
El pasado 19 de marzo, el alcalde opositor de Estambul, Ekrem Imamoglu, considerado el principal rival del presidente islamista Recep Tayyip Erdogan fue detenido por cargos de corrupción. La oportunidad de la detención no fue casual por cuanto al día siguiente se iba a desarrollar la primaria de la oposición para la candidatura presidencial, en la cual se esperaba su consagración.
Imamoglu, se desempeñaba como el alcalde de Estambul desde 2019. Cuando se presentó a la carrera alcaldicia de la ciudad más importante de Turquía de la mano del secular Partido Republicano del Pueblo (CHP, por sus siglas en turco), era un completo desconocido. Esas elecciones fueron anuladas por las impugnaciones presentadas por el gobernante el Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP, por sus siglas en turco), y las autoridades electorales ordenaron su repetición. Pese a este revés, Imamoglu volvió presentarse y no solo ganó, sino que esta vez lo hizo con un porcentaje mayor de los votos.
Sin embargo, fue su reelección en los comicios del año pasado lo que terminó por consolidar su imagen como posible contrincante de Erdogan, quien ya lleva más de dos décadas en el poder. Erdogan y el AKP se habían fijado el objetivo de ganar las elecciones a la alcaldía de Estambul, para neutralizar a quien es considerado como el principal rival en las elecciones presidenciales que deben celebrarse en 2028.
La derrota del partido gobernante en las elecciones de la ciudad hizo sonar las alarmas para Erdogan por cuanto había puesto todo su peso y el de la maquinaria del partido para recuperar la alcaldía, de la cual además fue la cabeza entre 1994 y 1998, para catapultarse desde ahí al gobierno nacional.
La detención de Imamoglu no impidió las primarias, al contrario, convocó a más gente. Unos 15 millones votaron en todo el país por él. Además, se desató una ola de protestas antigubernamentales no vista en el país desde hace años, las que han sido calificadas por el presidente turco de “perversas”, acusando a la oposición de “perturbar la paz ciudadana”.
En las casi dos semanas que van desde la aprehensión del opositor, las autoridades han reportado la detención de más de 2.000 manifestantes y unos 150 policías heridos.
En los últimos días fue también detenido uno de los abogados de Imamoglu, quien posteriormente fue liberado.
Junto con la represión en la calle, el Consejo Supremo de Radio y Televisión de Turquía (RTUK) prohibió la emisión durante un periodo de diez días de la cadena de televisión Sozcu TV, afín a la oposición, por incitar supuestamente al “odio y a la hostilidad” en plena ola de manifestaciones contra el gobierno por la detención de Imamoglu. A la censura se ha sumado la detención de periodistas nacionales y extranjeros.
Erdogan y su partido el AKP han instalado un régimen autoritario, lo que se acentuó tras el frustrado intento de golpe en su contra en 2016. Tras ese episodio, además de encarcelar a muchos opositores, la mayoría no vinculada a la conspiración, procedió a depurar a las principales instituciones estatales de la gente que no le era afín.
Desde entonces el presidente turco ha extendido su control político, volviendo cada vez más difícil la condición de la oposición. Sin embargo, se mantuvo un espacio competitivo en lo municipal, bajo la premisa de que no iba a afectar el estado de las cosas en la política nacional. Esa premisa se rompió para Erdogan con la reelección de Imamoglu como alcalde de la principal ciudad turca y su proyección como contendor para la presidencia, con reales posibilidades de éxito.
Por eso el gobierno procedió a presentar cargos contra el alcalde, apresarlo y eventualmente condenarlo para sacarlo de carrera. Desde la perspectiva de Erdogan, era el momento oportuno, antes de que fuera ungido candidato y cobrara más fuerza. Pero como quedó en evidencia, la detención no produjo el efecto deseado y deja la interrogante sobre si pudiera constituirse en un punto de inflexión en la consolidación autoritaria y la extinción de la democracia turca.
¿Puede Imamoglu competir? Según la legislación vigente turca, el encarcelamiento del político no es obstáculo para que éste se presente como candidato presidencial y sea elegido, al menos mientras no pese sobre él una condena judicial firme. Como la elección será en 2028, queda tiempo suficiente para cumplir con esa condición y lograr una condena por parte del gobierno, con un sistema judicial cooptado.
La reacción popular, especialmente entre los más jóvenes, ha sido inesperada en su masividad e intensidad. ¿Podrá escalar o irá cediendo como en anteriores oportunidades?
Cuando surgen protestas, es una constante en los regímenes autoritarios reprimir duramente, especialmente a los líderes, lo que termina por neutralizar al movimiento opositor. Esa represión va acompañada de la incomunicación, censura y desinformación lo que incluye el cierre o la suspensión de medios y el bloqueo de internet o de ciertas aplicaciones.
Siempre existe la posibilidad de un punto de quiebre que depende en buena medida del ánimo popular y de la determinación de ir por un cambio, al costo que sea. Por el momento la represión se ha mantenido en un nivel policial controlado, pero el escalamiento de las protestas podría llevar al gobierno a medidas más duras, incluyendo la muerte de los manifestantes.
Sin perjuicio de una vigorosa reacción interna, el ámbito externo no es particularmente propicio para el campo democrático. Turquía bajo la dirección de Erdogan se ha empoderado regionalmente. Sus fuerzas armadas son las más numerosas y preparadas de la OTAN después de Estados Unidos, lo que incluye una importante industria de armamentos. En momentos en que Ucrania está siendo abandonada por Estados Unidos y la posibilidad de que Rusia extienda su territorio hasta las puertas de la OTAN, su poderío se hace indispensable para los europeos. También ante un predecible aumento de la migración en los próximos años, Europa depende del control turco en sus puertas. Finalmente, Erdogan logró destronar al dictador sirio Asad y tiene un ascendiente importante en el nuevo régimen, lo que puede incidir en la pacificación o, al contrario, en una mayor inestabilidad en la zona.
Adicionalmente, la agenda democrática mundial y de los Derechos Humanos está seriamente debilitada, siendo reemplazada por la búsqueda de más poder nacional y de sus intereses materiales en el corto plazo, sin importar los medios.
Todo lo anteriormente reseñado explica la tibia reacción europea a lo que está pasando y el silencio de otras potencias democráticas. La oposición turca no puede contar con un apoyo externo y dependerá de sí misma para empujar un cambio. Las transformaciones profundas siempre dependen de la voluntad de la población, pero a veces se ven facilitadas por un entorno externo que simpatiza y apoya sus demandas. En esta oportunidad la soledad es casi absoluta.
Prospectando escenarios para un país relevante en un complejo contexto regional y global, ¿qué pasaría si la oposición logra sobreponerse a la represión y arrastrar a la mayoría en la senda del cambio? En esa eventualidad podríamos tener desde un proceso violento que afecte más a la institucionalidad y genere inestabilidad interna, la que, a su vez, impactaría severamente a todo el entorno incluyendo a Europa. Pero también podría encauzarse por la vía electoral y derrotar decisivamente a Erdogan en el 2028 sea con Imamoglu u otro candidato, reconduciendo al país por una senda más democrática, lo que generaría un cambio importante en la dinámica regional en una dirección más pacífica y menos empeñada en el juego del poder de suma cero.
Lo que está claro es que la sociedad turca enfrenta una embestida autoritaria que puede ser final, consagrando a Erdogan prácticamente como un sultán otomano de antaño. Pero también puede ser su intento fallido y la reversión del ascenso autoritario. El futuro cercano dirá cuál de las realidades se impone.