Durante los últimos meses, decenas de niños y jóvenes, en su mayoría vecinos de Lo Barnechea, se reunieron después del colegio para ensayar la obra musical El Mago de Oz, que presentaron hace algunos días en el teatro del Colegio Nido de Águilas.
La puesta en escena, inspirada en el clásico de L. Frank Baum reunió a 75 participantes entre los 9 y 17 años, acompañados por un equipo de profesionales del teatro musical con experiencia en montajes vecinales y profesionales desde 2019. Con gran talento y entusiasmo, dieron vida a la historia de Dorothy y su viaje hacia la tierra mágica de Oz, con un objetivo mucho más profundo que el de presentar un espectáculo: fomentar la creatividad, la expresión artística y el trabajo en equipo, impulsando el desarrollo personal y social de los jóvenes, junto con su apreciación por las artes escénicas.
En cada encuentro, entre risas y canciones, estos niños fueron descubriendo algo más profundo que una coreografía o una letra. Aprendieron a escuchar, a perseverar, a confiar. Sin saberlo, vivieron una experiencia formativa que probablemente recordarán toda la vida.
Porque eso es lo que ocurre cuando la educación se abre a la creatividad: aparecen aprendizajes que no caben en ninguna prueba ni currículo escolar. La educación formal enseña contenidos; la no formal enseña humanidad. Y en el mundo que estamos construyendo, necesitamos tanto conocimiento como empatía, tanta técnica como sensibilidad.
El arte, en cualquiera de sus expresiones, es una de las formas más completas de aprendizaje. Para actuar hay que entender al otro; para cantar, hay que escuchar; para subirse a un escenario, hay que vencer el miedo. En ese proceso, los niños desarrollan habilidades que ningún texto puede enseñar: tolerancia a la frustración, trabajo en equipo, autoconfianza, pensamiento crítico y creativo.
Pienso que el fomento de estos espacios no puede quedar sólo en manos de las instituciones culturales: debe ser parte del compromiso de todo el aparato público. Si entendemos que la educación no termina en el aula, debemos crear políticas que integren arte, deporte y creatividad como dimensiones esenciales del desarrollo infantil. Porque cada niño que descubre su talento en un escenario, en un taller o en un instrumento, está aprendiendo también a conocerse, a convivir y a construir comunidad.
Cuando veo a estos jóvenes prepararse para salir al escenario, pienso que ese también es un viaje parecido al de Dorothy: un recorrido donde el valor, la amistad y el autoconocimiento se convierten en brújula.
Porque al final, educar también es crear. Y cada vez que un niño se atreve a hacerlo, toda una comunidad crece con él.