En Chile, para emprender hay que tener una buena idea, un equipo sólido… y una paciencia infinita. Antes de salir al mercado, hay que esperar permisos, certificados, autorizaciones y timbres que pueden tardar meses, o incluso años. Ese muro invisible, llamado permisología, sigue siendo una de las mayores barreras para crear, innovar y formalizar.
No es falta de creatividad lo que frena a los chilenos, es el peso y la inercia de la burocracia. Estudios recientes han identificado más de 400 permisos y trámites sectoriales dispersos entre ministerios, municipios y servicios públicos. Cada formulario, cada firma y cada sello son horas valiosas que podrían dedicarse a producir, contratar o innovar. Y mientras los países más competitivos del mundo eliminan fricciones para impulsar la inversión y atraer talento, nosotros seguimos midiendo la eficiencia del Estado por cuántos documentos hay que firmar, en lugar de por cuántas soluciones estamos generando.
Emprender en Chile no debería ser un acto heroico, pero hoy, lamentablemente, pareciera serlo. Detrás de cada historia de éxito hay decenas de proyectos que nunca llegaron a puerto, no por falta de talento o esfuerzo, sino porque se quedaron atrapados en el laberinto regulatorio. Este problema golpea con especial fuerza a mujeres, jóvenes y regiones, donde los plazos son más largos, la información escasea y las plataformas digitales son menos accesibles. La burocracia no sólo ralentiza el desarrollo, también reproduce desigualdad. No hay meritocracia posible cuando las oportunidades dependen de cuánto sabes moverte entre ventanillas, y no de la calidad de tu idea. Eso debería realmente preocuparnos.
En plena carrera presidencial, casi todos los candidatos mencionan la necesidad de “destrabar la permisología”. Es un buen punto de partida, pero el desafío va mucho más allá de digitalizar trámites. Porque no se trata de subir la burocracia a una plataforma; se trata de repensar el Estado desde una lógica de servicio, donde el funcionario público sea un facilitador del cambio y no un guardián del trámite.
Si queremos reactivar la economía y fortalecer el ecosistema emprendedor, debemos liberar el tiempo creativo. Eso significa ventanillas únicas con plazos definidos, interoperabilidad real entre instituciones, evaluación constante del impacto regulatorio y autonomía regional para adaptar las reglas a cada contexto. El desarrollo no puede gestionarse solo desde Santiago: la innovación también nace desde los territorios.
El llamado es urgente. Sin modernizar el Estado, no habrá reactivación ni innovación posible. No podemos pedirle a las personas que sean más creativas, resilientes o colaborativas si el sistema sigue siendo lento, opaco y desconectado de la realidad. La permisología es el muro invisible que separa la intención del impacto y, muchas veces, termina matando por agotamiento a la creatividad.
Derribar las barreras no sólo permitirá que más chilenos puedan emprender, sino que el país entero vuelva a moverse con la energía y la confianza que surgen cuando las buenas ideas pueden transformarse en acción. La pregunta es: ¿tendremos el coraje político y cultural para hacerlo, o seguiremos acostumbrándonos a esperar?