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Actualizado el 5 de Diciembre de 2024

La nueva derecha: más mentiras que lawfare

Los embustes programados, los bots maledicentes, la política de la inmundicia ha permeado a las élites políticas, particularmente las derechistas, y también ha contagiado al pueblo de tuiteros.

AGENCIA UNO/ARCHIVO.
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Redacción

Modesto Gayo

Cientista político y académico Escuela de Sociología UDP.

La renovación de la derecha durante el último medio siglo ha significado pasar desde un férreo anticomunismo hasta una banal autosuficiencia. La derrota del socialismo normalizó las lógicas capitalistas, contribuyendo con su hundimiento a profundizarlas, y dejó a la práctica del individualismo posesivo gran parte de su fundamentación cotidiana. Los sueños del mercado y del éxito (autos, casas, lujos, fantasías varias) sustituyeron a la ontología del hombre nuevo que formó una ideología igualitarista, ahora entendido como passé.

Sin embargo, la resistencia a desaparecer de un vocabulario solidario y comunitario, irreverente frente a las desigualdades asociadas al ethos neoliberal, multiplicaron los gobiernos progresistas a diestra y siniestra del gran charco oceánico conocido como Atlántico, es decir, hubo gobiernos de izquierdas, aunque sean considerados deslavados y timoratos, tanto en el gran y diverso continente americano como en la Europa de matriz liberal. El socialismo colapsó, se entiendan bien o no las razones, pero el sueño capitalista penetró de manera deficiente en la mente de millones de ciudadanos, quienes consideraban un exceso la asombrosa acumulación de riqueza y las dificultades, acompañadas a veces del descalabro, de los niveles de vida de tantos. En este sentido, si es en las conciencias donde se juega la política, varias fueron las estrategias que han venido utilizando las derechas y extremas derechas a nivel local y global.

La primera es la denominada “batalla cultural”, la que ha significado la adopción del vocabulario de izquierdas para proceder a vaciar su contenido. Género, igualdad, comunidad, cohesión, todo vale si se consigue confundir al consumidor ideológico, llamando empleo al abuso empresarial, convirtiendo la igualdad en una soflama jurídica huera y el sentido de comunidad y estado en un negocio con las puertas abiertas a los negociados y socios globales.

Pero la batalla de la cultura es a menudo lenta e incierta, va y viene, convence a los convencidos y a ovejas descarriadas si hay suerte. Para acelerar el tranco, apurar el paso, el llamado “lawfare”, una forma intensa de judicialización de la política, se convirtió en el fast track de la destrucción de la capacidad de decisión ajena. Obstruir, ralentizar, empantanar y, si es posible, enfangar en el lodo de los tiempos de la justicia ha sido una táctica permanente cuando las razones faltaron a borbotones. Negar y suprimir una posibilidad es mejor que aceptar una derrota, por democrática que sea.

Finalmente, la tercera estrategia ha tomado la forma de atropellos y mentiras. No se trata de simples bulos, sino de un eco orquestado junto a un dejar hacer de la peor versión del pueblo. El último caso es el de Irina Karamanos, acusada por muchos sin razón alguna, y cuya imagen e integridad penden de un hilo de calumnias y difamaciones que dan vueltas en la web al mismo nivel que sacrosantas verdades.

Los que acosan con sus insultos y supuestos claramente errados e interesados son los que deberían verse expuestos, al menos para mostrar la vacuidad de su verborrea hiriente y al mismo tiempo ridícula.

Hoy estamos más allá del lawfare, pues al menos este juego tiene una forma jurídica. Los embustes programados, los bots maledicentes, la política de la inmundicia ha permeado a las élites políticas, particularmente las derechistas, y también ha contagiado al pueblo de tuiteros (¿X-steros?) de palabra fácil y necia que gobierna gran parte de la esfera pública digital, esa que incita al odio sin hacerse responsable del daño gratuito e infundado que provoca.

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