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TVN y el nuevo pacto de lo humano

La pregunta, entonces, no es si TVN puede sobrevivir, sino si Chile puede sobrevivir sin un espejo que lo mire con respeto.

Hay frases que, pronunciadas en voz baja, cargan con siglos de sentido. “TVN necesita un gran acuerdo nacional”, dijo Jaime Gazmuri en su reciente entrevista con EL DÍNAMO. No hablaba de presupuesto ni de leyes. Hablaba, quizás sin decirlo, del alma. De esa fibra común que hace posible que un país todavía quiera mirarse, reconocerse, escucharse.

Su llegada a Televisión Nacional como presidente del directorio, ocurre en un momento en que la televisión parece estar agotándose a sí misma. Las audiencias se dispersan, los avisadores migran al mundo digital, y los algoritmos reemplazan el juicio humano por la lógica de la predicción. Pero tal vez, justo ahora, la televisión vuelve a tener sentido: no como industria, sino como lugar de reunión. Un espacio donde las historias todavía se narran con humanidad.

La Inteligencia Artificial ya escribe titulares, produce ficciones y elige qué vemos al despertar. Lo hace rápido, limpio, perfecto. Pero no interpreta, no duda, no siente. Y sin duda, no recuerda quiénes somos. Por eso me parece que el gesto de Gazmuri, su llamado a un “gran acuerdo nacional”, trasciende a TVN. No se trata solo de rescatar un canal público; se trata de rescatar nuestra capacidad de conversar sin intermediarios algorítmicos.

Los medios, y especialmente la televisión pública, no compiten con la tecnología: la complementan. Son la frontera donde la inteligencia humana todavía se narra a sí misma, el lugar donde la emoción y el pensamiento se encuentran para producir criterio, no sólo contenido.

Pero hay algo que no podemos eludir: el valor simbólico de lo público solamente se sostiene si está acompañado de eficiencia, transparencia y rigor. Durante años, TVN también fue sinónimo de exceso: proyectos fallidos, sobrecostos, estructuras sobredimensionadas. Esa historia pesa, y Gazmuri lo sabe. Por eso su desafío es doble: rescatar el sentido y, al mismo tiempo, demostrar que lo público puede ser ejemplar en su gestión.

La televisión pública del futuro no necesita grandeza retórica; necesita solvencia moral y operativa. Eficiencia no es frialdad, es respeto. Respeto por los recursos de todos, respeto por los trabajadores del canal, respeto por una audiencia que exige coherencia. Sin eficiencia, no hay legitimidad; y sin legitimidad, no hay confianza posible.

La pregunta, entonces, no es si TVN puede sobrevivir, sino si Chile puede sobrevivir sin un espejo que lo mire con respeto. En la era de la automatización, el financiamiento de la televisión pública no es un problema contable: es una decisión política sobre qué humanidad queremos preservar. Porque sostener un medio público es sostener la posibilidad de seguir pensándonos juntos.

Quizás sea momento de asumir que la inteligencia colectiva, igual que el agua o el aire, requiere cuidado y financiamiento. El Estado debe garantizar pluralidad, las empresas pueden aportar legitimidad, y la ciudadanía, confianza. Sólo así esa conversación que ocurre a través de la pantalla, la conversación sobre quiénes somos, seguirá siendo humana.

Gazmuri, con su calma republicana, parece comprender que hay batallas que no se ganan con eficiencia o con épica, sino con ambas cosas al mismo tiempo: sentido y disciplina. Defender la televisión pública hoy es defender un lugar para la pausa, para el matiz, para la mirada compartida. Un refugio de humanidad en medio del ruido.

Y quizás eso sea, en el fondo, lo que él quiso decir: que necesitamos un acuerdo no solo para salvar a TVN, sino para recordarnos por qué vale la pena seguir entendiéndonos entre nosotros.

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