La noticia del retorno de Rush para 2026 trajo un dato tan inesperado como elocuente: en la batería estará Anika Nilles, percusionista y compositora alemana de escuela finísima, respetada por sus pares en clínicas, grabaciones y en la banda de apoyo de la última gira del fallecido Jeff Beck.
Tras la muerte de Neil Peart en 2020, el silencio de Rush parecía definitivo. El hecho de volver ahora -y de hacerlo con Nilles- no suena a gesto ni a corrección política: suena a convicción por la música. A la certeza de que, si vas a sostener un repertorio así, necesitas a alguien capaz de habitarlo con precisión, ideas y pulso narrativo. Y esa persona es Nilles.
¿Quién es ella? Una baterista formada entre el oficio y la academia: se dio a conocer en la década de 2010 con composiciones instrumentales de métrica compleja, publicó los álbumes Pikalar (2017) y For a Colorful Soul (2020) junto a su banda Nevell, ha sido educadora y giró con Jeff Beck en 2022. Su fichaje por Rush se comunicó el 6 de octubre de 2025.
Algo similar ocurrió con Incubus: tras la salida de Ben Kenney, el bajo quedó en manos de Nicole Row, primero como refuerzo de gira y, desde febrero de 2024, como integrante oficial. Row venía de Panic! at the Disco, y su entrada ayudó a reencender el proyecto, incluso en la regrabación y gira de Morning View XXIII. Otra vez, la lectura es simple: eligieron a la mejor para el trabajo. Y punto.
Y si hablamos de referentes, Gail Ann Dorsey fue el ancla de David Bowie durante casi una década: bajista de musicalidad impecable y, además, voz solista en Under Pressure en vivo. No ocupó un “lugar de mujer”; ocupó el lugar del bajista de Bowie. Por mérito, no por cuota.
Podemos trazar una línea de continuidad: Tina Weymouth (Talking Heads), Paz Lenchantin (Pixies), Cindy Blackman con Lenny Kravitz, Samantha Maloney en Mötley Crüe, Nita Strauss con Alice Cooper, entre muchas otras, son ejemplos que recuerdan que las mujeres instrumentistas siempre estuvieron ahí; lo inusual era que se les viera como algo más que una excepción.
La vieja creencia de que el “virtuosismo” sería un rasgo masculino no nació del oído, sino de la historia: del acceso desigual a la formación y al equipamiento; de una socialización que empujaba a muchas mujeres al micrófono y no al bajo, la batería o la guitarra solista; del control en salas de ensayo, giras y prensa especializada; y de una iconografía del rock que durante décadas narró la destreza técnica desde la óptica de un cuerpo masculino.
Cuando esos filtros se corren, es decir, cuando una banda audiciona sin prejuicios de por medio, aparece lo evidente: el talento no tiene género. Los casos de Nilles, Row o Dorsey no “corrigen cifras”; mejoran la música que vamos a escuchar. Por eso, el anuncio de Rush se siente coherente con su propia ética. Si algo distinguió siempre al trío canadiense fue tratar cada nota con un respeto casi sagrado. Y si hoy ese cuidado los lleva a tocar con una baterista capaz de transpirar polirritmias, dinámicas y musicalidad sin calcarlas, sino recreándolas, la conversación no debería atascarse en el pasaporte de género, sino en lo que de verdad importa: cómo suena la música.