
El parásito hace poco o derechamente nada y vive de lo más bien. Se nutre del otro. Disfruta, sale, lo pasa bien, no se desgasta, no se esfuerza. Los demás producen por él. No se agita, descansa, pasea, se levanta tarde, duerme siesta, come bien.
Parásitos hay en todos lados, pero abundan en el Estado. Ahí se cree con fervor que el trabajo, el esfuerzo, es para los giles, para los tontos. ¿Llegar a la hora? Jamás. Ellos son “vivos”, están para disfrutar de las bondades de la vida, de la seguridad que te da haberse ganado una peguita en el fisco y, sobre todo, saber que salvo que mates a alguien, va a ser casi imposible que te echen, porque si alguien intenta hacerlo, porque atrevidamente te pide que trabajes, que cumplas horarios o tus metas, algún “compañere” del partido que te puso ahí te va a defender y capaz que hasta amenace con un paro y una demanda por acoso laboral. Porque obvio, se estresó ante tanta exigencia.
Así son los más de 25 mil funcionarios públicos que, según Contraloría, se fueron de viaje pese a tener vigente una licencia médica. Unos parásitos. Viven y disfrutan a costa del esfuerzo del resto, de los giles honestos que sí trabajan, que sí llegan a la hora, que sí cumplen sus metas.
Son parásitos caras de palo además, porque hay más de un centenar que registraron entre 16 y 30 salidas del país mientras estaba vigente su licencia y otra cincuentena que se anotaron con más de 50 egresos por nuestras fronteras mientras tenían el permiso médico.
Sólo las licencias, según Hacienda, por suplencias y reemplazos, nos cuestan a todos nosotros más de 350 millones de dólares –o 350 mil millones de pesos-, al año. Evidentemente hoy todos en el gobierno se hacen los ofendidos y sorprendidos, pero hasta eso es dudoso.
Porque está bien que la Contraloría fiscalice y descubra estas barbaridades, muy bien de hecho. Es su rol y debe ejercerlo, pero también surge la obvia pregunta: ¿en qué están los jefes de servicio, los superiores jerárquicos, las autoridades de cada una de estas reparticiones públicas?
¿No supervisan? ¿No saben lo que hacen sus trabajadores, sus subordinados? ¿No saben lo que ocurre frente a sus narices? ¿No leen lo que firman, lo que autorizan? Porque en todo trabajo, cuando alguien se va de vacaciones, se ausenta del país o está con licencia, obligatoriamente se generan coordinaciones para suplir esas ausencias. Entonces, es imposible creer que los únicos que sabían de estas sinvergüenzuras eran solo los que las cometían. Evidentemente que acá hay una confabulación mayor para burlar el sistema, saltarse la fila, reírse del resto, a costa de los recursos de todos nosotros. Hay un mecanismo del que todos son cómplices, porque en algún momento todos se benefician, a la larga o a la corta, a todos les toca.
Antes de que la Contraloría diera a conocer su informe, la mejor directora de Presupuestos de la historia, Javiera Martínez, no se dio cuenta, nadie le dijo, que una funcionaria bajo su responsabilidad estuvo con licencia por 332 días, sí, casi un año completo, pero que en ese lapso había trabajado como psicóloga –incluso emitiendo las respectivas boletas de honorario- y publicado en sus redes sociales cómo disfrutaba de la vida al aire libre.
Parasitar se ha transformado en un estilo de vida, una forma de ser en el “servicio” público durante este gobierno. En Bachelet 1, el ausentismo promedio de los funcionario públicos fue de 19 días; en Piñera 1, de 23 días; Bachelet 2, 25 días; Piñera 2, 26 días, y en los dos primeros años de Boric se disparó a ni más ni menos que a 34 días.
Por suerte y tranquilidad de todos nosotros el gobierno anunció la creación de un Comité Nacional de Ausentismo para solucionar todo esto.
Ojalá vayan a las sesiones.