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10 de Octubre de 2015

Es posible desterrar el desencantamiento

El segundo semestre abruma y comienza a pesarnos sobre los hombros el cansancio, la ansiedad por las metas anuales, las fechas cargadas de celebraciones, las etapas de planificación, actividades diversas, etc. Junto con esta sensación, inherente al ser humano, en nuestro país arrastramos un año que ha sido anímicamente complejo y que ha traído consecuencias en los ámbitos más inesperados.

Por Benito Baranda
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Benito Baranda es Presidente ejecutivo de América Solidaria

Las catástrofes naturales vienen sin aviso a este Chile que pierde a ratos las energías, pero que sabemos se levanta con fuerza y tenacidad, aún con los ojos hinchados y momentos de desesperanza. La contingencia no nos acompaña, levantando polvo una seguidilla de casos de corrupción, “pillerías”, jugadas sucias y escándalos en las cumbres de poder – político, religioso, empresarial y social- que hacen el amague de derrumbar las confianzas de una sociedad que aún tiene voz y que no se deja amedrentar.

Además, a muchos les molestan o asustan el cúmulo de reformas políticas y sociales que están en proceso, y la incertidumbre sobre sus resultados también amplia las desconfianzas de otros.

Nos podríamos lamentar tomando el té y viendo desde el pórtico de nuestras casas cómo pasa la atormentada sociedad, con sus injusticias y cansancio, o gritar frente a la TV que todos los días son malas las noticias y desahogarnos a bocinazos y caras largas mientras transitamos por las calles.

Podríamos quedarnos en la decepción y pensar que no habrá más fiesta, más buenas voluntades, más héroes, más buenas noticias y grandes acuerdos. Pensar que Chile ‘se chingó’. Pero no. Nosotros nos negamos a creer que cuando nos caemos es imposible levantarse, nos parecemos más a los “monos porfiados”.

Somos muchos los que nos hemos defraudado de algunas personas o grupos ambiciosos, individualistas, codiciosos, irresponsables o corruptos. Por esto, la invitación que hacemos es a creer en aquellos que silenciosamente se levantan todos los días a trabajar en medio de la pobreza, que llevan a sus hijos a las escuelas y que no tienen minuto para aflojar en la vida.

Es a creer también en aquellos que en medio de esa realidad se la juegan y entregan parte de su existencia por cambiar esta sociedad. Es encantarse con esos pequeños héroes, anónimos y valientes, que no bajan los brazos y que creen en ese Chile que se levanta una y otra vez, que se alza frentes a las adversidades de la naturaleza y aquellas provocadas por las personas.

En América Solidaria todos los años convocamos a profesionales voluntarios/as para que partan un año a trabajar a las zonas más excluidas del continente. Un año en que transforman sus vidas pero también, contagian de esa energía y optimismo, transformando esas comunidades para siempre.

A la vez, decenas de latinoamericanos vienen a nuestro país -y a otros del continente- a trabajar con niños/as que viven en situación de vulnerabilidad y exclusión para cambiar sus vidas, para hacer de su existencia una más digna, y que efectivamente se les permita salir de su marginalidad y pobreza. Los sueños son ya realidad y crecen, se desparraman por rincones insospechados de nuestras naciones, sembrando –y en algunos casos ya cosechando- una esperanza activa, inteligente, amorosa y comprometida.

El sueño detrás de este intercambio de voluntades es que se construya una transformación que se expanda como un virus y convoque a la gente a creer que sí es posible erradicar la indiferencia, la no solidaridad, la injusticia, pero que también, está en nuestras manos empujar la transformación en el día a día, con nuestro propio estilo de vida y opciones. Salir a la calle y derribar nuestras propias fronteras es el desafío: erradicar los prejuicios y el individualismo, terminar con la discriminación, evitar la codicia y soñar desde lo colectivo.

Esta convocatoria es una invitación a reconstruir las confianzas, y en esto no nos vamos a rendir ya que aspiramos a lo grande, a la humanización de nuestros vínculos y de las comunidades. ¡El que afloja pierde!

Por Benito Baranda y Florencia Zulueta

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