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22 de Enero de 2018

Álvaro Henríquez y el país de los escandalizados

"¿Por qué algunos se sienten con la autoridad de decirle a quien se les ocurra que está siendo pagado y por lo mismo debe cumplir con su labor?".

Por Francisco Méndez
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Francisco Méndez es Columnista.

La noticia comenzó a dar vueltas por las redes sociales acompañada de videos que mostraban a Álvaro Henríquez, líder de Los Tres, en un estado poco habitual en un show en Talagante. Algunos decían que estaba ebrio, otros que estaba ebrio y drogado, mientras también había quienes temían que le hubiera sucedido algo parecido a lo que sufrió Jorge González hace unos veranos atrás.

La tesis de la ebriedad ganó. Desde ese momento los opinantes influyentes y no tanto tomaron una posición: la postura del rockstar ya no cae bien por estos años. Menos si es que el poco profesionalismo va acompañado de un insulto. Ya que, luego de que un periodista le preguntara por su estado, Henríquez lo increpó. En ese momento varios comenzaron a reírse del ex amigo de Ángel Parra y a agudizar sus críticas hacia su comportamiento.

Lo que no muchos notaron fue el tono en que fue abordado Henríquez en el video en el que insulta al periodista. El profesional más que hacerle preguntas, lo estaba retando como quien regaña a un alumno en un colegio. Le recordaba que estaba siendo contratado y que estas no eran actitudes de quien debe cumplir con una labor. A estas palabras se unieron tanto el alcalde de Talagante como todo el coro de funcionarillos en Twitter y Facebook, desarrollando los clásicos ejemplos de “si yo llegara así a mi pega, me despedirían”, como si fuera comparable.

Pero eso no importaba. Lo relevante era manifestar una cierta corrección, expresar que el trabajo debe hacerse bien y que cualquier pequeño signo de disonancia con cierto orden es cosa del pasado; de rockeros trasnochados que se olvidaron del respeto a los contratos y los acuerdos comerciales con quienes son sus jefes. Y eso ya no se llevaba, era mal visto y hablaba de la poca empatía del cabecilla de la banda con la gente y el pueblo al que fue a presentarse.

En fin. Aparecieron varios discursos bonitos que hablan mucho de este país demasiado correcto y muchas veces enfermantemente grave, en el que ciertos ciudadanos parecen más bien un gran grupo de funcionarios de un cierto protocolo establecido que otra cosa.  En donde cualquier conducta disruptiva es mirada con desaprobación desde conservadores a liberales, como si las relaciones humanas ya no tuvieran ni un espacio para salirse de control.

Perdonen, pero ¿qué es eso de sacarle en cara a la gente lo que se le paga? ¿Por qué de pronto en Chile hay una gran cantidad de patrones de fundos imaginarios? ¿Por qué algunos se sienten con la autoridad de decirle a quien se les ocurra que está siendo pagado y por lo mismo debe cumplir con su labor? ¿Tan frustrados se sienten con sus pequeños logros que, frente a un mínimo espacio de poder, por muy mediocre que sea, intentan tomarlo? Pareciera que sí.

Es curioso, pero de pronto el Chile que representa Henríquez se echa de menos. Por más que en aquellos años noventa hubiera problemas y se viviera una democracia poco desarrollada y atrapada entre muchas imposiciones neoliberales vestidas de “acuerdos”, lo cierto es que había más intenciones de molestar y de romper cierta seriedad que hoy es patrimonio de un progresismo.

Las ganas de salir mentalmente del autoritarismo hacían que cierta izquierda, o cierto mundo cultural cercano al concertacionismo más bien, abrazara menos el conservadurismo y mostrara más desparpajo. Este país había vivido demasiada rigidez y en ese momento la seguía padeciendo, pero disfrazada de prudencia, por lo que algunos eran los llamados a intentar romperla o por lo menos jugar con ella.

Hoy, en cambio, la uniformidad se ha propagado por la población. La ciudadanía dice ser más despercudida en muchos asuntos, pero lo dice de manera aprendida, como si estuviera dando un examen sobre temas en los que no se puede sacar una mala nota. Ya que vivimos en el país de la corrección por sobre la naturalidad. Y el de la perfección por sobre el sano error. No hay espacio para equivocarse o enfrentarse al otro, pues cualquier acto que se salga de ciertos márgenes imaginarios, es tildado de ofensa, de insulto.

Por eso Álvaro Henríquez molesta. Independientemente de lo que pudo o no hacer, o la causa real de su comportamiento, lo cierto es que lo que incomoda es su persona y lo que representa. No porque sea particularmente rebelde, sino que porque es cercano a un Chile que parece hoy darnos vergüenza, y en el que no nos avergonzábamos tanto de lo que hacíamos como hoy sí lo hacemos. Por eso lo principal es mostrarnos lejanos a él y todo lo que conlleva su biografía, debido a que ahora todo es más aprendido y nada es muy espontáneo. La espontaneidad es castigada y considerada algo así como un pecado en días en que la escandalización es un nuevo deporte y te hace mejor persona ante los demás. Y en los días que corren no hay nada más importante que ser buena persona.

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