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13 de Mayo de 2019

El Presidente que da lecciones, pero no paga sus contribuciones

"Cualquier raciocinio medianamente republicano puede llegar a la conclusión que es preocupante que la primera autoridad del país no cumpla con uno de los grandes deberes de todo ciudadano. Lo hecho por Piñera no solo deja en claro su nulo compromiso con lo estatal, sino también su poca compresión de lo que es vivir en sociedad".

Por Francisco Méndez
Sebastián Piñera
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Francisco Méndez es Columnista.

Este gobierno se ha caracterizado por establecer qué es o no lo correcto, siempre dando lecciones, dando por lógicas cosas que no lo son, para así negarse al debate. Nunca pierden, no se equivocan y sus errores u horrores siempre son responsabilidad de los otros. Han sido capaces de explicar lo inexplicable con una desvergüenza bastante vergonzosa, con tal de no bajarse de un podio desde el que nos dicen qué es la realidad.

Por lo general, Sebastián Piñera tiene opinión para todo. Cuando quiere lucirse como el demócrata de su sector, no ahorra palabras para hablar de su compromiso con la democracia, la libertad, y también de la responsabilidad que conlleva ser el jefe de un Estado. Cada vez que puede, se refiere a lo que debe o no hacer un buen mandatario, como si lo hubiera sido y lo fuera ahora. Lo importante es hablar y hablar, para que no quede ninguna cabida para las preguntas.

Pero estas surgen inevitablemente, sobre todo con la figura de Piñera. La forma en que hizo su fortuna y cómo se escapó de ser procesado por negocios dudosos, han sido cuestiones que siempre han rondado su figura, más de lo que él quisiera. El líder de Chile Vamos quiere presentarse ante nosotros como un padre de familia, siempre preocupado por los principales valores que sostienen a esta institución, pero lo cierto es que su vida está más relacionada con el vertiginoso arte de apostar, especular y zafarse, que con la tranquilidad familiar.

Esto lo vimos hace unas semanas con una información que nos contaba que la cabeza del Estado no pagaba las contribuciones de su casa de veraneo en Caburgua hace treinta años. Y así, de pronto, la figura de intento de estadista nuevamente se desmoronó para dar paso al apostador, al pillo que escapa de las responsabilidades para obtener beneficios por la sola pasión de salirse con la suya. Porque, ¿no es acaso eso la vida de Piñera? ¿No es su carrera política, y  por supuesto la empresarial, un constante esfuerzo por obtener de manera permanente un antojo transitorio? Por mucho que intente escapar de lo que es, siempre será eso. Aunque busque de todas las formas posibles contarnos historias lejanas a la realidad, su pasado y su presente siguen estando profundamente unidos. En su personalidad, como también en su gobierno, no hay ninguna proyección más allá de sus intereses personales. No le bastaba ser uno de los hombres más ricos de Chile, también quería tener el poder de ese Estado al que burló por años.

Tal vez algunos no le vean la gravedad, pero cualquier raciocinio medianamente republicano puede llegar a la conclusión que es preocupante que la primera autoridad del país no cumpla con uno de los grandes deberes de todo ciudadano. Lo hecho por Piñera no solo deja en claro su nulo compromiso con lo estatal, sino también su poca compresión de lo que es vivir en sociedad, como también las responsabilidades que esto requiere asumir.  Es una postura sumamente ideológica, ya que no ve más allá del costo y el beneficio. Es una visión extremadamente individualista, la que no mira al otro, no considera al hombre como parte de una comunidad, sino que de una competencia en la que siempre hay que ganar de todas las formas posibles. ¿Cuál es el problema de esto? Que lo colectivo se ve masacrado por intereses pequeños. Y esa pequeñez es para algunos algo así como una virtud. La virtud del que solo se mira a sí mismo, sin hacerlo del todo.

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