas supuestas influencias internacionales (“ideología de género”), como si lo correcto fuese que las injusticias ocurridas en los espacios locales o nacionales (para los que gustan pensar que Chile se constituye como una nación homogénea) transcurran sin más, hasta que en algún momento a los propios afectados se les ocurra alguna brillante estrategia para luchar contra tales problemas, asumiendo además que esto sería sencillo en un contexto de opresión y/o exclusión. Eso es relativizar los derechos humanos y reivindicar los relativismos culturales, lo cual lleva a preguntarme ¿sería válido el argumento del honorable frente, por ejemplo, a la monstruosidad de la castración femenina llevada a cabo en algunos países de África bajo argumentos “locales” religiosos? ¿No se debe objetar “internacionalmente” tan horrenda vulneración a la integridad y dignidad de las mujeres solo porque ella se basa en tradiciones locales (impuestas por hombres, claro)? ¿Deben ser los estudios de género, al cuestionar estas tradiciones, considerados formas ideológicas impuestas y aplicables solo al contexto en el que surgieron? ¿Estaba imposibilitada de cuestionar Simone de Beauvoir, al haber sido francesa, la situación de dominación en que se encontraban (y aun se encuentran) la mayor parte de las mujeres del mundo? ¿Las mujeres chilenas nunca debieron acceder al voto por haberse visto influenciadas por corrientes de pensamiento extranjeras? ¿Las personas transexuales en Chile no pueden ser dignificadas porque los primeros pasos en la consecución de sus derechos fueron dados fuera de nuestro país?

En tercer lugar, quiero referirme a la influencia y legitimidad de las ideologías o corrientes de pensamiento que han nacido fuera de Chile o Latinoamérica, específicamente en el hemisferio norte, centro argumental en la columna del honorable. Y es que acaso, ¿alguien podría siquiera pensar a estas alturas que el neoliberalismo nació en Chile? ¿No ha sido esta corriente ideológica una de las imposiciones más drásticas a las que nos hemos visto sometidos? ¿y no son tantos, incluido el diputado, los que rasgan vestiduras cuando este sistema es mínimamente cuestionado? Y, sorpresa, ¡surgió en el hemisferio norte! Interesante también es que otro elemento central en la objeción de los derechos de las personas transexuales hace énfasis en el carácter “natural-biológico” de las diferencias sexuales, argumento que está directamente enlazado con nociones valóricas religiosas, cristiano-católicas ¿Acaso el cristianismo no nació fuera de Chile? Y sin embargo ¿No ha sido la iglesia católica la principal defensora de esta concepción naturalista de la sexualidad y por tanto enemiga de esta supuesta ideología internacional de género (así lo declaró Benedicto XI antes de abdicar)? Y sin embargo, cristianismo, catolicismo (y el Opus Dei por cierto) ¡también surgieron en el hemisferio norte! del mismo modo que la filosofía (Grecia), el derecho (Roma) y otras tantas materias, disciplinas y doctrinas que hacen parte del mundo occidental en el que convivimos. Cuestionar su constitución foránea me parece un ejercicio interesante en términos culturales, pero errado para contraargumentar respecto de la ampliación de los derechos de las personas transexuales (y de la diversidad sexual en general).

Para concluir me gustaría establecer que el objetivo aquí no es constreñir un debate que muy por el contrario, es necesario llevar a cabo a nivel social y político. Lo que sí me parece urgente es hacer un llamado a exponer argumentos objetivos, provistos de contenido y seriedad. Decir que la sexualidad ha sido un tema arrancado del ámbito privado hacia el público como consecuencia directa de la acción de grupos feministas me parece una cuasi ignorancia. Como si la penalización de la homosexualidad ejercida hasta los 90s y defendida por la derecha de aquel entonces no hubiese implicado sancionar públicamente una comportamiento privado; como si la inexistencia de una ley de divorcio hasta 2004 no hubiese significado una acción pública para un tema privado; como si oponerse a la anticoncepción de emergencia no hubiese involucrado una acción público-política para un tema íntimo; como si la prohibición del aborto decretada en los últimos días de la dictadura no fuese una regulación pública de un tema sexual y persona. No señor Van Rysselberghe, la sexualidad es un tema de discusión muy pública, su sector político lo ha dejado más que claro. No culpe a las feministas ni a la ideología de género como usted la llama, sino al avance imparable de una sociedad que ha crecido y que progresivamente y democráticamente aspira a convertirse en un lugar provisto de mayores niveles de igualdad y dignidad para todos, todas y todxs.

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