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21 de Noviembre de 2016

Las ideologías en el diván

Ni de un lado ni del otro, la gente común ha visto la solución. Desde los indignados en España, el Brexit, la derecha francesa y ahora la ¿sorpresiva? lección de Trump, son indicadores del nacimiento de una nueva política a la que aún no le han escrito la partitura.

Por Guillermo Bilancio
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Guillermo Bilancio es Profesor de Dirección General en la Escuela de Negocios de la Universidad Adolfo Ibáñez. Consultor en Política Empresarial.

La llegada de Donald Trump a la presidencia de EEUU, ha desatado la moda de la “antipolítica”, un concepto que surge a partir de lo que algunos llaman una rebelión en las urnas frente a los políticos tradicionales. Mejor dicho, frente a las tradicionales estructuras políticas que viven encerradas en su inexpugnable mundo de ideas y discursos vacíos alejados de las soluciones concretas que pide la gente.

Tanto la izquierda como la derecha de estos tiempos, han intentado ajustar su mensaje suponiendo que en el “centro” están los deseos de una clase media burguesa a la que sólo le interesa su propio bienestar, más allá de las ideologías.
Por otra parte, el progresismo latinoamericano liderado por populistas y apoyado por una elite “pseudo intelectual” que suponía “cool” la filosofía “progre”, termina siendo un verdadero fiasco al no poder llevar su voluptuoso mensaje a la acción concreta. Ninguno de los modelos progresistas populistas de América Latina, han logrado soluciones reales para los que menos tienen. Es más, solo han mejorado la situación de cierta clase media acomodada o de una nueva clase burguesa enriquecida por la corrupción.

El progresismo, en definitiva, nunca fue progreso real. Solo un conjunto de ideas obvias sin costo político, pero con una gran deuda acerca de cómo resolver el principal flagelo latinoamericano: La pobreza.
Pero volvamos a la revisión de izquierdas y derechas.

La izquierda clásica recita un cuento infantil para esta época, sostenido por intelectuales a los que sólo les interesa ser parte de una élite que clama por la igualdad desde la necesidad de ser distintos. Una verdadera dicotomía que está asociada a una profunda hipocresía.

Hace unos días atrás, Michel Houellebecq manifestaba en una conferencia en Buenos Aires la decadencia de la izquierda gobernada por esa élite que habla de sus propias necesidades con un lenguaje totalmente alejado del pueblo, al que no quiere pertenecer.

La derecha neoliberal llevada al centro también dio muestras de un híbrido discurso de bienestar individual a partir de la economía abierta que supone el enriquecimiento y la falsa teoría del derrame. Más concreta y pragmática que el laberinto ideológico de la izquierda, la derecha siempre ha intentado dar a comer a los pobres, pero nunca los ha invitado a su mesa.

La desigualdad como eje.

Ni de un lado ni del otro, la gente común ha visto la solución. Desde los indignados en España, el Brexit, la derecha francesa y ahora la ¿sorpresiva? lección de Trump, son indicadores del nacimiento de una nueva política a la que aún no le han escrito la partitura.

Lo que parece que está claro, viene bastante oscuro. Los movimientos parecen cerrar fronteras, crear comarcas virtuales que generan otro tipo de división, diferente a la que propuso ideológicamente el supuesto progresismo populista.

Esta es una división étnica, de ricos y pobres, de élites frente a las masas. No es cuestión de ideas. Parece un verdadero paso hacia atrás para quienes suponían que la era global estaba para quedarse.

Pero la globalización quedó en deuda. No pudo cohesionar las diferentes culturas por intentar la imposición de una sola y no pudo resolver las diferencias sociales y la brecha económica.

La gente se cansó de la lejanía del discurso y busca salvadores que, sin partitura ni visión, son riesgosos. Como parece serlo un tal Trump.

Será esperable que la izquierda y la derecha volcadas al centro visiten al psicólogo y entiendan que las ideas sin acción es algo inútil para cubrir las expectativas de los espacios más necesitados.

Es cuestión que la conducción política pueda crear la bases para que una nueva política transforme ideas en acción.

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