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21 de Agosto de 2018

El museo de Piñera que enaltece la falta de democracia

"¿Quiere el Presidente contarnos que los límites de la transición son un ejemplo de democracia? ¿Quiere que volvamos a un momento excepcional de nuestra historia y lo consideremos como lo que “debe ser”?".

Por Francisco Méndez
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Francisco Méndez es Columnista.

En una entrevista en Canal 13, el Presidente Sebastián Piñera anunció que está pensando concretar una de sus promesas de campaña: un museo que eleve a niveles casi ejemplares lo sucedido en la transición a la democracia en los años noventa. Según cree el Mandatario, a diferencia de la dictadura, esta sería una parte de nuestra historia que es digna de enaltecer.

No es primera vez que lo dice. Para esta supuesta “nueva derecha” parece importante que haya un Museo de la Democracia-así pretenden llamarlo-que deje en claro que el comienzo de los años post dictatoriales, los de los silencios pactados, fueron algo así como el maravilloso resultado de un trabajo conjunto de un país que luchó por recuperar espacios de libertad.

Pero la cosa es que todo esto no fue tan así. La transición no fue una danza constante de alegría y consensos. Por el contrario, fue tal vez la demostración más clara de que el triunfo del NO fue solamente un asunto electoral, muy desilusionante para algunos, que dio paso a la victoria ideológica total de quienes querían que Pinochet se conservara en el poder por unos años más. Si bien el militar salió de La Moneda, cabe recordar que se quedó bastante tiempo a la cabeza del Ejército, haciendo de guardián de un orden constitucional que nos rige hasta el día de hoy. Porque eso era realmente, un guardián, un simple cuidador y ejecutante de los sueños húmedos de la derecha política y económica.

Los 90 fueron tal vez los años en que la izquierda más sintió su derrota. Ya no había una dictadura sangrienta que le impidiera regresar al país, ejercer la política o buscar a los suyos; ahora, en su lugar, comenzaba a regir un régimen democrático en el que la democracia era algo así como un lugar común que justificaba consensos que realmente eran imposiciones. Y muchos de ellos acataron estas para luego hacerlas parte de sus miedos. Se convencieron de que siempre existirá el peligro de que pueda aparecer el viejo militar o una joven versión suya. Cuestión en la que no estaban muy equivocados.

Decían que era la “gobernabilidad” lo más importante, pero nadie se atrevía a preguntar qué era lo que querían decir con esto. Los eufemismos comenzaron a llenar las planas de los diarios para que la ciudadanía creyera que, una vez terminada la dictadura, no había nada más de qué preocuparse, lo que sirvió para que el ojo vigilante del votante encontrara más entretención en los centros comerciales que en las calles, y creyera que la única real certeza la da el mercado y las “mágicas” tarjetas de crédito.

Piñera, con su museo, pretende celebrar esto. Es decir, quiere aplaudir a una ciudadanía despolitizada y menos molesta; a una masa crítica inexistente y a una idea de democracia en donde las funciones mismas de un régimen democrático fueron reemplazadas por una falsa sensación de libertad que provocó el consumo.

Pero más allá de esto y de cualquier crítica política que uno pueda hacer de la transición, es claro que el Presidente olvida contarnos algo fundamental: ese período histórico era supuestamente un camino hacia algo; la eterna promesa de que, luego de estas concesiones con el tirano y sus secuaces, llegaríamos a otro momento de la historia patria. Y si bien ese otro momento no ha llegado en su totalidad, seríamos ciegos si es que no nos damos cuenta de que hoy hay otro tipo de ciudadanía, otra forma de relacionarnos que, para bien o para mal, muestran cierto avance en cuanto a concebirnos como ciudadanos más que como consumidores. Esto, independientemente de que la huella neoliberal ha calado hondo principalmente en el nuevo “progresismo” propenso a caer en el buenismo. Por lo tanto, sería bueno preguntarse si es que la idea de Piñera es suprimir eso y retrotraer todo a una visión eternamente temerosa.

¿Quiere el Presidente contarnos que los límites de la transición son un ejemplo de democracia? ¿Quiere que volvamos a un momento excepcional de nuestra historia y lo consideremos como lo que “debe ser”? Es complejo, porque creer que debemos aspirar a repetir esas cosas, es creer que la espera por democracia es mejor que la democracia, si es que esta existe en su plenitud realmente.

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