Hay canciones que parecen escritas con tinta invisible para su época. Let Down, esa joya melancólica que Radiohead publicó en OK Computer (1997), nunca fue single ni tuvo videoclip. Y sin embargo, casi tres décadas después -gracias a una plataforma tan improbable para ellos como TikTok- irrumpe en los rankings como si el mundo, recién ahora, estuviera preparado para escucharla. Es el tardío merecimiento de una melodía que aguardó en silencio hasta que la sensibilidad contemporánea la llamó de regreso.
El siglo XXI nos ha demostrado que la música no envejece en línea recta, sino en espirales caprichosos. Lo que parecía olvidado retorna, y basta a veces un guiño audiovisual para reactivar ese conjuro. Stranger Things elevó Running Up That Hill, de Kate Bush, a un lugar que no tuvo en 1985. La escena final de Los Soprano devolvió Don’t Stop Believin’, de Journey, a la eternidad. Pero también existen resurrecciones que no responden a estrategias ni sincronizaciones: emergen por un magnetismo inexplicable, como si ciertas melodías ocultaran una semilla incombustible que germina cuando el mundo, por fin, está listo para recibirla.
La lista de retornos enigmáticos es extensa. Dreams, de Fleetwood Mac, volvió a sonar en todas partes gracias al video de un hombre en skate bebiendo jugo de cranberry. In the Air Tonight, de Phil Collins, explotó otra vez cuando millones descubrieron su mítico break de batería en reacciones de YouTube. Incluso Master of Puppets, de Metallica, halló nueva vida al dialogar con las pesadillas adolescentes de una serie.
Y no se trata solo de los 80 o los 90. Los Beatles lo confirmaron cuando Here Comes the Sun se convirtió en 2019 en la canción más escuchada de su catálogo en Spotify, medio siglo después de su publicación. Twist and Shout, grabada en 1963, volvió a las listas en los 80 gracias a Un Experto en Diversión. Incluso Because, un tema considerado “menor” de Abbey Road, revivió en 1999 gracias a un comercial de Microsoft.
La posteridad, parece, juega con sus propias reglas. Y lo fascinante es aceptar que no hablamos solo de nostalgia ni de algoritmos: hay un misterio mayor. Algunas melodías parecen escritas con la obstinación de volver, con la capacidad de cruzar generaciones, de hablar un idioma emocional que no se desgasta. El regreso de la hermosísima Let Down lo confirma con belleza: hay canciones que no envejecen porque nacieron fuera del tiempo. Y cada retorno no es un simple revival, sino un recordatorio de que la música, en su forma más pura, es inmortal.