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“Pónganme donde haiga”

Cuando estos políticos le hablen de valores, principios y convicciones, dude y aléjese se ahí, porque mañana cuando cambie la dirección del viento, también cambiarán esas convicciones, porque en realidad lo único que los hace levantarse en la mañana es encontrar ese espacio donde seguir apernándose y viviendo de la generosa billetera fiscal.

Antes de comenzar a escribir este texto, hice el ejercicio de preguntarle a ChatGTP qué significa en Chile la frase que lo titula.

La respuesta: “En el contexto político chileno, la frase pónganme donde haiga se usa de forma irónica o crítica para referirse a personas –especialmente políticos, operadores o cercanos al poder- que no tienen un compromiso ideológico profundo, pero sí un fuerte interés por obtener cargos, sueldo, influencias o beneficios personales”.

Bastante inteligente y asertiva la respuesta, ¿cierto?

No está muy claro ni documentado con precisión en qué momento y contexto se empezó a utilizar la frase, pero hay ciertas coincidencias en que habría sido entre fines de la década de 1930 y comienzos de la de 1950, durante los gobiernos radicales, que haciendo gala de su muy hábil muñeca política y experiencia, se las arreglaban para instalar a sus operadores y militantes en los más diversos cargos públicos, montando gigantescas maquinarías de prebendas, favores y arreglos, casi siempre para beneficio personal y/o del partido. Obvio, daba lo mismo si sabían hacer su trabajo.

Clásicos de la literatura satírica política como Topaze adornaban varias de sus ediciones con jocosas alusiones a este tipo de personajes, casi siempre caracterizados como oscuros y tras bambalinas, pero con poder, capacidad incombustible para hacer todo tipo de favores y habilidad para influir y acomodarse.

Casi un siglo después, todo sigue más o menos igual o incluso peor.

Veamos algunos ejemplos, teniendo claro, eso sí, que para que esto pase, sí o sí se tienen que juntar el hambre con las ganas de comer, es decir, no sólo no existe compromiso alguno de parte de los candidatos con los valores y principios que declaraban defender y representar, sino que a los partidos les da exactamente lo mismo a quién apadrinan, aunque hasta ayer pensaran totalmente distinto. Lo que vale son los votos y las peguitas que estos pueden traer.

El diputado Jaime Naranjo, ex socialista –que tal vez usted lo recuerda por haber negado en televisión a su esposa al ser sorprendido que la tenía contratada como asesora o por haber leído por casi 15 horas un discurso en la Cámara para darle tiempo a Giorgio Jackson para que alcanzara a votar una de las acusaciones constitucionales contra el presidente Piñera- cambió su ADN político luego de que el cupo de candidato a senador por el Maule quedara en manos de la presidenta del PS. Poco le importó haberle jurado amor eterno al partido de Salvador Allende y Michelle Bachelet, así que rápidamente se anotó en la nómina –que más que nómina es una bolsa de gatos- del Frente Regionalista Verde Social y Acción Humanista.

Ahí también entraron 173 postulantes al Parlamento, casi todos sin nada en común, sólo la necesidad y la ilusión de intentar agarrar un puesto en el Congreso y hacer sobrevivir a esos partidos.

Otro caso emblemático de este travestismo político es el del diputado Miguel Angel Calisto (ex DC), investigado y desaforado por fraude al fisco, que hasta sólo un par de horas antes de que se cerraran las inscripciones aseguraba con firmeza que competiría en la nómina de Chile Vamos, pero como en ese bloque declinaron llevarlo por sus líos judiciales, también se apuntó en la filas del pacto FRVS y AH. Les dio lo mismo que los últimos años haya sido muy crítico del gobierno de Gabriel Boric, del cual son parte.
René Alinco, ex PPD, hizo todo lo posible para convencer a Jaime Quintana para que lo incluyeran en la lista de ese partido. Como le fue mal, fue recibido con los brazos abiertos en la plantilla que lideran Jaime Mulet y Tomás Hirsh.

Algo parecido ocurrió con el autodenominado “Soldado de Maduro”, el ex senador Alejandro Navarro, a quien no le quedó otra que sumarse al mismo elenco.

Y otras de las connotadas miembro de este variopinto cóctel es Giovanna Grandón. Que si le digo que fue convencional para el fracasado primer proceso de constitucional, usted seguro no se va a acordar quién es, pero si le digo que la motejaron como “Tía Pikachu”, porque se disfrazaba como ese famoso Pokémon, sí lo hará.

Y esto es transversal, porque en la lista que lideran José Antonio Kast y Johannes Kaiser, no tuvieron pudor alguno en incluir al decadente ideólogo de los retiros de fondos previsionales Gino Lorenzini, embaucador y charlatán profesional. Ni tampoco se hicieron problema (o prefirieron mirar para el lado) con postular a Jean Pierre Bonvallet, hijo del famoso fallecido ex comunicador, que carga con acusaciones de violencia intrafamiliar, uso de drogas y amenazas con arma de fuego.

Es muy probable que usted lo tenga bastante claro, pero nunca está de más recordarlo. Cuando estos políticos le hablen de valores, principios y convicciones, dude y aléjese se ahí, porque mañana cuando cambie la dirección del viento, también cambiarán esas convicciones, porque en realidad lo único que los hace levantarse en la mañana es encontrar ese espacio donde seguir apernándose y viviendo de la generosa billetera fiscal.

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