
No habían nacido siquiera. Y es muy probable que muchos de sus padres tampoco supieran precisamente de quién se trataba. Por eso la escena viral de un de grupo adolescentes chilenos interpretando una de Phil Collins, terminó siendo algo tan improbable como conmovedor. La semana pasada se difundió un video de jóvenes de entre 14 y 17 años del colegio Francisco Encina, de Ñuñoa, en pleno taller de música.
Se les podía ver en la sala de clases ejecutando una versión sobria, emotiva y respetuosa de Another Day in Paradise, uno de los temas más reconocibles del músico británico y que habla sobre el drama y la indiferencia frente a la indigencia urbana. El clip se masificó en redes y no solo por la hermosa interpretación instrumental, sino por todo lo que generó: una conversación sobre la vigencia, la memoria y el peso emocional de un repertorio que hasta hace muy poco parecía condenado al olvido.
La iniciativa fue impulsada por el profesor Alejandro del Canto, quien dirige el taller de música del establecimiento, y según contó en entrevistas posteriores, la elección del tema no fue por azar. Al contrario, se trataba también de un ejercicio de empatía para que los chicos no solo aprendieran las coordenadas formales de la canción, sino que también pudieran entender la letra y llevar su mensaje hacia algo mucho más trascendente que la anécdota viral.
Phil Collins fue una verdadera fuerza de la naturaleza en los 80. Vendió más de 100 millones de discos en el mundo; ubicó siete canciones en el número uno del Billboard (entre 1981 y 1989); y logró ser igualmente exitoso como solista y como el líder de Genesis, banda a la que le dio nueva vida tras su origen progresivo en los 60. Cuesta imaginarlo hoy, pero sus canciones estaban en todos lados: en los especiales de la radio y en los programas de videomúsica de la televisión; en las películas de formato VHS y en el caset del auto. Y también en los cancioneros que se vendían en los kioscos y donde era posible resolver por lo menos los acordes en guitarra de algunas de sus composiciones más exitosas. Sencillos como In the Air Tonight, Against All Odds (Take a Look at Me Now), One More Night, Easy Lover, A Groovy Kind of Love, Sussudio, o Take Me Home, moldearon el paisaje sonoro y emocional de la época. Sin embargo, apenas iniciados los 90, este repertorio comenzó a ser blanco de caricaturas y franco descrédito. Muy blando, muy sentimental, muy exitoso, fueron los “argumentos” que durante la era de la rebeldía del grunge y del cinismo indie desgastaron el prestigio de un autor que pasó de ícono a burla. Afectado luego por problemas auditivos y graves dolencias en su espalda -por los años que pasó tocando la batería-, Collins se retiró en 2011 para volver seis años después, pero ya sin poder tocar su instrumento madre ni mantenerse de pie.
Por eso resulta tan conmovedor lo que pasó en ese colegio de Ñuñoa, que fue además la comuna donde en marzo de 2018, se presentó por segunda y última vez en Chile, con una voz quebrada y un cuerpo que ya empezaba a despedirse. Porque los niños del Francisco Encina, no cantaron desde la nostalgia ni desde la obligación moral del homenaje tardío. Lo suyo fue mucho más puro y poderoso: chicos nacidos en un siglo en que la música se consume por segundos, y que, sin embargo, se tomaron el tiempo de entender una melodía triste, una letra incómoda y a un autor que hoy tiene 74 años de edad y que, desde su retiro en Suiza, difícilmente tuvo cómo saber que en una sala de clases del lejano Santiago de Chile, su canción sobre la indiferencia frente a la pobreza tenía una nueva vida. Que aquella composición que le valió un Grammy y un Brit Award en glamorosas ceremonias de entregas de premios de la industria, era rescatada tan lejos del ambiente que alguna vez habitó, pero tan cerca del mensaje que aún importa.