La salida de Francisco Vidal de TVN parecía, en principio, una válvula de escape frente a la crisis que atraviesa la televisora pública. La expectativa era clara: que el canal recuperara su rol de servicio público e información a la ciudadanía. Sin embargo, lejos de corregir el rumbo, el Gobierno nos vuelve a contar un mal chiste: nombra a Jaime Gazmuri como presidente del directorio, un político de larga trayectoria en el PS, de edad avanzada (paradoja, considerando que el propio Gobierno quiere jubilar a funcionarios públicos sobre los 75 años) e ingeniero agrónomo. Sin desmerecer sus logros, la pregunta cae por su propio peso: ¿qué sabe de televisión?
Este nombramiento vuelve a poner sobre la mesa el dilema de siempre: ¿TVN quiere ser un canal público o una empresa competitiva en el mercado de las estaciones privadas? La contradicción es evidente. Si va a ser un ente público, politizado y dependiente de los gobiernos de turno, lo mínimo sería aplicar -por ejemplo- todas las normas de transparencia, empezando por publicar los millonarios sueldos de sus rostros.
El problema es que TVN ha quedado atrapado en un híbrido inviable: ni cumple con solvencia económica, ni con su misión pública, ni logra competir de igual a igual con los privados. Y en medio de esa indefinición, los cargos se reparten como cuotas políticas, en vez de apostar por un proyecto real de comunicación pública a la altura de los desafíos actuales: pluralismo, credibilidad y servicio ciudadano. ¿Deberá la oposición rechazar asignaciones a TVN para 2026?
La pregunta no es quién dirige TVN, sino para qué existe TVN. Si es para seguir siendo un botín político, más vale sincerar las cosas: el canal no tiene futuro. Pero si de verdad se quiere un medio público robusto y moderno, el primer paso es cortar con la lógica de favores políticos y poner a gente que sepa de televisión, de gestión y de audiencias.
Porque en la situación actual, TVN no está solo en crisis: está en riesgo de irrelevancia. Y la irrelevancia, en medios, no se arregla con declaraciones ni con nombramientos de conveniencia: se arregla con seriedad, profesionalismo y visión de futuro.
Y -al final- si TVN no responde a la ciudadanía, entonces la verdadera pregunta no es cómo salvarlo, sino por qué seguir financiándolo.