Lo de Burgos ha sido (y está siendo) para muchos, una gran confusión. En la tarde las redes sociales se preguntaban ¿renunció o no? Al final, tomó su carta de despedida del gobierno, la rompió y y volvió a la cartera de Interior. Ese si que es elástico, pero del bueno.
Y para final de año, desfilará un carnaval de declaraciones acusando al gobierno de caos, negligencia, desprolijidad, falta de respeto a la DC. Mucho de eso existe, y, por supuesto, tiene que haber un acusado: la entelequia del “segundo piso”, los asesores que, al parecer, gozan de un enorme poder de influencia sobre la Presidenta.
Cuesta creer eso. Es difícil asumir que, en mitad del vuelo o en la loza del aeropuerto Manquehue, la Presidenta se hubiera preguntado por su ministro del Interior, precisamente por el guardián del orden y seguridad. Y como en la película “Mi Pobre Angelito”, – cuando toda la familia estaba el counter preguntando ¿donde está Kevin?-, hubiese exclamado “¡¡se nos quedó Jorge¡¡”, y todos los asesores del segundo piso mirándose sorprendidos por la gran falta.
Mi tesis es distinta. No es un desorden, ni una desprolijidad. No invitar a Burgos fue intencionado, porque estamos entrando en una suerte de personalismo presidencial que, con gestos concretos y audaces, -como dejar fuera a Burgos de la gira a una zona conflictiva como La Araucanía-, tiene como propósito instalar a toda costa que quien gobierna es la Presidenta, y quien traza la ruta de solución del conflicto mapuche es la Presidenta. Nadie más, ningún partido, menos una persona o una dupla (¿que paso con Burgos-Valdés?).
Este es “él” gobierno de la Presidenta Bachelet, no por ser el único, sino porque es ella quien define cuál es la solución de los temas. Punto a favor de este paradigma, es que aún no se ve una solución al conflicto mapuche, y como a veces decían nuestros padres, “tengo que arreglar yo siempre todos los problemas”. Punto en contra, la sensación de des-gobierno, de desorden institucional: “Je suis le chaos”, podría ser la frase emblemática y terminal de este peligroso paradigma que, al parecer, está empeñada “la presidencia” (para incluir la entelequia señalada de la segunda planta de la Moneda). Audaz si resultan las cosas y sube la popularidad de la Presidenta, pero peligroso.