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26 de Junio de 2014

La PSU y lo que Sísifo no olvida

En medio de las movilizaciones sociales, pareciera haber un retorno a esta premisa: quien desee dedicarse a la política, debe ser “el mejor” y contribuir a hacer buenos ciudadanos. Los clásicos tenían en mente el destino de la humanidad y no la efímera circunstancia pasajera. La retórica se convirtió para ellos en algo más que la mera persuasión y trazó como objetivo la adquisición del bien universal y no la impulsividad de las masas.

Por Alvaro A. Pezoa
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En 2009 el Ministerio de Educación modificó los contenidos de Historia y Ciencias Sociales que entran en la PSU (véase la página del DEMRE). El cambio comienza a aplicarse este 2014. La Historia Universal adquiere relevancia únicamente desde el siglo XX, lo cual deja fuera la Historia Antigua, la Edad Media y la Edad Moderna. El actual plan de estudios contempla tópicos fundamentales para un joven chileno: Historia y Geografía de Chile, Educación Cívica e Historia de Latinoamérica en el siglo XX. Sin embargo, hay unos dos mil años de Historia Universal que ya no califican como contenido necesario. Aunque todas las épocas nos enseñan algo valioso, me parece pertinente acudir en defensa de los autores de la Antigüedad, padres de Occidente.

Estudiar a los “Clásicos” implica adentrarse en problemas que inquietan constantemente a la humanidad. El mejor modo de vivir, el fundamento de la justicia y la importancia de la política, son temas que encontraron respuesta en estos pensadores. El hecho de que aquella respuesta tuviese su origen hace centenares de años no le quita validez y, al contrario, la coloca en una posición privilegiada, porque ha sobrevivido a una serie de cambios culturales. Si bien podría redactarse una lista interminable de los aportes que los Clásicos han hecho a Occidente, parece sensato mencionar algunos puntos de contingencia en los que la tradición grecorromana presenta un argumento interesante.

Los autores clásicos sentaron las bases del registro y análisis históricos. Tucídides, por ejemplo, recopiló los hechos que dieron comienzo y fin a la Guerra del Peloponeso, pero más allá del mero dato, entregó observaciones de las causas imperecederas que influyen en la acción humana. Los Antiguos aportaron también con el nacimiento y cultivo de la filosofía. Resalta Aristóteles, quien dio a este saber un sentido real y concreto. Quizás la contribución más grande del Estagirita haya sido su visión ética y política. Su propuesta se puede resumir del siguiente modo: el mejor régimen político es aquel que hace mejores a los hombres o, dicho de otra forma, el objetivo de la política es la virtud de los hombres. En medio de las movilizaciones sociales, pareciera haber un retorno a esta premisa: quien desee dedicarse a la política, debe ser “el mejor” y contribuir a hacer buenos ciudadanos. Los clásicos tenían en mente el destino de la humanidad y no la efímera circunstancia pasajera. La retórica se convirtió para ellos en algo más que la mera persuasión y trazó como objetivo la adquisición del bien universal y no la impulsividad de las masas.

Si el Ministerio persevera en sus intenciones, se verá enfrentado a un problema serio. Al igual que Sísifo, arrastrará cuesta arriba una roca pesada, que una vez instalada en la punta caerá en la ladera opuesta. Lo que se trata de eliminar es una tradición que los más jóvenes merecen conocer, pues ha sido sustento de la cultura occidental por largo tiempo. Aquello exige reflexión. En Un mundo feliz, Aldous Huxley exhibe temor, porque los temas que deberían quitar el sueño dejan de ser trascendentes y ceden el paso a la rutina y lo superficial, todo en nombre del populismo. No quiere  decir esto que si dejamos de leer a los Clásicos la consecuencia inmediata sea el término de nuestra cultura, pero de alguna forma, aquello constituye un olvido de nosotros mismos.

Sísifo sabe que al llegar a la cima de la montaña, su piedra va a rodar hacia el otro lado y lo sigue haciendo porque es su castigo. Lo que debería atemorizarnos es que el Ministerio de Educación no quiera mirar la otra ladera cuando llegue a la cima de sus reformas y, peor aún, no decida poner freno a lo evitable.

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