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23 de Diciembre de 2020

Los cuatro principales desafíos económicos para la próxima década

Estos son volver a crecer en base a un modelo de desarrollo sostenible; estructurar un sistema tributario progresivo y políticas pro competencia que reduzcan la desigualdad; incorporar el cambio climático como una piedra angular del desarrollo productivo futuro; y reestructurar el marco y la institucionalidad fiscal.

Por Jorge Valverde
Foto Agencia Uno.
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Jorge Valverde

Jorge Valverde es Economista y director ejecutivo de Confluir

En pocos días culminará una nueva década que quedará grabada en la historia por su último año, el cual nos trajo la pandemia más tenaz de estos 100 años y una crisis económica sin precedentes en naturaleza, profundidad y amplitud. Aún inmersos en esta “nueva normalidad” que nos trajo la pandemia, cuesta ver a largo plazo e identificar cuáles son los desafíos más allá de lo inmediato (salir de la crisis).

Sin embargo, se pueden identificar al menos cuatro desafíos económicos que debiesen ser prioridad en la década que comienza. Estos son: volver a crecer en base a un modelo de desarrollo sostenible; estructurar un sistema tributario progresivo y políticas pro competencia que reduzcan la desigualdad; incorporar el cambio climático como una piedra angular del desarrollo productivo futuro; y reestructurar el marco y la institucionalidad fiscal.

La economía chilena viene perdiendo dinamismo durante las últimas dos décadas. Así, mientras el PIB (Producto Interno Bruto) per cápita creció en promedio a una tasa del 4,8% durante los 90’s, en los 2000’s lo hizo a un 3,1%, y durante la década que se va sólo a un 1,5%, lo que refleja un estancamiento en la velocidad con la cual la calidad de vida de las personas ha mejorado. Si a esto le sumamos la gran desigualdad de ingresos y prestaciones de la sociedad chilena, donde el 1% más rico percibe aproximadamente el 30% de los ingresos, podemos presuponer que para un grupo importante de la sociedad la calidad de vida no ha mejorado, o incluso ha empeorado durante las últimas décadas.

De este modo, el principal desafío económico de las próximas décadas es volver a crecer, pero junto con este imperativo nace la pregunta de cómo crecer, toda vez que el cómo define un conjunto de otras variables igualmente relevantes para la calidad de vida de las personas, tales como los niveles de desigualdad, los salarios reales, la contaminación ambiental, la discriminación de género, la resiliencia a shocks exógenos, entre otros. Por lo tanto, el desafío no es sólo crecer, sino cómo se transita a un modelo de desarrollo económico sostenible que vele por un crecimiento inclusivo.

Si bien, transitar hacia un modelo de desarrollo más inclusivo y resiliente debiese repercutir en menores brechas de desigualdad de ingreso, la desigualdad ha mostrado ser persistente y algo inherente a nuestra sociedad, por lo cual son necesarias políticas económicas en el ámbito tributario, fiscal y de libre competencia que permitan abordar este desafío.

Un tercer desafío radica en cómo congeniar el modelo de desarrollo a un contexto de cambio climático, o dicho de otra forma, cómo las metas de cambio climático se incorporan como drivers dentro del modelo de desarrollo económico. En este sentido, las metas deben ser incorporadas como parte del modelo de desarrollo que apalanque el crecimiento económico futuro, de lo contrario, metas sin una visión de desarrollo económico, terminan siendo una restricción para el crecimiento.

Así, las metas de mitigación podrían jugar indirectamente un rol de ancla nominal para el crecimiento económico, toda vez que definen el patrón de crecimiento y compensación de las emisiones, lo cual indirectamente coloca incentivos sobre industrias, tecnologías e inversiones.

Por otro lado, el cuarto desafío prioritario será la modernización de la institucionalidad fiscal para hacer frente al nuevo ciclo político-económico que parte. La crisis social y sanitaria aumentaron fuertemente la deuda del Gobierno central, lo cual sumado a la persistente tendencia de no cumplir la regla de superávit fiscal, parecen razones meritorias para repensar la estructura de la política fiscal hacia un esquema de largo plazo.

De esta forma, pensar un esquema donde exista un ancla nominal de largo plazo que controle la deuda, más un instrumento como la regla fiscal que controle el gasto en el corto plazo, parecen una combinación virtuosa para mantener finanzas públicas sanas y con flexibilidad para afrontar diferentes shocks.

Por consiguiente, un patrón de desarrollo sostenible debiese velar por la armónica consecución de estos objetivos, para lo cual el marco institucional y de incentivos debiese velar por una retroalimentación positiva entre estos ámbitos.

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