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4 de Septiembre de 2017

Rodrigo Valdés, el neoliberal que creía ser de izquierda

"Hay un problema político concertacionista que la Nueva Mayoría no pudo solucionar: hay demasiado neoliberal vestido con ropas progresistas que aún pulula por los pasillos de la centroizquierda".

Por Francisco Méndez
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Francisco Méndez es Columnista.

Tras la salida de Rodrigo Valdés del gabinete de Michelle Bachelet, queda claro que hay un problema político concertacionista que la Nueva Mayoría no pudo solucionar: hay demasiado neoliberal vestido con ropas progresistas que aún pulula por los pasillos de la centroizquierda. Y el ex ministro de Hacienda claramente era uno.

Valdés viene de un partido como el PPD que, si bien hoy en día dice levantar las banderas más hacia la izquierda, fue fundado por un Ricardo Lagos que quiso amontonar a opositores a la dictadura que no fueran únicamente ex socialistas o ex comunistas. Era un “partido instrumental”, como lo dijo muchas veces el ex mandatario, que reunía incluso a liberales que no veían con buenos ojos las atrocidades del régimen encabezado por Pinochet. Por lo tanto, curiosamente, con los años, muchos integrantes de ese partido comenzaron a identificar su posición política con la oposición al dictador, sin detenerse en un detalle: el factor ideológico.

Es cierto, culpar al PPD solamente de estos errores conceptuales sería injusto. La DC e incluso el Partido Socialista dijeron constituir un polo progresista solamente por tener al viejo militar como su principal enemigo. Por ello es combatieron al casi eterno mandamás del Ejército sólo en ámbitos como los derechos humanos o la represión, olvidándose así del principal triunfo dictatorial: la imposición de lógicas y “verdades” que nadie podía discutir.

Es decir, en Chile la disputa fue entre neoliberales. Una vez recuperada la democracia, en los confusos años noventa, ya no había una izquierda fuerte en el poder que pudiera instalar matices reales en la discusión política. Por eso es que la institución del ministro de Hacienda fue tan importante para el país, ya que era el único que  se escudaba en cierta “certeza” económica para silenciar cualquier cuestionamiento acerca de lo político.

Durante los gobiernos de la Concertación, muchos de los titulares de esta cartera creyeron pertenecer al mundo del progresismo solamente por tener al frente a una derecha sumamente integrista. Incluso pensaron que la base del éxito de un gobierno de ideas de avanzada-como ellos se autodenominaban- era seguir al pie de la letra las afirmaciones de esa realidad económica que, luego del término de la Guerra Fría, parecía ser la única.

Así fue que la economía comenzó a subyugar al raciocinio. Todo era el crecimiento, y cualquier discusión al respecto era acusada de idealismo o simple idiotez. El relato oficial ya no se molestaba en acusar a toda discrepancia de ser una amenaza comunista-aunque en el fondo lo pensara-, sino que solamente la miraba con desdén por tratarse de ilusas ideas de quienes no sabían cómo funcionaba la realidad que se había construido.

Valdés intentó hacer valer esta lógica del desdén durante su estadía en la billetera del país. Con su rostro impenetrable y sumamente “técnico”, el economista trató de fortalecer el relato economicista por sobre el político, refugiándose en  su irrestricto apoyo a lo “real”. Total él, al igual que sus compañeros de gabinete, pertenecía a una coalición que tenía componentes de una izquierda cultural, por lo que no se le podía acusar de neoliberal ni menos de poco comprometido con los cambios.  

Pero este razonamiento no se le puede atribuir sólo el ahora ex secretario de Estado. Esta forma de pensar ha sido, como señalamos al principio, el gran problema del mundo que ha gobernado Chile por años luego del retorno de la democracia. Se han empapado de cierta tradición cercana a la izquierda, para así no reconocer que sus acciones han estado lejos de lo que haría realmente un gobierno con tales incentivos ideológicos. Han sido tan felices con los triunfos electorales que han obtenido en democracia, que no han sido capaces de darse cuenta de la enorme derrota ideológica en la que están inmersos.

Por esto es que, si bien la renuncia de Valdés no solucionará un tema tan profundo, lo cierto es que su salida debería ser algo así como una señal política importante. Esperemos que no quede en eso, en una simple señal que no significa nada más.

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