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Un simulacro demasiado real

¿Es de verdad necesario otro “retorno” de Soda Stereo? ¿Qué buscan estos rituales de repetición? ¿Sirven para acercar a nuevas generaciones que nunca vieron al trío en vivo, o para alimentar la caja registradora de la nostalgia? ¿Es legítimo que los músicos sobrevivientes quieran sostener sus carreras con estas giras?

El anuncio llegó con estridencia: Soda Stereo volverá a los escenarios en marzo de 2026 con un espectáculo titulado Ecos. Zeta Bosio y Charly Alberti tocando en vivo, y Gustavo Cerati “presente” gracias a un recurso tecnológico que, según se apresuran a aclarar, será “más que un holograma”. No habrá videos de archivo ni voces generadas por inteligencia artificial. Habrá, en cambio, un dispositivo de última generación para proyectar la voz, la guitarra y la figura del cantante y guitarrista en sincronía con la base en directo. Se habla de un montaje inspirado en ABBA Voyage, show que combinó tecnología digital avanzada (grafismos, captura de movimiento, renderizados en tiempo real) con ejecución en vivo para dar la ilusión de presencia. Hasta aquí, los hechos. Lo que se abre, en cambio, es la duda de si hablamos de un homenaje sincero o de un negocio que se niega a morir.

La historia de Soda Stereo está hecha de finales que nunca terminan. En 1997 anunciaron la despedida con El Último Concierto, que termina el 20 de septiembre en el estadio de River Plate y que pasó a la eternidad con aquella frase que ya es patrimonio de la lengua: “Gracias totales”. Diez años más tarde, contra todo pronóstico, volvieron con Me verás volver, que en apenas tres meses convocó a más de un millón de personas en América y batió récords de recaudación.

La tragedia irrumpió en 2010, cuando Cerati sufrió el accidente cerebrovascular que lo mantuvo en coma hasta su muerte, en septiembre de 2014. Pero ni siquiera la muerte logró clausurar del todo la historia. En 2017, el Cirque du Soleil estrenó Séptimo Día – No descansaré, un tributo coreográfico y visual que agotó funciones en varias capitales de la región. Y en 2020, Zeta y Charly se subieron otra vez a los escenarios con Gracias Totales – Soda Stereo, acompañados por voces invitadas. La pandemia la interrumpió, pero en 2022 volvió a rodar con estadios llenos y emoción asegurada.

Ahora llega Ecos, una nueva vuelta de tuerca, esta vez apoyada en la promesa de la tecnología más avanzada. Y si ya lo póstumo había generado incomodidad, lo de hoy abre dudas razonables: ¿es de verdad necesario otro “retorno” de Soda Stereo? ¿Qué buscan estos rituales de repetición? ¿Sirven para acercar a nuevas generaciones que nunca vieron al trío en vivo, o para alimentar la caja registradora de la nostalgia? ¿Es legítimo que los músicos sobrevivientes quieran sostener sus carreras con estas giras? Probablemente sí, pero lo inquietante es la insistencia en volver a abrir una puerta que ya se cerró más de una vez, como si no alcanzaran las despedidas, los homenajes y las vueltas de página.

Más extraño aún es el léxico con que se comunica esta “vuelta”: Ecos no es un homenaje, no es un tributo, no es un retorno ni una gira. ¿Qué es entonces? Una tierra de nadie en la que se evita pronunciar las palabras incómodas, como si la denominación pudiera disimular el vacío. Lo esencial, sin embargo, persiste: se trata, una vez más, de traer a Cerati a escena cuando ya no está. Y allí asoma otra pregunta: ¿necesita su legado este tipo de recordatorios? ¿No alcanza con los discos, sus enormes canciones, las playlists y los músicos que lo citan y lo versionan? ¿No basta con la vitalidad de una obra que sigue sonando sin necesidad de artificios?

La primera fecha en el Movistar Arena de Buenos Aires, fijada para el 21 de marzo de 2026, seguramente se agotará en minutos y es probable que vengan más. Soda Stereo sigue siendo una marca irresistible. Pero el riesgo es que el recuerdo de Cerati se transforme en un producto repetido que pierde espesor hasta volverse un eco vacío de sí mismo.

Habrá quienes estimen que Ecos es una justa celebración y habrá quienes lo perciban como un simulacro demasiado real. Lo cierto es que con cada intento de resucitar lo irrepetible, la frontera entre arte y negocio se hace más borrosa. Y mientras, reproduciéndose sin fin, el bueno de Cerati sigue ahí detenido. Como una rentable imagen retro.

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