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Trampolines y zanjas

Los favores políticos, las influencias y todas aquellas redes que distribuyen el poder por criterios no técnicos ponen en peligro el equilibrio entre la condición de expertos y al mismo tiempo la condición de estar atentos al proceso e institucionalidad de la política.

La ciudadanía interna es la dimensión institucional y burocrática de la representatividad, de la capacidad de respuesta y de la actividad desplegada con y para la gente. Esta ciudadanía interna es un tema de crucial importancia para la democracia; por un lado esa ciudadanía se vive desde el conjunto de relaciones y normas que regulan la vida dentro de las instituciones públicas en sus diferentes niveles y por otra parte contiene esta ciudadanía interna el compromiso de ser el reflejo puertas adentro de la democracia representativa y legítima. Burocracias representativas en estricto rigor son la extensión de un marco de competencias y lealtades que se despliegan en el compromiso y misión de toda institucionalidad y que finalmente dan sentido último a su ejercicio en la prestación de servicios a la ciudadanía.

Respetar los principios, las normas y las diferentes reglamentaciones que articulan y rigen al Estado significa abrazar los valores democráticos a través de la lealtad a las jerarquías coordinadas por y para la organización, función y gobernabilidad resultantes. El papel activo de toda administración pública y su consecuente gestión pública no implica una sumisión absoluta y ciega; la participación crítica y activa son relevantes y no todo se resume en obediencia colindante con la neutralidad total. En este espacio la lealtad puede confundirse con ciertos lineamientos partidistas o de grupo que distorsionan el poder y desvirtúan las funciones propias. Los favores políticos, las influencias y todas aquellas redes que distribuyen el poder por criterios no técnicos ponen en peligro el equilibrio entre la condición de expertos y al mismo tiempo la condición de estar atentos al proceso e institucionalidad de la política.

La lealtad es un terreno de trampolines y zanjas como nos recuerda Delphine de Vigan, nos eleva a partir de un proyecto que enaltece y nos hunde cuando se enarbola desde y para lo negativo. Por lo anterior es que las lealtades y deslealtades se tejen en un mismo entramado y gatillan fricciones o construcciones que terminan determinando la calidad de una administración, de un gobierno y por ende de una democracia.

La base de una administración competente, proba y leal es el actuar íntegro, comprometido y responsable. Es fundamental que el liderazgo no se fragmente perdiendo influencia inspiracional, relacional y organizacional; es aún más importante que toda autoridad no sea secuestrada por redes clientelares, por beneficios en favor de específicos grupos para detrimento de otros, por manipulaciones de información que generen una burbuja en el círculo de decisión. Todas esas dependencias operativas y todas esas redes de poder informal terminan sesgando, capturando y aislando a la autoridad central y otras autoridades; aquí las lealtades mutan en deslealtad colocando muros, desinformación y elementos de manipulación que terminan minando todo proyecto, toda coordinación y toda finalidad de servicio y transparencia.

Todos los líderes y gobernantes no pueden terminar siendo prisioneros de una burocracia que no responda al interés público, no pueden condenarse a ser mediados por grupos de interés internos. Se juegan su imagen, continuidad y el propio éxito de sus proyectos, objetivos y metas. Además, ocurriendo aquello, las burocracias se tornan ineficientes, clientelares, con opacidades, con confianzas erosionadas, al servicio de sí mismas y responsables directas de zanjas, obstáculos e inercias que solo pavimentan el camino para no ser la columna vertebral de toda gestión, estructura, servicio y desarrollo de nuestras comunidades y país.

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